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Nicholas Negroponte sostiene que la experiencia está sobrevaluada. Para construir una nación de innovadores, deberíamos concentrarnos en la juventud, la diversidad y la colaboración.La innovación es ineficiente.
Muy a menudo es indisciplinada, contrariante e iconoclasta, se nutre de confusión y contradicción. En síntesis, ser innovador se opone a lo que casi todos los padres quieren para sus hijos, lo que los CEO pretenden para sus empresas y los presidentes para sus países. Los innovadores son un dolor de cabeza.
Sin embargo, sin innovación estamos condenados –por aburrimiento y monotonía– a la decadencia. ¿Qué hace que la innovación surja y de dónde vienen las nuevas ideas? Las respuestas básicas –brindar un buen sistema de educación, alentar diferentes puntos de vista y promover la colaboración– pueden no ser sorprendentes. Más aún, la habilidad para llevar adelante estos criterios le ha sido muy útil a Estados Unidos. Sin embargo, ciertas
cosas –la naturaleza de la educación superior, entre ellas– tendrán que cambiar para asegurarse una fuente perpetua de ideas nuevas.
Uno de los principios de un buen sistema de innovación es la diversidad. En cierta forma, cuanto más fuerte es la cultura (nacional, institucional o generacional, entre otras), menos probable es que albergue el pensamiento innovador.
Las creencias comunes y profundamente arraigadas, las normas generales, los estándares de comportamiento y performance son enemigos de las nuevas ideas. Es muy poco probable que cualquier sociedad que se enorgullezca de ser armoniosa y homogénea catalice el pensamiento idiosincrásico. La represión de la innovación no necesita ser abierta. Puede ser simplemente un acuerdo tácito entre la gente y un confort pleno con el statu quo.
En contraste, una cultura heterogénea cultiva la innovación por propia virtud de la gente, que ve las cosas desde diferentes puntos de vista. Estados Unidos (conocido como crisol de culturas) es visto por muchos como un país sin cultura (con “c” mayúscula o minúscula). En los rankings de estudiantes de países industrializados, los de las escuelas secundarias de Estados Unidos aparecen, en el mejor de los casos, como alumnos promedio en lectura, matemáticas y ciencias. Y, lamentablemente, la nación no tiene rivales en crímenes con armas entre la gente joven. Sin embargo, Estados Unidos ha obtenido casi un tercio de todos los premios Nobel y producido una cantidad inigualable de innovaciones –desde la automatización industrial hasta circuitos integrados y encadenamiento de genes– que son la columna vertebral del crecimiento económico mundial.
Encuentro dos razones para esto. Una, es que no estigmatizamos a aquellos que han intentando algo y no han tenido éxito. De hecho, es más probable que muchos capitalistas de riesgo inviertan en alguien que ha fallado con una startup previa, que en alguien que está lanzando su primera compañía. La desilusión real ocurre cuando la gente no aprende de sus errores.
La otra razón es que estamos particularmente dispuestos a escuchar a los jóvenes. En muchas culturas la edad tiene mucho peso. La experiencia es premiada por sobre la imaginación y el respeto puede ser demasiado deferente. En algunas culturas, la gente obtiene sus puestos de trabajo sobre la base de su edad, creando un ambiente sedentario y sofocante para los jóvenes. ¿Recuerda el dicho:
“Los chicos deben ser vistos pero no escuchados”?. Bien, observe el crecimiento económico creado por “chicos” como Bill Gates y Michael Dell, por nombrar sólo a dos.
Esa es la buena noticia. Pero cuando se trata de educar a nuestra juventud tenemos que hacerlo mejor. Me preocupa especialmente la educación temprana, que puede tener –y a menudo lo tiene– un efecto profundamente negativo en la creatividad. En la carrera por comprender qué es lo que los chicos aprenden somos muy entusiastas para celebrar sus éxitos, pero lo que es más fascinante es lo que hacen mal. Incluso debería prestársele más atención al concepto de “mal”. Aunque el viento no esté hecho de hojas que se agitan, como creen algunos chicos, la teoría es lo suficientemente profunda y no debería ser descartada. De hecho, desmontar conceptos erróneos es una de las mejores formas de encontrar ideas nuevas.
El proceso es semejante a la corrección de un programa de computación y no tiene casi nada que ver con la ejercitación repetitiva y la práctica (que se está convirtiendo una vez más en la piedra fundamental de la educación).
Nuestro mayor desafío en la estimulación de una cultura creativa es encontrar la forma de alentar distintos puntos de vista. Por ejemplo, en ingeniería muchos callejones sin salida han sido resueltos por personas que no eran ingenieros. Esto ocurre simplemente porque la perspectiva es más importante que el coeficiente intelectual. La ironía es que la perspectiva no hará ingresar a los chicos en la universidad ni tampoco los ayudará a que tengan éxito allí. La academia recompensa la profundidad.
El conocimiento es desarrollado por expertos que trabajan con sus pares. Los departamentos y laboratorios se concentran en campos y subcampos, agregando o quitando dominios cada tanto. Los títulos de grado, sin mencionar el tiempo de ejercicio en un cargo, dependen del descubrimiento de verdades e ideas brillantes en áreas limitadas.
Para cultivar nuevas ideas necesitamos fomentar el riesgo. Esto es particularmente difícil en la mitad de la carrera profesional y, a menudo, se opone a la revisión de los pares y a los mecanismos para avances en la corporación.
