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Desde hace tiempo, tengo ganas de hablar sobre la empatía, una competencia emocional que está en boca de todos y de la que nos gusta presumir, pero que pocas veces utilizamos con propiedad. Últimamente me he cruzado con algunas personas de éxito y aparentemente interesadas por las personas que presumen de ser empáticas y que a la hora de la verdad, en el trato cotidiano, me han hecho sentir poco escuchada, poco vista… nada entendida. No escribo desde el enfado con ellas, sino desde el análisis de la situación y sobre todo, la sorpresa… ¿Cómo es posible que seamos tan incompetentes cuando se trata de ser conscientes de nosotros mismos? Que conste que me incluyo en el “saco”, a mi me cuesta horrores darme cuenta de muchas cosas que tienen que ver conmigo… y es más fácil -y más divertido- ponerse hablar sobre los demás, ¿verdad?

Volviendo al tema, parece que aunque la empatía está muy de moda, muchas personas no tienen muy claro lo que significa y la confunden con dar consejos o sentir pena por los demás. Para mí, siendo bastante clara, la empatía es escuchar y no tanto hablar. Aplicar una regla simple que nos dicta la naturaleza: si tenemos dos orejas y una boca, tenemos que escuchar el doble y hablar menos. Así de simple.

Creemos que ser empático es, ponerse en el lugar del otro y pensar como lo haría él, pero en realidad lo que hacemos con esta creencia es interpretar su mensaje desde nuestro patrón de pensamiento. Esto, en realidad, es injusto y equivocado. Por ejemplo, si estoy en una reunión y veo que alguien apoya su cabeza en sus manos, desde mi punto de vista puedo pensar “Esta persona se está aburriendo.” Porque para mí, ese gesto significa cansancio o aburrimiento, es decir, cuando yo estoy cansada o aburrida apoyo mi cabeza en mi mano. Cuando, a lo mejor, para la otra persona, ese gesto significa que está siguiendo nuestro discurso con suma atención. Ante la duda, ¿No sería mucho mejor, preguntarle directamente y escucharle? Esto, desde mi punto de vista, sería evidenciar un comportamiento empático.

Esta tendencia que tenemos de ver el mundo y a los demás desde nuestro mapa, se observa claramente cuando tendemos a antropomorfizar a los animales sobre todo nos sucede con los animales de compañía, atribuyéndoles comportamientos humanos. Me hace mucha gracia cuando alguien hace un comentario sobre su perro diciendo: “Fíjate, tiene hambre porque se está relamiendo los belfos” ó “Tiene sueño porque está bostezando.” Y, en realidad, lo que no saben es que en el lenguaje “canino” esa puede ser una “señal de calma” (Turid Rugaas) que implique que esté incómodo o asustado. (Aprovecho para recomendaros el libro de Turid, “El lenguaje de los perros: las señales de Calma” de la editorial KNS: 7€)

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No podemos interpretar a los demás, aunque hablemos el mismo idioma, cada uno tenemos nuestro propio lenguaje. La falta de oído emocionar conduce a la torpeza social, ya sea por interpretar mal los comportamientos ajenos, ya sea por una franqueza inoportuna, o por una indiferencia que impida incluso la simpatía. Una de las formas que puede adoptar esta falta de empatía es tratar a los demás como si fueran estereotipos y no como los individuos únicos que son.

Quinto hábito:

Procure primero comprender y después ser comprendido.

Stephen Covey

Aunque posiblemente diréis, “pero, si percibir lo que otros sienten sin decirlo es la esencia de la empatía.” Y estáis en lo cierto, la empatía es nuestro radar social. Es ponerse en el lugar del otro y sentir como se siente él, no interpretarle y pensar como se siente. Por ello, el lenguaje de la empatía son las emociones. Las emociones sí son universales, los pensamientos no. Las emociones son la expresión que hacemos de nuestros sentimientos y se pueden medir a través de las expresiones faciales. Cuando no hay “emocionalidad”, no podemos interpretar al otro, no podemos adivinarle ni pensar por él… por que de esta manera lo que hacemos es juzgarle.

Desde mi punto de vista, la empatía puede concretarse en tres niveles bien diferenciados:

  • Empatía emocional: SÉ QUE ESTÁS MAL. Es el componente afectivo, la respuesta emocional apropiada de un observador al estado emocional de otra persona. Nacemos con ella, pero la vamos perdiendo a medida que crecemos. Tenemos que recuperarla. Es la típica reacción de los niños pequeños cuando ven a otro niño llorando o haciéndose daño, se contagian del malestar, pero no se preocupan por entender qué sucede. Lo mismo sucede con los animales mamíferos. Mi perro por ejemplo, sabe cuando estoy triste o alegre (se acerca a mí) y cuando estoy cabreada (se aleja de mí). Es una empatía incondicional.
  • Empatía intelectual: COMPRENDO QUE ESTÁS MAL. Es el componente cognitivo, entender los sentimientos del otro y la habilidad de adoptar su perspectiva. El psicólogo suizo Jean Piaget lo denominó “responder de una manera no egocéntrica”. Es la racionalización de lo que le sucede a los demás, el ejemplo anterior sobre interpretar al otro y no preguntarle, cuando no hay muchas emociones por medio. Tenemos que combinarla con la empatía emocional. Esto se ve muy claro cuando preguntas a alguien “¿Cómo estás?” Y te contesta “Muy bien”. Bien, no es una emoción, ¿cómo que muy bien? Lo que sucede es que no dominamos el lenguaje para hablar de emociones, nos da vergüenza o miedo. Al expresarnos con el lenguaje de las emociones, nadie puede rebatirnos, no hay discusión.
  • Empatía trascendente: ACEPTO QUE ESTÁS MAL. Es el componente de compromiso con el otro. Es un nivel profundo de relación, en el que está presente algún vínculo. Me atrevería a decir que está relacionada con el sano amor incondicional. Un enfoque muy de presente: “esto es lo que hay y no te exijo ni espero de tí otra cosa -lo que a mi me gustaría- en este momento”
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Podemos utilizar la escucha y la empatía como herramientas que nos permiten conectar con los demás. Las relaciones humanas se tornan simpáticas o antipáticas y todo depende del nivel de empatía que le pongamos. Realmente es como si estuviéramos sintonizando el canal en el que está la otra persona para escuchar mejor, sin interferencias. Y cuando sintonizamos, cuando damos con el dial y escuchamos la música, comenzamos a bailar una danza sutil con el otro. ¿Bailamos?

Autora Marta Romo

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