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«Hace casi 2 semanas». Eso fue lo que me respondió un amigo que trabaja desde hace años en una multinacional norteamericana cuando le pregunté cuánto tiempo hacía que no pisaba su oficina. A mucha gente una situación de este tipo le debe parecer inconcebible.

 Evidentemente, mi amigo dispone en su casa de un despacho equipado por su empresa con todos los medios necesarios para trabajar y coordinar virtualmente al equipo que dirige. Además, una parte importante de su tiempo la dedica a visitar clientes y buscar nuevas oportunidades.

 

Pero este elocuente ejemplo clarifica varios aspectos que estamos enfrentando actualmente:

 

1. En la sociedad del conocimiento, el trabajo no puede ser considerado como un lugar, sino como una actividad, en realidad como un proceso cerebral. Si para llevar a cabo las tareas que forman parte de tu trabajo dependes de tu conocimiento, entonces tu trabajo eres tú (y tu computador y tu conexión a internet). No necesitas mucho más.

 

2. El hecho de atar el trabajo a un lugar físico y a un horario predeterminado no sólo es absurdo sino que es ineficiente. Una persona que viva en una ciudad grande (por ejemplo, Santiago) invierte cada día un promedio de 2 horas en ir y volver de su casa a la oficina. Es decir, cada 4 días, desperdicia una jornada laboral de 8 horas completa. El despilfarro es evidente pero no sólo en tiempo (que es el tesoro más preciado) sino en alquiler de metros cuadrados de oficina innecesarios, en gasolina, en contaminación, en atascos por culpa del tráfico (hay estadísticas que hablan de una semana perdida al año), en stress-cansancio-malhumor, en horas de sueño, en calidad de vida familiar …

 

Hasta hace pocas décadas, el conocimiento apenas existía como factor que tuviese algún impacto sobre el trabajo y los resultados. Un agricultor dependía del acceso a la tierra, de contar con herramientas adecuadas. Un trabajador de una fábrica dependía de las máquinas, de la materia prima, de otras personas. Pero del conocimiento no había ni rastro, nadie lo mencionaba. En esas épocas no tan lejanas, la esperanza de vida era mucho menor, la fuerza física era una cualidad muy importante y por ejemplo, la alimentación era un proceso primordial para dotar de «combustible» a quienes trabajaban. Hoy lo que te compra tu empresa o lo que compran tus clientes no es fuerza física sino mental: Conocimiento. No vendes tu tiempo sino que vendes el resultado de tu tiempo, igual que un arquitecto vende un proyecto o una casa y no su tiempo. Por tanto, dónde y cuándo realices ese trabajo empieza a ser irrelevante. Y desde luego no comienza a las 9AM y termina a las 18h. Como dicen los anglosajones, las mejores ideas surgen en 3 lugares que empiezan con B: Bed, Bus, Bathroom. El conocimiento, el elemento base a partir de la cuál despliegas tus habilidades y desarrollas tus competencias, lo llevas contigo las 24 horas del día en tu cerebro con la peculiaridad de que aunque lo compartas, no lo puedes perder. Para «empeorar» las cosas, resulta inútil tratar de apagar tu mente como si fuese la televisión porque nunca deja de funcionar.

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Durante los últimos meses me ha tocado viajar casi todas las semanas y resulta impresionante comprobar cuánto he podido trabajar en lugares, que hasta hace algunos años resultaban poco propicio como el avión, el coche, el hotel o los cafés. Esta realidad tiene consecuencias interesantes:

 

1. El conocimiento, que ya es la materia prima más importante para la mayoría de empresas, va a incrementar su protagonismo al igual que su factor de producción que es el aprendizaje. No hay duda de que lo que eres depende el conocimiento que tienes y lo que serás depende del conocimiento que seas capaz de generar.

 

2. Son sobre todo las personas y no las organizaciones las que tienen el conocimiento que necesitan para hacer su trabajo. Reconocer esta situación significa entender el enorme poder que tienen los «dueños del conocimiento», sobre todo de aquel que resulta crítico para el éxito de una empresa (como veremos en el ejemplo de los clubes de fútbol). Por eso no se puede decir que el conocimiento sea un activo de las empresas sino de las personas que no es ni mucho menos lo mismo.

 

3. Ese conocimiento es el resultado de lo que las personas han aprendido a lo largo de sus vidas. Aprender se impone como la habilidad más importante.

 

4. Las personas cada vez estarán más dispuestas a invertir tiempo y dinero en incrementar su propio conocimiento, es decir en aprender, porque eso les otorga un ilimitado poder para guiar sus vidas y sus proyectos profesionales con autonomía y libertad. El negocio de la educación y la formación no hará otra cosa que crecer exponencialmente. Al mismo tiempo comprobaremos cómo se produce un imparable fenómeno de desvinculación de profesionales portadores de conocimiento crítico de las empresas que los emplean para buscar caminos propios más desafiantes y más atractivos.