El antídoto para tal canalización y compartimentación está en ser interdisciplinario. Los laboratorios y proyectos interdisciplinarios surgieron en los años ‘60 para tratar grandes problemas que abarcaban las fronteras de las ciencias físicas y sociales, la ingeniería y las artes.
La idea era unificar cuerpos de conocimiento complementarios para tratar temas que trasciendan cualquier conjunto de habilidades. Recientemente, sin embargo, la gente se ha dado cuenta de que los enfoques interdisciplinarios pueden ser de enorme valor para problemas muy pequeños y que también estimulan la creatividad. Al maximizar las diferencias de antecedentes, cultura y edad, entre otras, aumentamos las posibilidades de que los resultados no sean los que habíamos imaginado.
Para cultivar nuevas ideas se necesitan dos ingredientes adicionales. Ambos están relacionados con maximizar la “serendipity”, o suerte para hallar cosas valiosas por casualidad.
Primero, necesitamos fomentar el riesgo. Esto es particularmente difícil en la mitad de la carrera profesional y, a menudo, se opone a la revisión de los pares y a los mecanismos para avances en la corporación. Esto ocurre porque el riesgo en sí puede verse bastante estúpido. Las personas que lo hacen están expuestas al fracaso y al ridículo y, por lo tanto, deben encontrar confianza y apoyo dentro de su propio ambiente.
El segundo ingrediente es fomentar la apertura y el compartir ideas –una banalidad casi imposible de lograr–. En la cúspide de la “burbuja digital”, ser abierto en cuanto a las ideas era especialmente difícil para los científicos en computación, porque se veía que los ricos obtenían sus fortunas precisamente por no compartir sus ideas. Los estudiantes las escondían hasta después de graduarse. Mientras una persona guardaba sus cartas en la manga, otra hacía lo mismo; como resultado, muchos laboratorios de investigación declinaban su valor y efectividad. En este aspecto, gracias a Dios, la burbuja ha reventado.
No hace muchos años, los laboratorios Bell llevaron a cabo tantas investigaciones que fácilmente podrían haber albergado programas de muy alto riesgo, incluyendo el llamado pensamiento “blue-sky”, que condujo a la teoría de la información y al descubrimiento de la radiación residual de las microondas cósmicas. Pero el mundo se benefició con los resultados de su trabajo.
Hoy, Bell es una sombra de lo que fue, subdividida varias veces debido a la separación de AT&T en 1984 y la posterior división en Lucent, NCR y la casa matriz. Mientras la economía flaquea y las compañías recortan sus gastos, algunos de estos primeros recortes se hacen en programas de investigación de alto riesgo o de final abierto. Aun cuando el presupuesto para investigación no se reduce, la naturaleza de los proyectos se inclina más hacia el desarrollo que a lo realmente innovador. Si la tendencia continúa, eventualmente sufriremos un déficit de ideas nuevas. Ya hoy, cada vez menos corporaciones se concentran en desarrollarlas. Y la formación de startups está casi paralizada.
Hoy más que antes, en la nueva “nueva economía” la innovación y la investigación necesitarán ser albergadas en esos lugares donde hay agendas paralelas y múltiples medios de apoyo. Las universidades, apropiadamente reinventadas para ser interdisciplinarias, pueden ajustarse a este perfil porque su otra “línea de producto”, además de la investigación, es la gente. Cuando se combinan la investigación y el aprendizaje, se pueden tomar riesgos más grandes y la generación de ideas puede ser menos eficiente. En este momento, sólo unas pocas universidades de Estados Unidos constituyen estas “universidades de investigación”. Es necesario que más de ellas se conviertan en instituciones de este tipo, y las del resto del mundo deberán hacer lo mismo.
Sin innovación estamos condenados –por aburrimiento y monotonía– a la decadencia.
La industria puede tercerizar la investigación básica, como lo hace con muchas otras operaciones. Eso significa que la innovación tiene que convertirse en un fenómeno precompetitivo –algo que Japón entendió a principios de los ‘80 cuando su ministro de Comercio Internacional e Industria (hoy ministro de Economía, Comercio e Industria) financió la colaboración de las compañías japonesas en robótica, inteligencia artificial y producción de semiconductores–. Aunque este enfoque no siempre funciona, puede ser más efectivo que lo que suponen la mayoría de las compañías. Los costos son compartidos, se fomentan diferentes puntos de vista y la innovación tiene una oportunidad de supervivencia, incluso en los peores momentos económicos.
La habilidad para dar grandes saltos de pensamiento es un denominador común entre los generadores de ideas innovadoras. Generalmente, esta habilidad reside en la gente con backgrounds muy amplios, mentes multidisciplinarias y un vasto espectro de experiencias. La influencia familiar, los modelos a seguir, los viajes y vivir en diversos lugares son contribuyentes obvios, como también lo son los sistemas de educación, las formas en las que las culturas valoran la juventud y las perspectivas. Como sociedad, podemos moldear algunos de estos factores y otros no. La clave para asegurar un flujo de grandes ideas es aceptar estas verdades complicadas sobre el origen de las ideas, continuar recompensando la innovación y celebrar las tecnologías emergentes.
* Nicholas Negroponte. Fundador y director desde 1985 del MIT Media Lab del Instituto Tecnológico de Massachusetts, el laboratorio más importante de estudios e investigación de formas de comunicación. Su libro Ser digital se tradujo a doce idiomas y fue un best seller en Estados Unidos y Europa
Fuente: Alta Gerencia / Technology Review