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En el mundo del lujo no hay mejor carta de presentación que la tradición, la calidad y el trabajo artesano bien hecho. La firma suiza Chopard celebra su 150º aniversario con los deberes hechos y su marca situada entre las mejores de la alta relojería y joyería

Apenas vi al señor Chopard sentando en su banco de trabajo delante de la ventana, supe que nuestras empresas estaban hechas la una para la otra”. Esta frase de Karl Scheufele III, actual presidente de Chopard, resume el encuentro entre la tercera generación de dos empresas familiares que se desarrollaron en paralelo hasta que se produjo el flechazo entre ambas en 1963 y empezó una nueva época para una firma que, pese al cambio de dueño, siguió conservando el nombre original: Chopard. Este año cumplen 150 de creativo y minucioso trabajo que han situado su marca entre las mejores del mundo de la alta relojería y joyería.

Hoy, la familia Scheufele sigue al frente de la compañía, con Karl III y su esposa, Karin, como presidentes, y sus hijos Karl-Friedrich y Caroline como copresidentes. Karl-Friedrich es además responsable de la división de relojes para hombre y se ocupa de los aspectos tecnológicos y comerciales de la empresa; mientras, su hermana Caroline es la directora creativa de la alta joyería y responsable de la organización y gestión de las boutiques, de los perfumes y accesorios. Este afinado cuarteto codirige una empresa con 1.700 empleados, 120 boutiques propias y 1.600 puntos de venta situados en las principales ciudades de 124 países del mundo. Un negocio en el que intervienen 45 oficios diferentes, pero en el que la batuta familiar siempre marca los ritmos.

“Creo que lo que nos distingue todavía de otras firmas es precisamente que somos una empresa familiar, no solo una marca”, afirma Karl-Friedrich. Su hermana Caroline corrobora esta opinión: “Llevamos 150 años funcionando así. Es un lujo trabajar de esta manera, no hay discusiones como sucede en otros grupos”.

Innovar respetando la tradición y el trabajo artesanal conforman el ADN de esta empresa que sorprende con sus imaginativas creaciones de joyería, que alcanzan su expresión más visible en las joyas que lucen las estrellas en el Festival de Cine de Cannes, con el que Chopard colabora oficialmente desde 1998, y en las distintas colecciones de sus relojes, que pueden presumir de llevar manufacturas propias, algo al alcance de una docena escasa de marcas en el mundo. “Lo importante es encontrar el equilibrio y saber conjugar elementos como la belleza, la modernidad, la tradición y la artesanía”, explica Caroline. “Mi hermano, por ejemplo, se inspira mucho en la historia, pero es a la vez muy contemporáneo y creativo. No vivimos en el pasado, aprendemos de él sin olvidarnos del presente”.

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Para conocer las raíces que sustentan al Chopard actual hay que remontarse en el tiempo y adentrarse en una adquisición empresarial que también significó la unión de la historia de dos familias. Chopard, como marca, nació en Sonvillier, una población situada en el corazón de la región del Jura suizo. Allí Louis-Ulysse Chopard, hijo de un campesino, se había dedicado al oficio de relojero y pronto se dio cuenta de que los campesinos de la zona montaban los movimientos de los relojes para que otros los metieran en las cajas y los vendieran ya acabados, llevándose la mayor parte del beneficio. En 1860, con solo 24 años, decidió fundar su propia manufactura relojera, bautizada L.U.C., y distinguirse del resto creando relojes de precisión con decoraciones muy especiales.

En 1877 nació en Pforzheim, en el corazón de la Selva Negra alemana, Karl Scheufele I, que pronto se quedó huérfano y aprendió relojería en el orfanato al que fue trasladado. Karl empezó a trabajar como representante de comercio, y en 1904 creó su propia marca y comenzó a fabricar colgantes, brazaletes, broches de oro y diamantes y cajas de relojes para firmas suizas. Después de la I Guerra Mundial, se adelanta a las condiciones del mercado, elimina las joyas de su catálogo y se centra en los relojes, llegando a crear modelos y cajas que son auténticas piezas de alta joyería.

Tuvieron que pasar los años y llegar 1963 para que la tercera generación de las familias Paul-André, por parte de Chopard, y Karl III, de los Scheufele, se encontraran. El primero era un relojero de mucho talento, pero con escasa visión comercial; al segundo le sobraba esta cualidad y quería comprar una manufactura relojera suiza creativa y artesana. Tras ese amor a primera vista entre comprador y vendedor, Scheufele adquirió Chopard y consiguió entrar en el cerrado club de los grandes relojeros suizos, haciendo realidad el sueño que su abuelo tuvo que aparcar a causa de las guerras.

“Uno de nuestros objetivos es no depender de otros fabricantes”, explica Karl-Friedrich Scheufele, “es decir, fabricar todos los componentes de nuestros relojes, incluidas las piezas de los complicados mecanismos”.

