El secreto de Rockefeller: Desde muy joven descubrió que el dinero bien utilizado genera capital, y se empeñó en buscar su oportunidad. Disciplina, organización y una férrea energía fueron algunos de los rasgos de quien llegó a ser uno de los hombres más poderosos del mundo, para quien hacer dinero era un talento natural
John Davison Rockefeller (1839-1937) fue un industrial estadounidense, nacido en Richford (Nueva York), el 8 de julio de 1839; estudió en varios colegios públicos de Cleveland (Ohio). A los 16 años era bibliotecario en Cleveland.
En 1862 se asoció con Samuel Andrews, inventor de un revolucionario proceso para refinar petróleo en crudo. Tras una rápida expansión, la empresa fue absorbida en 1870 por la Standard Oil Company, creada por Rockefeller, su hermano William y varias personas más.
A principios de 1872, Rockefeller ayudó a crear la South Improvement Company, una asociación que englobaba a los principales refinadores de petróleo de Cleveland, llegando a acuerdos con las empresas ferroviarias para obtener importantes descuentos para los miembros de la asociación. Este acuerdo fue anulado de modo legal tres meses más tarde, ante las protestas de la gente, pero para entonces casi todos los competidores de Rockefeller se habían visto obligados a vender o a asociarse con él. En 1878 Rockefeller controlaba el 90% de las refinerías de petróleo de Estados Unidos y poco después ejercía un monopolio de los canales de distribución.
En 1882 Rockefeller creó la Standard Oil Trust, que fue el primer trust del mundo, declarado monopolio ilegal y obligado a disolverse por el Tribunal Superior de Justicia de Ohio en 1892 pero que, de hecho, no se disolvió hasta 1899. Ese año, Rockefeller estableció la Standard Oil Company en Nueva Jersey, siendo su presidente hasta su jubilación en 1911. Este mismo año la empresa se dividió en varias corporaciones por orden del Tribunal Superior de Justicia de Estados Unidos.
Se estima que la fortuna personal de Rockefeller llegó a alcanzar los 1.000 millones de dólares. Sus aportaciones filantrópicas alcanzaron los 550 millones. De éstos, el 80% fue a parar a cuatro organizaciones caritativas creadas por Rockefeller: la Fundación Rockefeller, la General Education Board, el Instituto Rockefeller para la Investigación Médica (hoy Universidad Rockefeller) y la Laura Spelman Rockefeller Memorial, creada en 1918 y absorbida por la Fundación Rockefeller en 1929. Rockefeller murió el 23 de mayo de 1937 en Ormond Beach, en Florida.
Algunos detalles: Rockefeller fue descendiente de inmigrantes judío-alemanes llegados a Estados Unidos en 1733. Durante sus modestos inicios como contable de la firma Hewit and Tuttle, el joven John Davison emprendió la redacción de una especie de diario económico al que tituló “Libro Mayor A”. Aquel curioso registro, que todavía se conserva actualmente, y las anotaciones contenidas en su libro autobiográfico “Random Reminiscences”, ofrecen un esbozo magistral de su personalidad, en la que se combinaban, a partes iguales y en una suerte de simbiosis perfecta, la austera cicatería del buhonero y la ambición ilimitada del empresario predador.
Lo curioso.
Desde muy joven John D. Rockefeller manifestó su talento para las transacciones financieras. Instalado con su familia en Cleveland, hacia 1853, vendía a sus compañeros de escuela piedras de colores y formas diferentes y los mínimos ingresos que devengaban estas ventas los fue acumulando en un tazón de loza azul, su “primera caja fuerte” según sus propias palabras. No transcurrió mucho tiempo hasta encontrarse con la bonita suma de 50 dólares, los que determinarían la futura orientación del muchachito.
Un granjero de los alrededores necesitaba justamente esa suma para saldar una deuda urgente. John se la prestó… ¡pero con un interés del 7%! Al cabo de un año, descubrió azorado que su capital dado en préstamo retornaba a su bolsillo con 31/2 dólares de interés. A partir de esa fecha, según escribió más adelante “decidí hacer trabajar al dinero en mi lugar”.
