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Home » Liderazgo » Liderazgo y conducción: el caso Maradona y su rol frente a la selección argentina

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El liderazgo es un concepto difícil de encuadrar y de definir. Yo pienso que para poder abordarlo hay que tener una mirada “cubista” y procurar abarcar al mismo tiempo todos sus ángulos, perfiles, facetas.

Cada vez que brindo un curso sobre liderazgo comienzo con estas preguntas: ¿Qué diferencia a un líder de un conductor? ¿Qué es primero? ¿Se puede liderar sin saber conducir? ¿Puede existir un conductor que no lidere?

Por “conducción” entiendo la parte dura de la gestión, esa la zona rígida, formal, legal, la capacidad de organizar, administrar, ordenar… si qurés lo podemos llamar “burocracia”. Y por “liderazgo” entiendo la parte más ligada a la emoción, la visión, la influencia… ese plus vital que hace la diferencia y produce resultados extraordinarios.

¿Qué es mas importante? ¿Tener un conductor o un líder? A veces siento que las empresas descuidan un poco el desarrollo de las habilidades de “conducción” en su personal jerárquico y enfatizan mucho la necesidad de potenciar su “liderazgo”. Mi punto de vista es que un conductor puede no ser líder y aún así ser exitoso, mientras que un líder necesita sí o sí ser un buen conductor.

Hace unos días nuestra selección de fútbol perdió con Brasil por las eliminatorias y en el diario La Nación encontré este texto escrito por el periodista Cristian Grosso en el que pone en debate justamente este tándem “conducción-liderazgo”.

El eje de reflexión es el siguiente: ¿Basta con que Maradona ejerza su función mágica de “líder carismático” o también es necesario que conduzca el equipo y lo haga entrenar, correr, concentrar y demás tareas “burocráticas”?   

Comparto el texto con ustedes:

La selección exige excelencia, superación. No es un club de amigos ni un grupo de autoayuda ni un espacio para organizar homenajes. Perder de vista que reclama máximas dosis de capacitación y profesionalismo inexorablemente confunde el rumbo. Con la Argentina se desatendieron cuestiones básicas y el desfiladero condujo a la cornisa. Hace tiempo que se hacen pruebas en el laboratorio de la improvisación y el desprestigio. Con Alfio Basile se comenzó a atrasar el reloj. Un hombre que confiaba más en la sobremesa que en el pizarrón.

Alguna vez explicó que la caída en la final de la Copa América de 2007 se debió a que Brasil se había levantado mejor. Otra vez, buscó la salvación en el talquito. “¡Qué alto que es Carew!”, descubrió en Oslo, para explicar una caída con Noruega. El desapego por los detalles, la desactualización, la predilección por las cábalas y el proyecto se derrumbó.
Aterrizó Maradona; bajó del Olimpo y confió en su estela de mito. Atrapante… hasta que se vuelve rutina y se diluye. Se encadenan los desaciertos tácticos del ciclo; esta vez, la incorrecta interpretación del poderío aéreo de Brasil, que se afirmó en esa vía para alzarse con la Copa de las Confederaciones. Sus inconsistentes lecturas parten del desprecio por los ensayos intensos, los ejercicios que simulen las situaciones de partido o un minucioso seguimiento de las virtudes del rival. Los picados informales ante un combinado de Tristán Suárez, como cobertura estratégica, son algo así como salir con un diario sobre la cabeza para resistir un temporal.

Conducir al seleccionado no es para cualquiera. Tampoco es el lugar para aprender a hacerlo. Maradona parece no asimilar la mecánica. Un líder se construye sobre su coherencia y conocimientos. Maradona habla y desorienta. Tampoco es reconocible un equipo entre contradicciones y malas lecturas. Detrás de la fascinación maradoniana del comienzo, los jugadores -filosos observadores- ya lo saben. Cuando iba por el medio centenar de convocados, luego de la victoria frente a Francia, eufórico, Maradona adelantó que la base rumbo a Sudáfrica 2010 prácticamente no experimentaría retoques. Pero en cada aparición pública ofreció otros apellidos. Va por 62 y ni asoma una formación.

Si aparecen Schiavi o Palermo en la alineación contra Paraguay, se tratará de la legitimación de la política del manotazo. Sería entendible desde la desesperación extrema y, a la vez, el corolario para un puñado de temporadas sin un proyecto sustentable. Hoy se paga con sufrimiento varios años de distracciones, de desaprovechamiento. Una selección con reconocible calidad individual, pero frágil en liderazgo y desprovista de la sabiduría y dedicación que demanda pertenecer a la elite. La selección no se merece la desarticulada planificación en la que la han hundido. Hace tres años que se malgasta el tiempo.

Autor  Alejandro Formanchuk   Presidente de la Asociacion Argentina de Comunicación Interna

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