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La familia es como un paracaídas. Ambos envuelven y protegen. Ambos están formados por un entramado de cuerdas y nudos. Y lo más importante: ante un salto al vacío, amortiguan el golpe. Pero la familia, al igual que el paracaídas, debe cuidarse. Si no, puede enredarse, caer y estrellarse.

Con la empresa familiar sucede algo parecido. Por el hecho de contar con una comunidad unida por los lazos de sangre, la empresa familiar ofrece la oportunidad de vivir experiencias de altura, de ir más allá del beneficio económico y ser algo más que el sitio donde se trabaja. Es un lugar donde, día a día, se construye el legado para los hijos de los hijos. Pero esta mezcla entre lo personal y lo profesional exige una dedicación especial.

El libro “Plan de Vuelo”, del profesor del IESE Josep Tàpies (titular de la Cátedra de Empresa Familiar), Josep Lagares y Martí Gironell ofrece, a través de su experiencia como directivos y amantes del paracaidismo, una serie de pautas para conseguir una empresa más sólida, competitiva y preparada para el éxito.

Escrito en forma de novela, el libro narra la historia de Mateo, el consejero delegado de un holding familiar que debe superar importantes dificultades de gestión para enderezar su negocio. Y todo ello en paralelo a otro reto personal: alcanzar el récord mundial de formación en caída libre, con el que él y sus compañeros lograrían una figura de 300 personas en el aire.

El paracaidismo, ¿escuela de directivos?
La formación en caída libre requiere del talento, coordinación e implicación de todos sus miembros, igual que la empresa familiar. Muchos de estos conceptos pueden trasladarse directamente del deporte al trabajo.

Para empezar, la excelencia. El reto de saltar desde 20.000 pies de altura requiere los mejores especialistas, vengan de donde vengan. La empresa, aunque sea familiar, debe aspirar a lo mismo y ser una organización abierta.

Cuando el salto se da en grupo es fundamental que todos compartan una misión y estrategia de descenso. En la empresa familiar los fundadores deben trabajar mucho en la transmisión de valores, de manera que los nuevos integrantes consigan entender con qué intenciones y sobre qué base se ha construido la compañía. Esas directrices no deben perderse nunca y son uno de los secretos para que un equipo formado por centenares de persones funcione regularmente. Si bien resulta sencillo y casi natural transmitir unas ideas de padres a hijos, e incluso hasta los nietos, mantener ese espíritu en generaciones posteriores requiere un esfuerzo continuo.

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En caída libre, cada miembro debe aceptar su papel en el grupo. No hay lugar para egos, porque todas las tareas son importantes y han de ser respetadas. Tan importante es el papel del líder de la formación como el de las personas que, después de cada salto, revisan y doblan los paracaídas. Los miembros del grupo han de respetarse entre sí y evitar que nadie se sienta poco valorado y acabe trabajando en contra del grupo, un supuesto que aparece en “Plan de Vuelo”.

Otro aspecto que trata el libro es el de manejar bien los tiempos. El paracaidista sólo entrará en el grupo cuando pueda: si se precipita y el resto no está listo para acogerle, podría desequilibrar la figura. En una empresa familiar, eso se traduce en calcular muy bien cuando se da entrada a las nuevas generaciones. Y saber retirarse a tiempo es igualmente importante. La retirada ha de ser ordenada y estudiada. Si se hace tarde o mal el equipo estará en peligro, al igual que lo estaría una organización.

En paracaidismo, este nivel de coordinación se consigue con unas personas que actúan como puente o bisagras entre los distintos sectores de la figura. Conectan los líderes, situados en el núcleo de la formación, con los paracaidistas más alejados. En una empresa familiar, estos coordinadores son los encargados de facilitar la relación entre distintas generaciones. Son un freno a rencillas y fisuras.

Hay otra práctica interesante en caída libre. Durante los preparativos, cada salto es minuciosamente grabado y estudiado por un equipo de tierra. Sus integrantes toman la distancia necesaria para tener una perspectiva global de lo que funciona y lo que no. Para ello, en el reto que viven los protagonistas del libro participa un equipo de asesores externo, paracaidistas expertos que no hacen el intento de récord con ellos. Su misión era la de aportar ideas y puntos de vista más diferentes, más neutrales. En el ámbito de la empresa, ese debería ser el papel de los consejeros independientes.

Todas estas prácticas contribuyen a la buena marcha de una empresa familiar. Son necesarias, pero no suficientes. Para que la organización perdure y crezca a lo largo del tiempo se necesita ilusión. La misma ilusión que la que comparten las personas que han dejado el récord del mundo en formación en caída libre en 300 personas. Según los autores, todo se reduce a creer en el proyecto de manera casi religiosa, y sobre todo, activa. Hay que pasar del “ver para creer” al “creer para ver”.

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Fuente:
IESE Insight

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