Al fundar un negocio, uno sueña con que sus hijos puedan vivir holgadamente de él algún día. Los más ambiciosos incluso dejan Leer más..." />
Un espacio para aprender que no es necesario ser una empresa grande para ser una Gran Empresa
Home » Empresas Familiares » Empresa Familiar: Abierto desde el año 1000
Al fundar un negocio, uno sueña con que sus hijos puedan vivir holgadamente de él algún día. Los más ambiciosos incluso dejan volar la imaginación y se ven como el punto de partida de una estirpe acomodada, con nietos y bisnietos que, cada vez que contemplen su cuenta corriente, se acordarán agradecidos del abuelo emprendedor. Pero, en el mundo de la empresa familiar, hay ejemplos de permanencia que van más allá de cualquier previsión, más allá también de los sueños menos realistas: se trata de compañías fundadas hace siglos, incluso hace más de un milenio, que siguen activas y mantienen el vínculo con la dinastía que en aquel lejano tiempo las creó.
En los casos más extremos, el origen de la empresa entra directamente en los terrenos del mito. Corría el año 717 cuando el monje Taicho subió al monte Hakusan, en Japón, y tuvo una visión: la deidad del lugar se le apareció en sueños y le reveló que, en un pueblo llamado Awazu, a veintitantos kilómetros del pie de la montaña, fluían unas aguas subterráneas con poderes curativos que seguirían manando «para siempre». Y, desde luego, han durado ya mil trescientos años: un discípulo del religioso, hijo del porteador que le había guiado hasta allí, construyó un hotel-balneario y se convirtió en el primero de los 46 directores que ha tenido desde entonces, todos ellos llamados Zengoro Houshi.
 La posada tradicional Houshi es el hotel más antiguo del mundo, con su jardín, su lago con carpas gigantes y sus sesiones de teatro ‘noh’, y también se ha convertido en la empresa familiar más duradera que continúa en funcionamiento. Ocupa ese primer lugar desde hace cuatro años, ya que hasta entonces encabezaba la lista otra compañía japonesa, Kongo Gumi, fundada en 578, cuando el rey godo Leovigildo dominaba la Península Ibérica. Kongo Gumi se dedicó durante cuarenta generaciones a la construcción de templos budistas, pero parece que ese sector tan especializado no atraviesa su mejor momento y las deudas obligaron a la familia Kongo a venderla a una gran corporación.
Es un problema bastante común: la sociedad de hace más de mil años no tenía mucho que ver con la actual, de manera que los negocios que han sobrevivido todo este tiempo suelen encuadrarse en unas pocas actividades muy concretas. Y no son precisamente la ingeniería informática. En Italia, la compañía familiar más vetusta es Marinelli, una fundición especializada en campanas que comenzó sus actividades alrededor del año 1000. Desde entonces, aseguran, los sistemas de producción casi no han cambiado. Los Marinelli son proveedores del Vaticano y manufacturan unas cincuenta campanas al año: sus productos suenan por todo el mundo, desde Río de Janeiro hasta Sydney. Pero los actuales copropietarios, Pasquale y Armando Marinelli, temen que pronto empiecen a tañer por el final de su dinastía, ya que los jóvenes suelen «aburrirse» ante el trabajo lento y minucioso que requiere una buena campana.
Aquellos pobladores medievales que acudían a misa convocados por las campanas de Marinelli llevaban vidas duras, rácanas en alegrías, pero tenían en el vino una vía de expansión a su alcance. La bebida es uno de los puntos de contacto más notables entre su existencia y la nuestra, y lo más asombroso es que incluso podríamos ponernos de acuerdo sobre algunas marcas: el mundo de las bodegas, tan apegado a la tradición, es uno de los sectores con más empresas de larguísimo recorrido. La más antigua, coetánea de Marinelli, está en Francia y se llama Goulaine. En realidad, se supone que ya producían vino antes del año 1000, pero en aquella primera época se lo bebían ellos mismos.
Hoy, el imponente ‘château’ del valle del Loira acoge también banquetes de boda, un museo y una sorprendente granja de mariposas. Robert de Goulaine, undécimo marqués de la dinastía, era un personaje pintoresco que falleció en febrero de este año: atesoró una envidiable colección de discos de jazz y escribió obras como ‘Los señores de la muerte’ o el ‘Libro de los vinos raros o desaparecidos’. En España, un tal Jaume Codorníu ya poseía prensa y barricas a mediados del siglo XVI, cuando reinaba Carlos I. Cien años después, la heredera de la familia se casó con un Raventós, que ha sido desde entonces el apellido de la saga que maneja los destinos de Codorníu: el mes pasado se reunieron en Sant Sadurní d’Anoia 525 miembros de las cinco ramas de la familia, que abarcaban desde la decimoquinta hasta la decimoctava generación.
Salsa de soja
La revista estadounidense ‘Family Business’ se ocupa de mantener actualizada una lista de los cien negocios familiares más antiguos. Al leerla, uno va topándose con algunos nombres que, como Codorníu, mantienen hoy su vigencia en forma de marca: Kikkoman, por ejemplo, es una salsa de soja que se ha hecho popular en nuestros supermercados en los últimos años, pero se trata de una casa fundada en Japón en 1630; la armería italiana Beretta, con sus resonancias de cine negro, lleva en activo desde 1526, cuando Bartolomeo Beretta cobró 296 ducados a cambio de unos arcabuces vendidos a la República de Venecia; los lapiceros Faber-Castell, que tanto utilizábamos en clases de dibujo, arrancaron en Alemania en 1761, y el tequila José Cuervo ha animado muchas parrandas desde el nacimiento de la firma en 1758.
Quizá uno de los casos más inesperados, por la modernidad del ámbito en el que obtiene actualmente la mayor parte de sus ingresos, sea el de Zildjian, una marca muy conocida entre los aficionados al rock: un listado casi interminable de baterías, que abarca desde el ‘beatle’ Ringo Starr hasta Lars Ulrich, de Metallica, han aporreado los platillos de esta compañía, surgida en 1623 en Constantinopla. El fundador fue un alquimista armenio llamado Avedis que, cuando combinaba metales en un intento de producir oro, se encontró con una aleación que resonaba estupendamente al darle forma de címbalo. No consiguió la ansiada transmutación, pero su familia sigue viviendo de aquel hallazgo quince generaciones después, así que tampoco se le puede llamar fracasado.
En algunos casos, la antigüedad puede servir de excelente carta de presentación. La constructora más antigua del mundo está en el Reino Unido y se llama Durtnell & Sons, aunque esa coletilla de ‘e hijos’ se ha quedado un poco corta en los más de cuatrocientos años que lleva levantando casas. En 1591, dos hermanos llamados John y Brian empezaron a construir su primer edificio, un inmueble con la estructura de madera de roble situado a las afueras de Penshurst, en el condado de Kent. Y allí sigue, como testimonio de que la familia trabaja bien o, al menos, de que sabía hacer las cosas a finales del siglo XVI

Si te gustó el artículo y la temática del Blog por favor sería muy interesante para todos que nos dejes tu comentario.

Además, puedes recibir todos los artículos completos en tu buzón de e-mail ingresando tu dirección de correo en la opción de suscripción en la página principal. Tu dirección de e-mail solo se utilizará para mandarte la actualización del blog diariamente. Muchas gracias por acompañarnos.

Puedes encontrar más material relacionado al presente, en nuestro Blog Grandes Pymes http://jcvalda.wordpress.com

Lectura relacionada  La inadecuada denominación en términos de “oficinas familiares”

Si quieres ver más posts de la misma categoría, haz click aqui:


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.