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El vínculo entre el hombre y la función es un espacio que permite intervenir y transformar la tarea en desafío para ser ejecutada por elección. Allí la organización recibe un impulso que constituye su diferencia, una oferta única e irrepetible para hilvanar su visión desde cada puesto en un propósito común junto a su gente.
Pasa mucho que de tanto cumplir la tarea, de hacer bien su parte cada uno, de aplicar el proceso con debida diligencia, de tener todo tan claro, se fortalezca el reflejo de resolver lo mismo, y así se obtenga cierta maestría en repetir, y el precio sea que el interés por la novedad se entumezca, se postergue. Por otra parte, ¿a quién le molesta hacer bien lo mismo una y otra y otra vez, hasta llenar las arcas del desempeño con una curva sostenida de estándares eficientes? Con esa clase de resultados en el corto plazo es lógico dar una amable bienvenida a la monotonía y larga vida al proceso. Al mismo tiempo se tiene aprendido que nada dura, y con ello que la incertidumbre sostiene una vigilia voraz por consolidarse en el cambio permanente. Este dualismo entre durar y cambiar, de algún modo busca invocar el valor del equilibrio, de convivir con el riesgo, de incluir la pregunta, de mantener el alerta, de fomentar cada idea.

Los cambios del juego ya no hay que esperarlos de los líderes. A ellos les toca establecer las reglas. Pero la novedad en el modo de jugar el juego, la jugada maestra, hoy sería oportuno esperarla del llano, directo de quién opera, del que mueve los papeles, del que hace la tarea, de un origen nuevo que de a poco viene invadiendo la escena hasta que, tal vez muy pronto, sepa transformarse en una regla del juego. Allí hay una oportunidad que espera escondida en el rabillo de cada ojo, apenas un poco atrás del foco puesto en la tarea, esa que constituye la vigilia del clásico jefe. Es una oportunidad que viene camuflada justo en el vínculo entre la gente y la tarea, en un pliegue de ese contexto, está encapsulada de un modo que va adormeciendo el alerta, el impulso, el deseo.

En ese contexto, en el laberinto del proceso, se ha perdido la sorpresa. Esa grata sorpresa que invade a la organización cuando logra conducir a buen puerto todo el caudal que libera su gente. Al permitirse el flujo de la posibilidad que cada uno es. Ese poder asomado, ese tímido caudal que aspira a torrente, demanda un cauce que vale la pena sistematizar con un propósito, el de evitar el saco roto, el de aprovechar la idea, el de soñar con la gente, el de lograr transformar en desafío la tarea.

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La posibilidad se manifiesta y se libera con el deseo. Con el puro placer de crear, de aportar, de latir, de impulsarla. Es hora de levantarle la censura a cada oreja. De imaginar un aporte en cada labio, en cada puesto, en cada vena.

Nace la hora de invocar el Liderazgo Estratégico. Una tarea que de algún modo a caído en manos del líder como una interesante oferta. La tarea de generar el espacio para que la posibilidad florezca, de crear el adecuado contexto, de estar comprometido a que nazca y a que crezca. De encontrar su propio sentido en el marco que le exige su tarea.

Gestionar la posibilidad es jugar a favor de ella, de que aparezca, que se valide, cuestione, debata, enriquezca, despersonalice, apropie, nutra, se canalice, y vaya originando acciones destinadas a su concreción.

El poder de nombrarla con libertad para imprimirle un soplo de vida, es una actitud humana, derramarla en medio de una mesa integrada con gente enfocada en nutrirla con cada pregunta, dejarla crecer con autonomía en un juego compartido que auspicie la apropiación común, superando el protagonismo individual de su autoría.

Nace con una fragilidad dependiente, sin un latir propio sólo el impulso constante la sostiene y ante el menor descuido sucede su desregistro, y será como si nunca hubiese existido.

La posibilidad que creo, la posibilidad que soy, la posibilidad que auspicio y comparto, la posibilidad que brindo, esa posibilidad que apoyo, es la misma y diferente, mientras se va nutriendo define su forma y madura su independencia, desarrolla su atracción, insufla su poder convocante y de pronto se libera, toma cauce propio, se constituye en oferta y con alegría recibe la esperanza de realización personal de otros que sirviéndole encuentran su sentido, proyectan su identidad, despliegan su vida, juntos constituyen un concierto que implota hasta conseguir su esencia, le sigue la reverencia, el elogio, la admiración de haber sucedido partiendo de un origen tan incierto.

La posibilidad vive su propio ciclo al que varias veces hemos sido convocados.

La capacidad generativa de la gente no precisa ser convocada, con otorgarle un espacio cierto se consigue liberarla, con sólo eso es suficiente. Permitirle aparecer sin protocolos, inesperadamente, en el momento justo en el que resulta estimulada, y diseñar mecanismos para aprovechar ese aporte.

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El espacio es durante. A diferencia de los procesos creados para invocar deliberadamente un estado, un torbellino de ideas, un escenario especial para fomentar el abordaje creativo de un tema, existe la opción de permitir y capitalizar la aparición de la mirada nueva a cada instante.
Sin discutir ni reemplazar el aporte que generan los eventos coordinados deliberadamente para esa causa, la experiencia nos enseña que la posibilidad requiere de espacios complementarios para lograr una maduración de base que permita su efectividad.

Habitualmente los foros establecidos para soñar un ideal se abren con un tema definido o al menos con un marco específico de alcance. En ese contexto se escuchan generalmente las mismas voces. Por diferentes causas mayoritariamente la gente que participa y propone termina siendo la misma. Como es sabido el factor de hablar en grupo cohíbe de por sí, y si a esto se adiciona la propuesta de aportar algo nuevo, la presencia de funcionarios con diferentes jerarquías y la expectativa de lograr algo productivo de todo eso, los participantes se enfrentan al menos a un doble reto, el de quedar bien y el de aportar algo.  

Es moneda corriente en las juntas de trabajo las ganas de participar de la gente, la aparición espontánea de oportunidades, de alternativas diferentes,  el aporte de ideas para la mejora de procesos, de iniciativas para lograr diferenciación en el mercado, y de igual modo en todas las áreas de la organización podrá verse aparecer ese interés cuando los responsables de ejercer la acción directa, esos que viven en las trincheras y hacen suceder las cosas, tienen la oportunidad de hablar.

Estas aportaciones que suceden de manera aleatoria o aquellas provocadas en reuniones de lluvia de ideas, salvo honrosas excepciones, parecen caer en un saco común, el del deseo, que la mayoría de las veces se transforma en olvido.

Solo por excepción se supera ese filtro, y en pocos casos aparece algún impacto relevante. Aprovechada o no, la inquietud incontenible de la gente por jugar a crear, por traer algo nuevo, integra la capacidad generativa de la organización y está esperando su oportunidad de ser convocada y aunque no lo declare, espera su espacio para suceder.

Esta capacidad organizacional disponible en cada puesto, es una característica potencial en toda organización  que pocas veces resulta alentada, y cuando sucede, generalmente viene con horario, de un modo acotado a un tema y encorsetadamente.

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Vamos camino a liberar esa fuerza, a construir con la gente, a descubrir esa capacidad estratégica desparramada en cada puesto, en cada mirada, en cada idea, y vincular el deseo de la gente con la tarea. Como un susurro, consistentemente, se va instalando la hora en que el líder tome el guante y acepte el desafío estratégico que constituye para la organización esta oportunidad.

Autor: José Iriondo.

Abogado y Coach Organizacional enfocado en desarrollo de soluciones para la Generación de Valor Integrado. Fundador y CEO de Orggames. joseiriondo@orggames.org

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