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Muchas veces he observado cómo un superior, ya sea en grandes reuniones o en pequeños encuentros, corrige a uno de sus subordinados cuando éste expresa que se ha enfrentado a un problema; en una postura segura y confiada le indica que no se trata de tal cosa, que lo que ha encadado es una oportunidad.

Ese mismo patrón se repite en las aulas de clases, entre amigos y conocidos que han experimentado algún curso o adiestramiento donde se les ha sugerido cambiar la palabra “problema” por “oportunidad” y la expresan con tal convicción que aquel que ha utilizado la palabra, esa que se espera sea omitida por el común, se siente desconcertado o aleccionado. Pero resulta que la mayoría de las tendencias positivistas, en su afán por programar el lenguaje e introducir formas de apreciar las situaciones desde un ángulo que denote menos conflicto y más oportunidades de éxito, se olvidan que no solo las cosas deben llamarse por su nombre, sino que no hay nada mejor para generar avances y revoluciones que enfrentar un problema.

De acuerdo a la Real Academia Española, la palabra “problema” debe ser entendida como: una “cuestión que se trata de aclarar. Una proposición o dificultad de solución dudosa. Un conjunto de hechos o circunstancias que dificultan la consecución de algún fin. Un planteamiento de una situación cuya respuesta desconocida debe obtenerse a través de métodos científicos” o bien “un disgusto, una preocupación”.

Detengámonos en el concepto “planteamiento de una situación cuya respuesta desconocida debe obtenerse a través de métodos científicos”. Este se ajusta perfectamente al campo administrativo y gerencial, donde es muy común pedir a las personas que no hablen de problemas sino de oportunidades, y sirve para explicar el punto que nos ocupa.

Antes de proseguir es prudente señalar qué debe entenderse por “oportunidad” de acuerdo a la misma fuente, no es otra cosa que: “Sazón, coyuntura, conveniencia de tiempo y de lugar”.

Interesante, ¿no?

Si bien es cierto que lo que se pretende con el uso de la palabra “oportunidad” en lugar de “problema” es erradicar la connotación negativa que suele adjudicársele a esta última, no es menos cierto que se está desvirtuando un concepto adecuado a causa de la imaginativa y uso errado del verbo en el diario acontecer.

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No hay nada mejor que enfrentar un problema. Los problemas exigen la recolección de datos, su análisis, el estudio de variables, escenarios, probabilidades de ocurrencia y, lo que es mejor, ingenio, rapidez y tino. Todo ello parte de lo que se supone ha de ser considerado ciencia, ya sea ortodoxa o heterodoxa, siga lineamientos o los proponga. Ya sea académica o empírica, siempre se requerirá de todo lo mencionado para llegar a la respuesta y encontrar la solución.

Los problemas ponen a prueba la creatividad, pero no son oportunidades, pues justamente se presentan en los momentos menos adecuados y en los lugares más inesperados, todo lo contrario al concepto que se expresa de ellas.

Ahora bien, no faltará quien diga que justamente eso es lo que hace a los problemas una oportunidad, pues al aparecer el problema se tiene la oportunidad de demostrar el talento que le ha hecho merecedor de la posición que se ostenta en la empresa o que se desea ocupar. Y sí, es una forma de verlo, pero no la que más se ajusta a la definición.

Los problemas no son nada negativo, aunque pueden causar malestar o disgusto, pues afectan nuestros estados de ánimo y sobre todo la efímera estabilidad y sensación de control en cualquier etapa de nuestras vidas, pero sin ellos no habría incógnita que despejar ni formas de aplicar el conocimiento o crearlo.

Las oportunidades por su parte son como puertas que se abren con un específico nivel de exigencias para pasar a través de ellas, si se abre la puerta correcta en el momento correcto y con los talentos correctos se pasará por ellas fácilmente, si no surgirá un problema, una incógnita que despejar ¿qué falló? ¿qué cualidades no he desarrollado aún? ¿por qué no estaba preparado cuando la oportunidad apareció?

A las cosas hay que llamarlas por su nombre, cambiar su denominación no las hace mejores ni peores, en todo caso lo que se debe cambiar es la percepción de las mismas. Un problema es un problema y hay que llamarlo y aceptarlo como tal. Encararlo y superarlo encontrando soluciones adecuadas que agreguen valor. Las oportunidades en cambio son atajos que se presentan para acortar el camino, si se está preparado cuando aparecen.

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Lo que sí ha de ser una exigencia sine qua non es que debemos dejar de ver los problemas como unidades, pues al aparecer lo hacen siempre acompañados por varias soluciones, la única diferencia es que los problemas pueden ser vistos de inmediato pero las soluciones requieren de mayor dedicación para visualizarlas, así que cuando exprese que tiene un problema no puede dejar la frase incompleta, debe decir: Tengo un problema sí… ¡pero múltiples soluciones! (aunque aún no las vea).

Autor: Félix Socorro

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