De allí en más todas sus ganancias serían religiosamente contabilizadas en una libreta que él llamó «el registro A». John D. nació en una granja al oeste del estado de Nueva York en 1839. Su padre, William Avery, no fue modelo de fidelidad conyugal ni ejemplo para sus seis hijos. Alejado del seno familiar por largos periodos, cuando volvía sus bolsillos por lo general estaban llenos de dinero e indefectiblemente volvía cargado de regalos para su mujer y sus vástagos. Mucho más tarde, John descubriría que su padre no era más que un impostor, que visitaba las reservas indígenas vendiéndoles a sus moradores toda suerte de objetos de pacotilla. Su próximo filón fue mucho más rentable: los productos farmacéuticos, que vendía como panacea para el cáncer. De su madre, Eliza. John heredó no sólo el físico, sino también la estricta moral calvinista. Su innato gusto por los negocios lo estimuló la escuela comercial de Cleveland, de donde egresó a los 16 años. Ese mismo año obtuvo su primer empleo en una empresa de corredores y comerciantes en granos, donde trabajó con general beneplácito sin fijarse en horarios, perdido en ese mar de cifras que tanto lo apasionaba. Por la noche, en su cama, repasaba mentalmente las operaciones financieras del día, tratando de descubrir en qué podría haber obtenido mejores ganancias.
El código de su vida.
‘Disciplina, orden y un registro fiel del debe y el haber’ fue desde entonces el código de su vida. Al tercer año ya ganaba 600 dólares anuales pero cuando le niegan un aumento de 200-dólares, decidió instalarse por cuenta propia. Tenía ahorrados 800 dólares, pero aún le faltaban otros 1000 para lanzarse a su propio corretaje. Su padre se lo adelantó con un interés anual del 10%, hasta que alcanzara la mayoría de edad. La firma Clark & Rockefeller obtuvo, el primer año, ganancias por U$S 4.000 y en el segundo cuadruplicó la suma.
Fuerza y sentido de la oportunidad.
El estallido de la Guerra Civil en 1861 fue la llave de su fortuna. Dos años antes, con la perforación del primer pozo de petróleo, comprendió que podía hacer más fortuna con su transporte y refinación que con la explotación. Cuando en 1863 la compañía ferroviaria del Atlántico y el Oeste extendió su linea hasta Cleveland, poniendo esta ciudad en contacto directo con Nueva York a través de la región del petróleo, supo que había llegado el momento. Tenía 23 años e invirtió U$S 4.000 como socio comanditario en la nueva firma Clark, Andrews & Co. Las refinerías surgían como hongos en Cleveland y su entusiasmo por el oro negro lo hizo abandonar el comercio de granos. Al negarse su socio Clark a la expansión de la firma (lo atemorizaba el pasivo de U$S 100.00), decidieron subastar la empresa. El 2 de febrero de 1865 las apuestas subieron rápidamente, Clark, abatido, ofreció 72.000 dólares. Rockefeller, imperturbable, retrucó con 72.500 dólares y se quedó con la compañía. El negocio, que en adelante se llamaría Rockefeller y Andrews, era la mayor refinería de Cleveland, con una capacidad de 500 barriles por día y ganancias de un millón de dólares por año, que se duplicarían al año siguiente. Pudo así negociar con el ferrocarril tarifas preferenciales, y ese descuento fue un arma esencial para fundar, en 1870, una nueva sociedad, con 1 millón de dólares de capital: la Standard Oil.
Nace un imperio.
En 1870, era una de las mayores refinerías de centro de los Estados Unidos.
En 1872, junto con dos de los más importantes refinadores de Pittsburg y Filadelfia, pudieron manejar a su antojo las tarifas con los ferrocarriles.
En tres meses, Rockefeller había comprado 22 de las 25 refinerías de Cleveland. La Standard Oil refinaba un cuarto de toda la producción de petróleo del país. Eliminada paso a paso la competencia, la Standard Oil se convirtió en un poderoso trust, que refinaba el 95% de la capacidad total del país. Su equipo directivo estaba formado por un conjunto de los más capaces financistas del país.
Todos eran millonarios. Para Rockefeller, la elección del personal siempre había sido un ingrediente importantísimo; elegía a los más capaces y entusiastas.
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