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Tomar decisiones debilita al cerebro
La función ejecutiva queda exhausta tras la toma de decisiones difíciles
La función ejecutiva es un recurso limitado que cansa, fatiga y agota al cerebro, del mismo modo en que el músculo de un brazo se cansa y fatiga al levantar un peso. El proceso de toma de decisiones incluye entre otras cosas la consideración de las diferentes opciones, el sacrificio de las ventajas de una de ellas a cambio de lo que nos ofrece la otra, la transición desde un estado mental evaluativo a otro decisorio; y son estas actividades mentales las que requieren el esfuerzo que termina por fatigar a la función ejecutiva.
La llamada función ejecutiva es en realidad un conjunto de subfunciones cognitivas que incluye habilidades como la concentración a la hora de realizar una determinada tarea, la toma de decisiones, la memoria a corto plazo y el control inhibitorio. Se trata pues de una función subyacente y reguladora de muchas otras diversas actividades mentales, y juega un importantísimo papel en la capacidad de raciocinio, hata el punto de que es necesario tenerla en cuenta para cualquier intento de valoración o medición de la inteligencia, como demostraba una investigación publicada en 2007 en la revista Child Development.
Los mencionados procesos implican un esfuerzo –el trabajo de mantener la mente alerta en el caso de la concentración, para no distraernos del objeto que hemos de enfocar, o el necesario para no ceder a las tentaciones de la peor opción, en el caso de la toma de decisiones–, y dicho esfuerzo supone a su vez un cansancio y un agotamiento de la función ejecutiva, del mismo modo que levantar un peso cansa y agota los músculos de los brazos.
Decisiones importantes
Así lo describe una colaboración de On Amir en la revista Scientific American: Elecciones difíciles: cómo tomar decisiones cansa tu cerebro. Para mejor entender la función ejecutiva como un constructo que subyace a la toma de decisiones sobre asuntos que pueden no tener nada que ver entre sí, el autor propone el ilustrativo ejemplo de alguien que delibera sobre las un tanto irrelevantes opciones de comerse o no una galleta.
Posteriormente, esa misma persona ha de tomar una decisión mucho más importante, concerniente a un ámbito completamente distinto y que afectará de manera muy relevante a su vida, como es la elección entre dos posibles trabajos que le han sido ofrecidos. Pues bien, esta última decisión puede verse afectada por el esfuerzo realizado anteriormente en torno al problema de la galleta, ya que los efectos de dicho esfuerzo son persistentes y pueden haber agotado el instrumento –la función ejecutiva– que ahora se precisa para tomar una decisión trascendente.
El hecho de que el mero hecho de tomar decisiones canse e incluso agote la función ejecutiva, y esto tenga repercusiones en tareas cognitivas posteriores, parece confirmado por las investigaciones y los estudios de campo realizados por la psicóloga de la Universidad de Minnesota Kathleen Vohs y colegas.
En uno de ellos, por ejemplo, se llevó a unos estudiantes a un centro comercial, donde estuvieron haciendo elecciones de compra. Posteriormente se les encomendó la resolución de problemas algebraicos simples, y los estudiantes que habían hecho un mayor número de elecciones en el centro comercial tuvieron una considerablemente mayor dificultad para resolverlos.
Agotamiento mental
El proceso de toma de decisiones incluye entre otras cosas la consideración de las diferentes opciones, el sacrificio de las ventajas de una de ellas a cambio de lo que nos ofrece la otra, la transición desde un estado mental evaluativo a otro decisorio; y son estas actividades mentales las que requieren el esfuerzo que termina por fatigar a la función ejecutiva.
Especialmente agotador, según las conclusiones de un estudio paralelo realizado por Nathan Novemsky –profesor de la Universidad de Yale– y sus colegas, es enfrentarse al necesario sacrificio de una cosa al optar por otra; y aquí cabe señalar que, cuanto mayor similitud guarden entre sí las distintas opciones entre las que es necesario elegir, más agotador resulta el esfuerzo realizado.
Otro estudio, publicado por la psicóloga de la Universidad de Maryland Anastasiya Pocheptsova y colegas en 2007, confirma también los efectos de cansancio y fatiga sobre la función ejecutiva, en este caso mediante experimentos en torno a la concentración y la regulación de la atención, que también requieren del uso de aquélla. Los sujetos con el cerebro cansado por esta actividad tomaron las peores decisiones en las cuestiones que se les plantearon posteriormente.
Herramientas cognitivas
Por otro lado, muchos de los tests y pruebas utilizados en este tipo de investigaciones, además de servir para valorar el grado en que la ejecución de determinadas actividades cognitivas cansan, fatigan o agotan al “músculo” cerebral, pueden utilizarse asimismo como entrenamiento para el mismo, como señala Clancy Blair, profesor asociado de Desarrollo Humano y Estudio de Familia en la Pennsylvania State University, y autor del primero de dichos estudios citado en el presente artículo.
Todos estos resultados y conclusiones son extremadamente relevantes, ya que la función ejecutiva es algo que usamos continuamente a lo largo de todo el día. Podrián cuestionar la idea de que la multi-funcionalidad en los puestos de trabajo aumente la productividad, ya que solamente el tiempo de transición entre unas tareas y otras por parte de un empleado podría más bien reducirla, especialmente si se trata de tareas complejas. También este aspecto ha sido objeto de investigación.
Asimismo son evidentes las implicaciones de los mismos en otros muchos ámbitos (incluyendo el económico) de nuestras vidas, y tener en cuenta estos estudios y sus resultados puede ayudarnos, como mínimo, a identificar cuándo no es un buen momento para tomar una decisión importante. Por ejemplo, después de haber estado evaluando la conveniencia de comerse o no una galleta.
Autor César Gutiérrez.
Fuente: Comunidad de Pensamiento Imaginactivo
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