Para los no avezados en el mundo de la relojería es el momento de explicar que existen muchas marcas de relojes, pero muy pocas que fabrican sus propias manufacturas, sus calibres, complicaciones, movimientos… Y fue precisamente el actual copresidente, Karl-Friedrich, quien reactivó esta actividad fundando la Manufactura de Alta Relojería en la localidad suiza de Fleurier en 1996. “Los relojes”, continúa Karl-Friedrich, “precisan maquinaria interna para funcionar, y en ellos el diseño y la calidad son esenciales. Es una técnica que está a nuestro alcance, no es electrónica, no trabajamos en una cadena de montaje, sino de forma artesanal. En este sentido, la fabricación de relojes tiene algunos aspectos en común con la fabricación de coches antiguos, que es una de mis grandes aficiones”.

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Una pasión que comparte con su padre, Karl III, que se mantiene plenamente activo en la empresa y fue quien la transformó en la firma internacional que es hoy. Primero fueron las piezas art nouveau y art déco; después, modelos de relojes de una calidad e innovación que les hicieron acreedores varios años consecutivos de premios que en el mundo de la joyería se pueden equiparar con los Oscar en el del cine. Y en 1976 llegó el lanzamiento del reloj Happy Diamonds, un concepto rompedor en el que los diamantes, primero, y después otras piedras preciosas se mueven en libertad entre dos cristales. Una idea inédita hasta entonces que liberó a los diamantes de los engarces y representó una auténtica revolución, además de convertirse en marca de la casa.

Precisamente un payaso articulado con un cuerpo transparente en el que se mueven unos diamantes fue el primer diseño de una Caroline adolescente y su primer éxito por sorpresa. Su padre transformó el dibujo de la joven en una pieza que le regaló, y el humor de esta creación rejuveneció la imagen de Chopard y se convirtió en su amuleto. La línea de joyas Happy Diamonds, dirigidas a un público más joven, acababa de nacer, y Caroline descubría su pasión por el diseño.

Chopard, hasta entonces firma relojera, encontraba en ella la impulsora perfecta para su línea de joyería. “Cuando empecé en la empresa”, recuerda Caroline, “era fabricante de relojes y diseñaba joyería, no había nada que discutir al respecto. Pero una mujer podía comprarse un reloj y también tres joyas diferentes. Poco a poco me fui implicando cada vez más en la joyería y haciendo una colección tras otra. Hoy, desde el punto de vista del valor, en la empresa tenemos un 60% de relojes y el resto es joyería”.

Preguntar a esta diseñadora y gemóloga cómo se enfrenta a su trabajo cuando tiene delante el proceso de crear una nueva colección es la pregunta del millón. “La inspiración llega de un montón de cosas. Puede ser un color, una canción, a veces un nombre. Después hablo con mi equipo de diseñadores. Desde el primer boceto hay que pensar en los detalles más técnicos. A veces un milímetro de diferencia es decisivo”.

Tanto Caroline como su hermano han tenido claro que en el mundo en el que se mueve su empresa tener un buen escaparate resulta básico. Su suerte ha sido poder compaginar sus aficiones con una estupenda estrategia de marketing. El cine, en el caso de Caroline, ha significado una plataforma inigualable para sus colecciones de joyas, piezas únicas que año tras año desfilan por las principales alfombras rojas del mundo lucidas por las rutilantes estrellas del celuloide. Karl-Friedrich, sin embargo, ha heredado la pasión de su padre por las carreras y los coches antiguos, y Chopard se ha vuelto inseparable, por ejemplo, de la mítica carrera Mille Miglia, calificada por Enzo Ferrari como “la más bella del mundo”, y del Grand Prix de Mónaco Historique, entre otras. Modelos de relojes de serie limitada y automovilismo unidos para deleite de los amantes del deporte.

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Incluso la forma de celebrar su 150º aniversario delata el carácter de los propietarios. Ellos lo han celebrado trabajando: una colección de 150 joyas únicas con el mundo animal como inspiración y cuatro calibres o movimientos nuevos para relojes masculinos han sido la forma que ha elegido esta empresa familiar para decir: “Seguimos aquí 150 años después y lo hacemos con el mismo compromiso de calidad de siempre”.

“Para nosotros, el lujo significa calidad”, afirma Karl-Friedrich. ¿Incluso en tiempos de crisis? “Incluso entonces. Aunque con la situación económica actual todavía no hemos recuperado los niveles de ventas de años atrás, la gente sigue valorando una buena marca. Todos sabemos establecer la diferencia entre un objeto que divierte y otro que está muy bien hecho”.

Autora maite Nieto

 Fuente http://www.elpais.com/articulo/portada/Precision/familia/elpepusoceps/20101226elpepspor_6/Tes

 

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