Érase una vez una empresa familiar gestionada por varios hermanos. Habían heredado la empresa de su padre; hombre admirado por su capacidad emprendedora y gestión impecable. Durante años los hermanos habían logrado mantener el negocio en la posición que habían conseguido al lado de su padre.
Un día alguien advirtió: “Las ventas decrecen; el endeudamiento aumenta”.
Los hermanos, reunidos en “comité de crisis”, acordaron concentrar sus despachos en una misma sala. Así podrían trabajar en equipo continuamente. Esta cercanía física les facilitaría la comunicación (y los reproches diarios). La situación de la empresa no mejoraba.
Probaron una nueva organización. Cada uno se recluiría en su despacho y tratarían de hacer efectivo exclusivamente su departamento. Al salir del trabajo, en su casa, cada hermano debía informar a su cónyuge de su malestar (con el resto de los hermanos). La situación de la empresa seguía sin mejorar.
Durante años continuaron las reorganizaciones. Se probaron diferentes métodos y tácticas. Cada intento deterioraba aún más las relaciones personales, mientras los rencores se acumulaban en una empresa que había dejado de crecer.
Un día, el hijo de uno de los hermanos solicitó a su padre trabajar en la empresa de la familia. El padre primero se sorprendió; después le explicó lo difícil que resultaría trabajar con sus tíos; y finalmente le aconsejó que la empresa familiar no era el lugar adecuado para él. El hijo había aprendido a ser persistente como su padre, así repitió su solicitud hasta que éste accedió.
El día que el padre comunicó a sus hermanos que un miembro de la siguiente generación deseaba trabajar con ellos, todos le miraron contrariados: “Trabajamos como esclavos, estamos en crecimiento cero, nos llevamos mal entre nosotros y arrastramos las preocupaciones de la empresa hasta nuestros hogares… ¿Qué es lo que atrae a nuestro sobrino a la empresa de la familia?”.
Después de un corto periodo de reflexión, los hermanos reaccionaron rápidamente y se dijeron: “Sea lo que sea, ¡no podemos dejar esta herencia a la siguiente generación!, ¡debemos hacer algo!”.
Decidieron salir unos días de excursión y pasar un tiempo juntos; algo que no hacían desde niños. Alejados del estrés de sus puestos cotidianos, hablarían no de la empresa, sino de sus familias y del futuro patrimonial de sus hijos.
En la distancia pudieron observarse a sí mismos en el día a día: “Nuestras soluciones intentadas se convierten más tarde en un nuevo problema, ¿qué podemos hacer?”
Acto seguido concluyeron: “Quizá sea el momento de pedir ayuda externa.”
De nuevo en la empresa, se reunieron para conversar sobre sus necesidades y sus objetivos. Conversaron sobre la posibilidad de contratar un Consejero Independiente o un Asesor Externo para formalizar su Consejo de Administración. También conversaron sobre los escenarios posibles al contratar un Director Ejecutivo no familiar. Incluso conversaron sobre la necesidad de Consejeros Externos en un posible Consejo Familiar.
Sin duda querían atraer los mejores profesionales a su empresa y a su familia, así que pensaron que la comunicación entre familia y empresa debía ser fluida. Por ello, también discutieron la posibilidad de contratar un Consultor de Empresa Familiar que les ayudara a estructurar la relación entre los familiares y su empresa.
Habían dado el gran paso: “permitir la entrada de profesionales no familiares en el gobierno, en la dirección y/o en la familia”. Este paso requería valentía, carisma y decisión. Atrás quedaban las batallas del ego. Ahora mantenerse en el mercado, crecer y trascender generaciones era prioritario.
Las conversaciones acerca de profesionales externos cambiaron su perspectiva de futuro. Por primera vez en muchos años se veían a sí mismos en un proyecto común, en un proyecto diferente al de su padre, compatible con éste y con proyección de futuro. Por primera vez vieron el coste de los profesionales externos como una inversión rentable tanto en el corto como en el largo plazo.
Volvían a disfrutar de su cariño y su cercanía como miembros de una familia unida. Tenían lo más importante: “un proyecto familiar común”. Ahora sólo necesitaban los profesionales externos adecuados que les acompañaran en esta nueva aventura hacia un futuro de posibilidades ilimitadas.
La bitácora de Javier Macias