Por Kim Kiyosaki

Tú eres la única persona que cuidará de ti. Escucha lo que tus instintos te dicen.

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Por Kim Kiyosaki

Tú eres la única persona que cuidará de ti. Escucha lo que tus instintos te dicen.

Así que, incluso cuando pierdo dinero en una inversión, esa pérdida me está diciendo que hay algo que tengo que aprender. La gente que evita cometer errores se queda atascada, incluso atrapada, por lo que saben. Rara vez se aventuran a las aguas desconocidas y no aprenden nada nuevo.

En segundo lugar, me encontré con que mis errores – los resultados reales que no coincidan con los resultados esperados – caían en una de estas dos categorías: 1. Donde perdía dinero o 2. Donde perdía un buen trato.

Todos estos casos, tenían algo en común. El error no era perder dinero o perder el trato. Ese era el resultado. Lo que era más importante, era lo que causaba el resultado. Ahí es donde el verdadero error – y la lección – se encuentra.

Resulta que todos los memorables y costosos pasos en falso que di, eran el resultado del mismo y simple, pero poderoso error: Mis mayores errores de inversión se produjeron en los momentos en los que yo… no confié en mis instintos.

Era la época en la que dudaba de mi misma: cuando algo sonaba tan bien que tenía que ser verdad (eso también es conocido como avaricia) o cuando permitía a los llamados expertos me hablaran de ello.

No confiar en tus instintos, también conocido como no seguir tu intuición, puede durar sólo un momento. Es cuando ves o sientes algo, tan sutil como pueda ser, y lo ignoras.

“No, debo haber oído mal.”

“Estoy seguro de que este caso es la excepción.”

“Pero todos mis amigos han invertido en esto. Deben saber algo”.

Mi “errores” se produjeron cuando no le hacia caso a las señales de advertencia que aparecían, y ahí es cuando me metía en problemas.

Puede ser algo tan simple como tu instinto diciéndote: “Vende las acciones de ABC ¡¡¡YA!!!” Entonces el broker te dice que no te preocupes, todo está bien… y entonces las acciones caían en picada. A mi me pasó.

O cuando me di cuenta, en un instante, que debía alejarme de un trato, porque mi instinto gritaba “¡No, no, no!” Me metí en el trato porque los retornos que se reportaban eran mejores que cualquier otro trato que había visto, y yo quería esos retornos. Esta es la historia que describe ese escenario:

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Mi esposo Robert y yo conocimos a un hombre que poseía un fondo de cobertura mientras estábamos asistiendo a un seminario sobre acciones y trading. Varios inversores que conocíamos estaban invirtiendo con él y nos contaban sobre los increíbles beneficios que estaban recibiendo. Estábamos interesados. Tan interesado, de hecho, que hicimos un viaje especial a las oficinas de su empresa en Florida para llevar a cabo nuestra diligencia debida sobre la empresa.

Este hombre afirmó haber diseñado un sistema único y confidencial que era el núcleo de su éxito. Había recién reformado y mudado a una oficina de lujo. Hice una nota mental de los altos costos que estaba pagando mensualmente. Lo que oímos y vimos no daba lugar a ninguna alarma. Esa noche, él y algunos miembros de su equipo directivo nos llevaron a cenar a un restaurante de alto nivel.

Este hombre quería dejar bien en claro lo buen cristiano que era. Ahora, a mi no me importa si una persona es cristiana, judía, budista, musulmán o hindú. Sin embargo, soy una firme creyente en practicar lo que se predica, si este hombre habla de sus principios religiosos conmigo, espero que actúe de una manera que sea congruente con esos principios. Este no fue el caso.

Durante la cena, y después de un poco de vino, este hombre y sus seguidores se convirtieron en las más detestables, rudas, misóginas y vergonzosas personas con las que jamás había estado rodeada. Los que estaban cerca de nuestra mesa se levantaban y se iban. En ese momento sabía en mi interior, al menos a nivel “cristiano”, que este hombre no practicaba lo que predicaba. Y mis instintos izaron la bandera roja: “¿Dónde más no practica lo que predica?” Ese fue el momento en el que debí dejar el trato.

A la mañana siguiente me convencí de que tal vez eso fue sólo un evento fortuito. Tal vez este hombre sólo liberó un poco de presión.”¿Puedo realmente juzgar el carácter de una persona por un incidente?” Me pregunté a mí misma.

¿Por qué no confié en mis instintos? Por codicia. Los rendimientos de sus inversiones eran mucho más altos que la media. Las personas con las que hable que estaban invirtiendo con él, no paraban de alabarlo. “Podría pasar por alto esa única falla, si eso significaba que haría un montón de dinero”, pensé.

Así que Robert y yo invertimos dinero con este hombre. Los informes que recibimos mostraban unos retornos hermosos, en papel. Estábamos a punto de invertir más dinero en el fondo de cobertura, cuando Robert trajo a casa un bien-conocido periódico de inversión. En la portada estaba nuestro amigo, el Sr. Fondo de Cobertura, sentado en la playa con el título “¿Le confiaría a este hombre su dinero?”

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Al principio quedé sorprendida, y entonces empecé a defender al tipo. ”Probablemente es un empleado descontento que quiere vengarse”, pensé.

De hecho, este hombre estafó a sus inversionistas por millones de dólares, que se los gastaba en todo, desde una nueva casa hasta un barco nuevo. Él está en la cárcel, y los inversores tal vez puedan recuperar un 10 por ciento de su dinero.

La lección para mí fue la siguiente: Si hubiera confiado en mis instintos, en ese momento decisivo en la cena, cuando sabía que algo no era como debería ser, me habría ahorrado dinero, angustia y frustración.

Los errores son realmente errores sólo cuando los ocultas y pretendes que nunca ocurrieron; y si lo haces, no aprendiste nada. Y en ese caso, acabas de desperdiciar un error valioso.

Fuente: http://www.richwoman.com/Resources/Articles/Trust-Your-Gut

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