por Eduardo Larriera 

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por Eduardo Larriera 

“Síndrome de éxito”… ¿pero qué es eso?, será algo nuevo que han inventado ahora para mantener viva la idea de que la gente de empresa contamos hoy ya casi con un diccionario propio: “zona de confort”, “coaching”, “outsorcing”, “team building”, “outplacement”, “planing” y un enorme etcétera. Por lo menos éste nuevo término viene en español, pero, ¿no sería bueno también traducirlo al inglés?.

 Cuando percibo que he alcanzado un elevado nivel dentro de la empresa y comienzo a experimentar esa “dulce” sensación de que “he llegado”, que lo he logrado gracias a mis propias competencias, entonces es bueno que vaya sabiendo que estoy en riesgo de comenzar a padecer del “síndrome de éxito”.

El síndrome de éxito es una especie de ataque de autosuficiencia que me lleva a percibir las cosas de un modo tal, que si algo no funcionara como se espera, comenzaré por sentir que alguien, que obviamente no soy yo mismo, no ha hecho las cosas bien.

Cuando comienzo a padecer del síndrome de éxito, también dejaré de tener presente conceptos que he estudiado tanto en la carrera de grado como en alguno de los tantos master cursados con éxito. Conceptos básicos, por ejemplo vinculados al principio de autoridad, donde he visto que lo que sí puedo delegar son las tareas, pero que no es posible delegar la responsabilidad por la realización de tales tareas y el logro de los objetivos asociados.

Algo que pone en evidencia que estoy padeciendo de este síndrome está en la forma en que intento explicar las dificultades en los logros. Hasta puedo convertirme en alguien muy eficaz para explicar el porqué no se ha sido eficaz en el logro de lo esperado.

El síndrome de éxito nos afecta de tal modo que podemos olvidar estos conceptos elementales: si la responsabilidad no se puede delegar, debo saber que continuaré siendo responsable tanto de lo que mi equipo de colaboradores pueda lograr como de sus fallos y sus eventuales fracasos.

En este contexto, es muy probable que me vaya convirtiendo cada vez más en una persona con dificultades para escuchar comentarios, sugerencias y preguntas que promuevan una reflexión útil para el crecimiento.

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Ello tiene su lógica, pues si es síndrome de éxito, me lleva a suponer que ya he crecido lo suficiente, ya lo aprendí, que a quienes les falta aprender es a mis colaboradores y no es mi responsabilidad enseñarles, pues ellos deben aprender a buscarse la vida tal como lo hice yo.

Me resultará difícil detenerme a escuchar abiertamente a lo que los otros tengan para decirme. Sentiré que no necesito psicólogos, terapeutas, coaches ni nada de eso, pues yo ya lo sé.

Sentiré que he alcanzado la posición de “vaca sagrada”, y sólo me sentiré mal si ocurre alguna circunstancia en la que “por culpa de algún incompetente”, (que es cierto que los hay), ocurrió la dificultad.

Tampoco me preguntaré acerca del porqué hay algún incompetente en mi equipo, seguramente pensaré que se trata de una incompetencia del área de selección de personal, de “estos de recursos humanos”. Cuando estoy en la posición de “vaca sagrada”, no me pregunto si yo he tenido alguna responsabilidad por aceptar a la persona que me fue propuesta por Recursos Humanos.

Parte del problema consiste en no poder reconocer que el proceso de crecimiento recorre un camino en espiral, que no se trata de un camino lineal.

Si recorremos nuestra historia personal, seguramente hallaremos situaciones y momentos en que hemos experimentado el sentimiento de “vaca sagrada”, ese estado de  enamoramiento de nosotros mismos, que nos ha llevado por momentos a sentir que somos casi unos genios. Y ¿porqué el casi?, muchas veces ese casi está de más.

Y si prestamos atención, en esa mirada de nuestra historia seguramente encontraremos también situaciones y momentos posteriores al estado de vaca sagrada que nos conectan con la otra cara de la moneda descubriendo que luego de alguno de esos momentos de éxtasis le han seguido otros más difíciles y hasta de fracaso.

 También es probable que nos haya costado percibir y comprender sobre los motivos de esta falta de éxito y aún menos reflexionar sobre ello.

Si no pudimos otorgarnos la posibilidad de mirarnos a nosotros mismos con una curiosidad sincera que nos ayude a comprender lo que nos ocurrió, no habrá Consultor, ni Coach que pueda ayudarnos.

No existen vacunas que nos protejan del “síndrome de éxito”, se trata de lanzarnos a la tarea de aprender de nuestra propia experiencia, para poder comprender qué es lo que nos ocurre, para así poder aceptar luego nuestras limitaciones expresadas en dicho fracaso y poder iniciar entonces un paciente y útil proceso de fortalecimiento a partir de una saludable reflexión que nos permita crecer.

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Pues para poder cambiar, mejorar, crecer, es necesario que podamos aceptar nuestras limitaciones. Pero si estamos atacados por el síndrome de éxito, esto no será posible. Más aún, es probable que con el devenir del tiempo este síndrome se instale cada vez más, se quede a vivir dentro nuestro y nos lleve a desarrollar un comportamiento que nos produzca un creciente sufrimiento y les haga la vida muy difícil a quienes nos rodean.

¿Qué podemos hacer entonces?. Quizás varias cosas, aunque no son muchas, pero es muy probable que ayude, (aunque nunca es seguro) observarme a mi mismo y estar muy atento, para que ante la percepción de los primeros atisbos de los síntomas del síndrome de éxito poder buscar ayuda, sabiendo que esta ayuda, bien podrá ser la que proporcione un profesional, tipo Coach, Mentor, Psicoterapeuta, etc. o la de algún amigo o colega que cuente con por lo menos estas tres cualidades: ser una buena persona, es decir, que se interese genuinamente por mi y lo que me ocurre; alguien que tenga “visión”, es decir capacidad para ver un poco más allá de lo inmediato y tomar perspectiva con la situación y finalmente, una persona que sepa algo del tema. 

Autor Eduardo Larriera – elarriera@coachingmayeutico.com 

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