 

5. De la misma manera, las empresas sólo se explican a partir del conocimiento de sus integrantes y por tanto también van a tener que esforzarse, en hacerlos cada vez más competentes, cada vez mejores y la mejor manera es apostar por desarrollarlos y formarlos, con el riesgo, paradójico, de perderlos en cualquier momento.

 

Lo que se está configurando es una nueva forma de entender el trabajo y las organizaciones que en mi opinión va a cambiar profundamente la sociedad. Recientemente se publicaban los resultados de un ranking de las mejores empresas para trabajar y la mayor parte de ellas compartían algunas características que no son accidentales: Empresas tecnológicas, con pocas décadas de historia a sus espaldas, con un promedio de edad muy bajo entre sus integrantes, con estructuras organizacionales planas y que han creado atmósferas enormemente satisfactorias y motivantes para sus empleados.

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No podemos obviar que los jóvenes que se están incorporando al mercado laboral (y los que lo harán en el futuro) han sido educados en la participación, para opinar, tomar sus propias decisiones y por tanto huyen de organizaciones verticales, jerárquicas donde tienen poco espacio para aportar. Estos profesionales están creando organizaciones mucho más basadas en la autonomía, la confianza y la libertad. La contrapartida, desde luego, es que ya no te puedes refugiar detrás de las órdenes del jefe o las decisiones de otros sino que eres responsable y debes rendir cuentas por ello. Los fundadores de Google, ambos educados en colegios Montessori, declaran que crearon la empresa entre otras cosas porque no les gusta la autoridad ni que les digan lo que deben hacer.

 

Un equipo de fútbol es un ejemplo de una organización del conocimiento donde los sueldos más elevados los reciben los de «abajo» y no los de «arriba». Los jugadores cobran más que el entrenador que a su vez cobra más que los directivos. ¿Qué producto vende el futbol? Un intangible, una promesa (ni siquiera una garantía) de entretenimiento. Los jugadores no sólo son los que más cobran (aunque cada uno recibe distinta remuneración) sino que son los que mayor poder acumulan y a los directivos no es resulta fácil manejarlos. Y en el momento que un jugador decide irse, simplemente lo hace y se lleva consigo todo el conocimiento que atesora y el club tiene poco más que hacer que buscarle rápidamente sustituto (buscar un conocimiento equivalente representado por otro jugador). El mundo del cine funciona de manera similar con los actores. En cualquier otra empresa normal eso no sucedía pero a medida que el conocimiento se erige como el factor clave, las relaciones de poder empiezan a cambiar y la forma de estructurar la organización no tiene más remedio que modificarse abruptamente. Esa transición no será fácil ni inmediata y va a enfrentar resistencias por parte de aquellos que se sentirán perjudicados por el cambio. Aunque la democracia no sea un sistema ni mucho menos perfecto, la calidad de vida es muy superior a la que provee una dictadura. Obviamente resulta más sencillo controlar una organización como si se tratase de un «ejército» disciplinado que actúa a partir de reglas y castigos conocidos que a un grupo de «artistas» que funciona con sus propios planes.

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Durante varios años, yo tuve un despacho en mi casa y los beneficios son evidentes pero al mismo tiempo no se puede minusvalorar el precio que hay que pagar: No sólo hay que disponer de un espacio físico bien acondicionado sino que hay que aprender a trabajar de una forma distinta (el peligro de que el trabajo invada la vida privada es real y puede tener efectos desvastadores), es necesaria una dosis no menor de disciplina y desde luego capacidad para trabajar coordinadamente en equipos dispersos y donde la tecnología juega un papel protagónico.

 

En resumen, si tienes conocimiento, tienes el poder de escoger donde «invertirlo» y por tanto, de decidir tu futuro. Por esa razón, cuanto más aprendas, mucho mejor para ti, porque no haces otra cosa que incrementar tu capital, tu patrimonio. Tanto conocimiento tienes, tantos vales. Y esto deriva además en un tema paralelo que el filósofo francés Jean Paul Sartre mostraba magistralmente con esta frase: «Felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace». Uno de mis «problemas» es que me encanta lo que hago, no lo considero trabajar. ¿Cuánta gente realmente puede decir eso de su trabajo? Una de las mayores preocupaciones que tienen los directivos es cómo alinear a los empleados con las estrategias y cómo lograr que se involucren con las empresas que les pagan. En definitiva, cómo hacer que amen su trabajo. Casi nada. Resulta llamativo comprobar cómo se involucran las personas cuando el proyecto es suyo en comparación con la dedicación que mostraban cuando trabajaban para terceros.

Precisamente se acaba de celebrar el 1 de mayo, día del trabajo y todavía resulta normal escuchar frases como «Estoy en el trabajo», «voy camino al trabajo», «cuando salga del trabajo» «me he quedado sin trabajo». Pero no será por mucho tiempo. No, el trabajo no es un lugar. El trabajo eres tú.

Autor: 

Javier Martínez Aldanondo – Gerente de Gestión del Conocimiento de Catenaria -jmartinez@catenaria.cl

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