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Se acercó una persona, cuyo nombre me apena no recordar, a que le firmara mi libro. Me pidió que le pusiera una dedicatoria referente a la sucesión empresarial, porque a él le preocupaba mucho estar preparado para cuando su hijo estuviera en edad de estar al frente de su organización.
Escribí: “Tú fuiste emprendedor, no hagas de tu hijo un empleado de tu empresa”.
“Si será animal este. Ni parece mi hijo. Yo me sobé el lomo para sacar esta empresa adelante. De aqui comimos durante años. Y ahora que me quiero retirar a descansar, resulta que mi hijo es un bruto, capaz de llevar esto a la quiebra en un ratito. A buena hora me salió tan tarado el condenado.” Es la letanía de más de un empresario exitoso en la víspera del retiro.
Y lo peor es que hay los muy osados, o los muy cansados, que prefieren no ver la inmensa brutalidad de su descendencia, y simplemente dejan todo en sus manos para ver como se hace polvo. Pocos son los que soportan el paquete y llevan a la empresa a una mejor posición que la lograda por su fundador. ¿Donde está la diferencia?
La vida del emprendedor está plena de realización, pero de igual forma está plagada de conflictos y de obstáculos. Cuando quien emprende se encuentra con la dicha de ser padre, muchas veces apenas está sorteando y capoteando las embestidas de su aventurada decisión. Esto hace que, cuando su pequeño vástago va creciendo, el amoroso padre solamente tiene una idea en mente al respecto de su responsabilidad paternal: “Yo no quiero que mi hijo tenga las carencias que yo tuve”. Y así, lo dan todo, convirtiendo al pequeño en una suerte de príncipe de la realeza europea, destinado a recibirlo todo con sólo pedirlo.
“El problema es que al evitar a nuestros hijos las carencias que nos marcaron en la infancia, también les quitamos la oportunidad de vivir los retos maravillosos y la realización que tuvimos nosotros para llegar hasta donde estamos”. – platicaba Juan Manuel Gutiérrez Pilloni, rector de la Universidad de Cuaititlán Izcalli.
El problema es que esas carencias le enseñaron al emprendedor a voltear para arriba y caminar hacia allá. Le hicieron al emprendedor cuidadoso de sus recursos, y capaz de generar primero, para disfrutar después.
El problema es que cuando el hijo tuvo edad para comenzar a darse sus primeros cates profesionales, ya trabajaba en la empresa del padre, y por si fuera poco, ya era gerente, con gente a su cargo que hiciera la chamba por él, sin haber pasado por la escalinata de la organización.
El problema es que jamás ha tenido que sortear verdaderos problemas. Todo lo resuelve su padre, todo lo decide su padre, y todo lo lleva a cabo su gente. El simplemente cobra su sueldo (en proporción, mucho mayor que el de la gente que resuelve sus metidas de pata), y le acomoda mucho ser el empleado más improductivo de su papá.
El problema es que la sucesión empresarial inicia desde que nuestros hijos están en la primaria, pero queremos resolverla cuando están llegando a los cuarenta.
Tú fuiste emprendedor, haz de tu hijo un emprendedor. Déjalo que se tropiece, genera en él el hambre de triunfo. Fórmalo para enfrentar el fracaso y darle la vuelta, y llegado el momento tendrás en él la posibilidad de retirarte tranquilo, mientras tu empresa sigue su curso.
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