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Casi todas las decisiones que usted toma en el presente, apuntan a obtener un resultado futuro: por ejemplo, usted estudia medicina para (mañana) trabajar de médico; o ahorra dinero para (el próximo verano) salir de vacaciones.

Si bien el presente y el futuro son los dos tiempos involucrados en una decisión, el proceso que usted sigue al decidir suele verse muy influenciado por el pasado. Es posible que -como la mayoría de las personas- usted no advierta la determinante influencia que el pasado tiene en su futuro.

Todo el tiempo, condicionamos a consideraciones pasadas decisiones sobre acciones presentes que van a construir nuestro futuro. Así, por transitividad, “atamos” nuestro futuro al pasado. Esto ocurre cada vez que -para decidir- damos un gran peso a los siguientes elementos:

Antecedentes: cuando estamos por tomar una decisión, lo primero que buscamos con antecedentes de las diversas opciones, que nos sirvan de “referencia”. Por ejemplo, para comprar un automóvil, pedimos la opinión de personas que hayan tenido ese modelo; para apostar por un equipo deportivo, analizamos los resultados de competencias anteriores; para contratar a una persona, pedimos referencias de su desempeño en otros lugares de trabajo; y así
sucesivamente. La información que obtenemos de los antecedentes, hace que nos inclinemos hacia determinada alternativa, o que descartemos otra.

Vivencias: cuando evaluamos las opciones presentes, solemos compararlas con una experiencia similar que tuvimos en el pasado. Por ejemplo, decidimos viajar en avión y no por carretera, porque meses atrás fuimos testigos de un
accidente automovilístico; o decidimos dejar de comer dulces, porque en nuestra familia siempre se dijo que la abuela había perdido sus dientes por comer tantos caramelos. La impresión que nos deja la experiencia, cobra mucha relevancia al momento de decidir.

Familiaridad: es habitual que decidamos según este criterio. Por ejemplo, elegimos comprar un modelo de televisor de la marca que utilizamos siempre. Nos sentimos más cómodos y seguros cuando elegimos algo que ya elegimos previamente, o que se parece mucho a otra cosa que ya conocemos.

Decisiones anteriores: tendemos a tomar decisiones que justifiquen nuestras elecciones anteriores, aunque éstas hayan probado ser erróneas. Esto ocurre porque nos cuesta admitir un error y reconocer que hemos tomado la decisión incorrecta. Por ejemplo, preferimos continuar invirtiendo dinero en un automóvil aunque tenga graves problemas mecánicos, que cambiarlo por otro.

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Si decidiésemos deshacernos de ese automóvil, de alguna manera estaríamos admitiendo que nos equivocamos al comprarlo. Aunque no sea lógico, desde un punto de vista psicológico, resulta más seguro cubrir un error que repararlo.

Creencias arraigadas: al momento de decidir, solemos basarnos en aquello que creemos, que muy posiblemente arrastramos del pasado. Las creencias actúan como “filtro” al momento de analizar la información disponible y evaluar las opciones. Por ejemplo, si creemos que vivir en el campo es mejor porque es un ambiente más tranquilo, es muy probable que ignoremos aquella información que contradice este supuesto y que pone de manifiesto la incomodidad, la pérdida de tiempo o la inseguridad de vivir en una zona rural. Preferimos ajustar la información a nuestra posición, que hacer lo inverso.

Decidir a partir de aquello que nos dijeron, que vivimos, que conocemos, que decidimos antes, o que pensamos… son formas de convertir el pasado en un “factor decisivo”.

Como el pasado aporta pruebas fácilmente verificables e indiscutibles, constituye un punto de partida seguro para decidir. Apoyarse en el pasado da la sensación de estar pisando “terreno firme”. Pero -si bien puede dejarnos más tranquilos- el pasado aumenta la resistencia al cambio y puede distorsionar nuestro criterio de decisión. Tengamos en cuenta que -en un clima de cambios frecuentes e imprevisibles como el que se vive- la “historia” puede dar lugar a previsiones incorrectas.

Cuando usted realiza un análisis “retrospectivo” y examina la decisión que tiene por delante en relación al pasado, tal vez sienta que está tomando más elementos en consideración y siguiendo un proceso de decisión más “objetivo”. Pero lo más probable es que el pasado -en lugar de darle una visión más amplia y objetiva- refuerce sus miedos, afirme sus ideas preconcebidas y limite su creatividad.

Si decide sobre aquello que ya conoce, ya vivió, o ya cree, cerrará la posibilidad de evaluar nuevas opciones, lo cual puede llevarle a perderse oportunidades interesantes. Además, al enfocarse exclusivamente en el pasado Usted puede verse demasiado influenciado por cuestiones emocionales (traumas, comodidad, nostalgia, inercia, etc…) que distorsionan su razonamiento y -por ende- la evaluación de las opciones. “Atarse” al pasado es un error de juicio muy habitual, que puede sabotear sus objetivos e intereses.

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Desde luego, usted no puede evitar que el pasado influya en sus decisiones… pero sí puede ser consciente de esta influencia y moderarla!

Para evitar que el pasado tenga tanto peso en sus decisiones presentes y condicione su futuro, coloque por encima de la experiencia sus metas, sus valores y sus visiones; no crea que porque algo funcionó, funcionará, ni porque no resultó antes ahora tampoco; deje la puerta abierta a nuevas posibilidades; y -fundamentalmente- aprenda a convivir con una dosis de incertidumbre. Desátese del pasado… y verá crecer sus opciones!

Fuente Club de la Efectividad

 

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