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 La mayoría de nosotros hemos aprendido que el fracaso es algo negativo. Por el contrario, aprendimos que el éxito es algo positivo y que conviene esforzarnos por alcanzarlo. Por lo tanto, es natural temerle al fracaso y desear el éxito.

Sin embargo, el éxito puede ser tan temible -o más- que el fracaso. Constantemente, vemos personas que desperdician intencionalmente la oportunidad de alcanzar sus metas, que escatiman esfuerzos para lograr un valioso objetivo o que, cuando están a punto de conquistar una posición deseada, se echan atrás. Estas conductas -aparentemente irracionales- pueden ser consecuencia de un temor al éxito.

El miedo al éxito puede manifestarse de muchas maneras, entre otras como:
– miedo a que el esfuerzo sea demasiado
– miedo a no ser capaces de manejar la responsabilidad del éxito
– temor de no merecer las buenas cosas y el reconocimiento, que llegan como resultado del éxito
– miedo a cometer errores y a perder la posición alcanzada
– miedo a no poder sostener el progreso
– miedo a que alguien mejor nos desplace
– miedo a tener mucho más para perder
– temor a descubrir que el resultado alcanzado no era el deseado
– temor a perder el interés y el compromiso
Estos miedos tienen serios efectos. Como consecuencia de ellos, algunas personas se involucran en conductas auto-destructivas; otras enfrentan dificultades para tomar decisiones, o resolver problemas; hay quienes pierden la motivación para crecer y progresar, mientras otros experimentan sentimientos de culpa, confusión y ansiedad. En los peores casos, el temor al éxito conduce al auto-sabotaje: la persona termina eligiendo exactamente lo opuesto de aquello que necesita para alcanzar sus metas.

Para evitar estos miedos, es preciso identificar sus causas. Una de las principales es la falta de solidez en los propósitos.

Cuando construimos una casa, lo primero que levantamos son los cimientos. Estas bases soportan un determinado tipo de edificación: por ejemplo, una propiedad de dos plantas. Si, luego de levantar esos cimientos, decidimos hacer un edificio de veinte pisos, las bases no servirán. De la misma manera, nuestro éxito necesita de una base sólida. Si nuestro propósito no es sólido (es decir, si los “cimientos” no resisten), un eventual éxito se desmoronará.

El éxito nos da temor cuando lo construimos sobre los cimientos equivocados y le damos un peso que las bases no pueden tolerar. Por ejemplo, cuando queremos tener éxito para demostrar algo a alguien: “Ya verá mi padre lo que soy capaz de hacer”; “Les daré una lección a todos aquellos que me decían que nunca lograría nada”; “Cuando sea exitoso, no necesitaré nada de ellos”, etc… Muchos aspiran al éxito para cumplir las expectativas de otras personas (padres, jefes, amigos, etc…), o para competir con otros. Cuando el propósito es ganar la aprobación, el reconocimiento, o la aceptación de los demás, nos estamos apoyando en una base demasiado débil.

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Asimismo, solemos perseguir el éxito porque pensamos que nos da poder. Tendemos a creer que tener éxito significa ser más inteligentes, habilidosos, o capaces que los demás. O, buscamos triunfar como pretensión de reivindicación: “Ahora que tengo éxito, podré borrar mis errores.” El éxito no borra nada, sólo el perdón (nuestro y de los demás). El éxito no logra ninguna de esas cosas: no nos hace más inteligentes, no nos valida ante los demás, ni nos reivindica.

Cuando asociamos el éxito a estas motivaciones externas, se vuelve temible, porque nos hace dependientes. A su vez, se vuelve demasiado pesado, porque lo convertimos en un fin, en lugar de utilizarlo como medio. Al ser débiles las bases que sostienen el éxito, es comprensible sentir miedo ante él. Para que el éxito no pese -ni asuste- es preciso apoyarlo sobre bases sólidas. Estas sólo pueden construirse con firmes creencias y motivaciones que nacen de nuestro interior.

Si bien es muy deseable por la mayoría, el éxito no es algo sencillo, ni “liviano”. Exige mucha reflexión y preparación. Lo fundamental para superar nuestras inseguridades frente a él, es saber quiénes somos, qué queremos realmente y qué somos capaces de lograr.

Fuente: Club de la Efectividad, Argentina

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