En las empresas familiares, “emprender” es un verbo que suele tender el puente entre la tradición familiar y el espíritu empresario, algo así como el sello de los herederos de una estirpe dedicada al trabajo, a la producción… y al éxito. Sin embargo, la prueba de fuego para la supervivencia del grupo es el proceso de la sucesión: el gran tema que enfrenta a las generaciones de una familia empresaria.
Cuando hablamos de relevo generacional, habitualmente entendemos a la segunda generación de accionistas de una empresa familiar (hijos de un emprendedor comprobado), como un verdadero equipo de trabajo donde se asumen los papeles que el grupo determine, pudiendo llegarse (preferible y altamente recomendable, vía consenso) a discriminar las tareas de la compañía, dentro de las funciones en la que cada quién mejor se desempeña y, sobre todo, más cómodo se sienta con los compromisos que debe asumir.
El problema parece ser que confundimos liderazgo con emprendimiento. Y esto es algo que difiere particularmente en una etapa u otra de la empresa familiar. No necesariamente los sucesores deben adquirir las mismas destrezas de su sucesor. Proporcionalmente, sus funciones deben centrarse más en la dirección y administración que en el ejercicio de la autoridad como un individuo.
Hay algo que siempre debemos recordar, y es que el emprendedor, esta persona (sea hombre o mujer), autora de una idea que una vez cristalizó en una organización con éxito, es irrepetible. Lo que le toca al relevo es sustituir las funciones del cargo que queda vacante, acondicionando la nueva estructura a los escenarios, personajes y responsabilidades que acompañan al cambio generacional.
Otro punto importante a tener en cuenta es la voluntad del relevo. En los jóvenes, el entusiasmo se da algunas veces con la misma intensidad que en sus progenitores. Si el padre trabaja y muestra la pasión por la empresa y el negocio como una experiencia rica, positiva y creativa, aumenta la posibilidad de la transmisión de ese entusiasmo. Por supuesto que también ocurre lo contrario: si el progenitor transmite a sus hijos una sensación de tristeza y dificultad al trabajar en la compañía, eso mismo recibirán sus hijos y es difícil que manifiesten algún interés por ingresar en la empresa. Es muy importante que el emprendedor clarifique qué es lo que quiere transmitir a sus hijos y cómo lo hace.
Existen algunos emprendedores que nunca han estudiado una carrera o que no tienen una alta instrucción, pero tienen la capacidad de manejar correctamente el los negocios, porque son personas que se han educado en familias que les han enseñado valores que respetan al prójimo, enseñan la responsabilidad, muestran los deberes que están por encima de los derechos y los animan a utilizar su propio talento. Una empresa familiar debe tener muy en cuenta la educación como una actividad importante para todos, pero sólo útil para aquél que desee recibirla. No se puede desarrollar una estrategia de formación si alguien no la desea. Y esto se cumple tanto para la generación sucesora como para la que va a ser sucedida.
Sin embargo, hay que hacer una importante distinción en la forma. Para los jóvenes se puede pensar en actividades basadas en lecciones en el aula, en cambio esto es mucho más difícil de lograr con emprendedores y fundadores de empresas que están rondando los 50 ó 60 años. Para ellos, hay que pensar en un modelo diferente de educación, más interactivo, que utilice elementos como el testimonio de su experiencia. Una familia empresaria que desee incrementar el nivel de formación debe tener en cuenta las cualidades y capacidades de formación de cada generación.
Quizás el problema general venga desde la diferencia en la creación de la empresa, que en el caso de los fundadores de veinte o treinta años atrás se partió de un concepto producto de una necesidad, pues no tenían mucha de la infraestructura ni de la riqueza que han construido durante todos estos años. Y en esta actividad estaba implicada una fuerza, una pasión y una energía que hoy un cierto número de hijos de emprendedores no tiene, pues piensan que lo único que pueden hacer es tomar la compañía, mantenerla por un tiempo y luego se verá. Sin embargo muchos de los actuales hijos de fundadores están haciendo una excelente labor en temas de mejoras de distribución, internacionalización, equilibrio empresa-familia, respeto al medio ambiente y nuevas tecnologías, temas que en la generación anterior no se contemplaban dentro de las prioridades de la producción empresaria.
La transmisión del espíritu emprendedor puede alentarse con otros recursos: una de las cosas más importantes que debe tener el emprendedor de hoy, independientemente de la generación a la que pertenezca, es ser consciente de su propia necesidad de estar cerca de otros emprendedores, especialmente si estos son más experimentados, de manera que le puedan servir de tutores en sus vivencias. Sólo viendo a otros se aprende, solo así se convence que es posible hacer cosas diferentes y que es posible equivocarse y seguir adelante.
Mientras la familia siga siendo la forma natural de asociación por excelencia, siempre estará presente el germen de la empresa familiar y en cierta forma una garantía de su perdurabilidad. Pero recordemos que existe una característica ineludible: las empresas familiares tienden a desaparecer, básicamente porque la familia no sigue los pasos de una consensuada planificación de su sucesión basada en la honesta práctica de la comunicación de sus miembros.
Bitacora de Guillermo Salazar
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