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Un espacio para aprender que no es necesario ser una empresa grande para ser una Gran Empresa
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Vivimos tiempos difíciles; en medio de tantas inseguridades, necesitamos confianza para emprender nuevos riesgos por los caminos de la innovación, la internacionalización, para adentrarnos por ese mercado global al que nos
vemos abocados, repletos de nuevas formas de comunicación y lenguajes recién estrenados.
Estamos creando un nuevo paisaje para nuestra actividad. Y en ese nuevo paisaje, yo quiero que queden bien definidos los valores a los que debemos nuestra existencia, nuestra permanencia. Estoy hablando de la empresa familiar: estoy hablando del esfuerzo, del trabajo duro, de la constancia, de la austeridad, llegado el caso.
Los políticos parecen avanzar a tientas entre medidas que llegan tarde o no llegan nunca. Nuestro entorno económico zozobra. Nadie nos puede garantizar el futuro, ni asegurar que las turbulencias terminarán en tal o cual plazo.
Visto desde dentro, la tempestad no tiene visos de amainar y se corren riesgos de dejarse gobernar por el miedo y perder las referencias.
Hoy, más que nunca, hemos de echar mano de nuestras fortalezas. Necesitamos apoyarnos en un entorno confiable, que nos permita recuperar la calma necesaria para tomar sabias decisiones.
¿Y donde está la fuerza de las empresas familiares? No hay que ir muy lejos, porque esa fuerza está en nuestra propia historia, en la familia que conforma la cabeza visible de nuestros proyectos empresariales; en el ejemplo de quienes los fundaron y de quienes, con un enorme esfuerzo, continuaron trazando un camino que nunca está definido para siempre. La construcción de cada una de nuestras empresas es una lección magistral de navegación en mares revueltos; una travesía para la que hemos contado, –a veces a lo largo de muchas generaciones–, con un equipo afanado, permanente y perdurable, que nos ha acompañado y nos ha puesto un horizonte común, en ocasiones muy duro, para el que todos hemos servido, de una u otra manera.
Son tiempos para devolver la mirada a los nuestros, para afianzar nuestras raíces y con ellas atravesar, una vez más, la mala mar.
No es la primera tempestad ni será la última, lo sabemos. La pasadas semanas saltó a la prensa la noticia de que el presidente del Banco de Santander, Emilio Botín, confiaba a su hija Ana Patricia, la presidencia del Santander UK, el segundo banco británico; un peso pesado de las finanzas mundiales. De entre todos los profesionales de primer nivel del mundo, el presidente del Banco de Santander dirigió su mirada hacia una de los suyos: su hija mayor. La familia supone la continuidad, la confianza, la cercanía; representa una apuesta a largo plazo por un proyecto empresarial que nació hace ya cinco generaciones y que no ha parado de crecer. Pero el caso de los Botín es sólo un ejemplo más de que la empresa familiar, y la familia, es un espacio de crecimiento y perdurabilidad para las empresas y también un territorio de formación para las personas. Quienes conformamos las empresas familiares -grandes o pequeñas- sabemos que la familia es la primera escuela para las nuevas generaciones, el vínculo que estrecha compromisos, apoyos, fidelidades afianzados siempre en tiempos difíciles. Que la familia empresaria
nutre al proyecto empresarial de expectativas, de acicates, de retos, de controversias, de apoyos que a veces no tienen su correspondencia en los consejos de administración, pero que son parte de nuestro patrimonio inmaterial: hablo del cariño, de la constancia, de la espera y hablo del compromiso de la familia con el proyecto empresarial; ese entorno que hace posible que quienes se enfrentan a diario a las dificultades del mercado no se encuentren solos.
Por razones de mi actividad empresarial, he asistido en estas semanas pasadas a la entrega de los II Premios Bodegas Vicente Gandía, durante la celebración en Alicante de Lo mejor de la gastronomía. Casi todos los premiados resultaron ser miembros de empresas familiares. Desde el restaurante l’Escaleta, de Concentaina, al Nou Manolín, de Alicante o Nuestra Barra, de Elche que se llevó el premio Revelación, o el premio Mujer emprendedora, que recibió la Taberna del Gourmet, de Alicante, incluso el Celler de Can Roca, el gran restaurante de vanguardia de Girona.
¿Acaso se trate de una casualidad? Yo no lo creo así. El trabajo bien hecho no es nunca fruto del azar. Pocos días después, se entregaron más galardones a empresas de la provincia, con motivo de los premios Alfil. En cabeza, empresas familiares: desde el Grupo Soledad de Elche, al Grupo Actiu, de Castalla, la turronera, Almendra y Miel y la empresa zapatera ilicitana Gioseppo Resulta emocionante escuchar a los jóvenes que dirigen sus palabras de agradecimiento a sus mayores de quienes, afirman, no sólo heredaron el oficio sino algo más de fondo, que no se aprende en las universidades: el amor por el trabajo bien hecho y la mirada a largo plazo. Esos jóvenes no avanzan a lomos de sus apellidos, sino sobre su propio esfuerzo, sobre el tesoro de la experiencia acumulada desde su niñez, crecidos entre calmas y tempestades que sus mayores supieron sortear.
A esos valores de la empresa familiar va dedicada esta reflexión: a la vocación de permanencia, a la resistencia, a la capacidad de reinventarse llegado el caso. Entre tanta dificultad, contamos con un valioso tesoro y hemos de tenerlo a gala: el de ser parte de una empresa formada no por unos individuos, sino por una familia. Palabras mayores, el principal activo de la empresa familiar.
Autor Gonzalo Paris. Presidente de la Asociación de Empresa Familiar de Alicante

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