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¡Decisiones, decisiones! Nuestras vidas están llenas de ellas, desde las insignificantes y mundanas, como qué ponernos o qué comer, hasta los cambios de vida, como casarnos, qué trabajo emprender y cómo criar a nuestros hijos. Celosamente cuidamos nuestro derecho a elegir, pero a veces tomamos decisiones equivocadas.
¿Puede la ciencia ayudarnos? Tomar buenas decisiones requiere balancear las fuerzas de la emoción y la racionalidad. Debemos estar en condiciones de predecir el futuro, de percibir adecuadamente la situación presente, tener una visión de las mentes de los otros y manejar la incertidumbre.
La mayoría de nosotros somos ignorantes de los procesos mentales que yacen bajo nuestras decisiones, y que se han convertido en un tema importante de investigación. Afortunadamente, lo que los psicólogos y neurobiólogos están descubriendo puede ayudarnos a hacer mejores elecciones.
Casi toda decisión que tomamos implica predecir el futuro. En cada caso imaginamos cómo nos hará sentir el resultado de nuestra elección y cuáles serán las consecuencias emocionales de nuestras acciones. Razonablemente, de manera habitual, buscamos la opción que pensamos que nos hará más felices.
Este «pronóstico afectivo» es bueno, en teoría. El único problema es que no somos muy buenos en eso. Habitualmente, la gente sobrestima el impacto de los resultados de la decisión y de los acontecimientos de la vida. Tendemos a pensar que ganar la lotería nos hará más felices de lo que realmente nos hará y que la vida sería completamente insoportable si perdiéramos el uso de nuestras piernas.
«Las consecuencias de muchos acontecimientos son menos intensas y cortas de lo que la mayoría de la gente imagina», afirma Daniel Gilbert, psicólogo de la Universidad de Harvard.
Un importante factor que nos lleva a hacer malas predicciones es la «aversión a la pérdida»: la creencia de que una pérdida nos hiere más de lo que la correspondiente ganancia nos complacerá. El psicólogo Daniel Kahneman, de la Universidad de Princeton, ha encontrado que la mayoría de la gente no está dispuesta a aceptar una apuesta 50/50 a menos que la cantidad que pueda ganar sea casi el doble de lo que podría perder.
Sin embargo, Gilbert y sus colegas recientemente demostraron que si bien la aversión a la pérdida afecta las elecciones de las personas cuando pierden, lo encuentran mucho menos doloroso de lo que habían anticipado. El atribuye esto a nuestra desconocida resistencia psicológica y a nuestra habilidad para racionalizar casi cualquier situación.
Entonces, ¿qué debería hacer uno? Más que mirar hacia adentro e imaginar cómo un resultado determinado puede hacerlo sentir, debe tratar de encontrar a alguien que ha hecho la misma elección, y ver cómo se siente. Recuerde que cualquier cosa que traiga el futuro probablemente lo hiera o reconforte menos de lo que imagina.
El peso de la emoción
Uno podría pensar que las emociones son las enemigas de la toma de decisiones, pero de hecho están integradas a ellas. Nuestras emociones básicas se desarrollan para permitirnos tomar decisiones rápidas e inconscientes en situaciones que amenazan nuestra supervivencia.
Las emociones son claramente un componente crucial en la neurobiología de la elección, pero si nos permiten o no tomar la decisión correcta es otra cuestión. Si se intenta realizar una decisión bajo la influencia de una emoción, el resultado puede verse seriamente afectado.
Consideremos el enojo. Daniel Fessler, de la Universidad de California en Los Ángeles, indujo al enojo a un grupo de sujetos al solicitarles que recordaran una experiencia que los hizo enfurecer. Luego los puso a jugar un juego en el que se les presentaba una elección simple: tomar una ganancia garantizada de 15 dólares o apostar por más con la posibilidad de no ganar nada. Se descubrió que los hombres (no así las mujeres) apostaban cuando estaban enojados.
Todas las emociones afectan nuestro modo de pensar y la motivación, por eso puede ser mejor evitar tomar decisiones importantes cuando se está bajo su influencia. Sin embargo, extrañamente, hay una emoción que parece ayudarnos a hacer elecciones.
En un estudio, investigadores de Chicago encontraron que la gente triste se tomaba el tiempo para considerar las distintas alternativas que se le ofrecían y terminaba tomando las mejores decisiones. De hecho, los estudios demuestran que las personas depresivas tienen una visión más realista del mundo. Los psicólogos incluso han acuñado un nombre para este fenómeno: realismo depresivo.
Delegar el control
En el fondo de su ropero cuelga una prenda que ya no le va y que está pasada de moda. Le quita espacio, pero no puede decidirse a tirarla porque ha gastado una fortuna en ella y apenas la ha usado. ¿Le suena familiar?
La fuerza detrás de estas malas decisiones se llama «la falacia de la pérdida económica». La razón detrás de eso es que cuanto más invertimos en algo, más comprometidos nos sentimos hacia eso. La inversión no necesita ser económica. ¿Quién no ha perseverado con un tedioso libro o con una relación que debió terminarse mucho antes?
Para evitar que el costo económico influya en su toma de decisiones siempre recuerde que el pasado es el pasado, y que lo que se gastó, gastado está. A veces, la opción sabia es parar de invertir luego de haberlo hecho mal.
Finalmente, tendemos a creer que siempre seremos más felices cuando elegimos nosotros mismos. Sin embargo, sin importar el resultado de la elección, el proceso de tomar una decisión puede dejarnos una sensación de insatisfacción. Entonces puede ser mejor delegar el control.
Por K. Douglas y D. Jones
De New Scientist
Traducción: María Elena Rey