por Dr. Leonardo J. Glikin

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por Dr. Leonardo J. Glikin

Reconocer a los padres, a los hermanos, a los hijos… por lo que hicieron y por lo que significan, es una de las claves para relaciones societarias durables, y empresas de familia con futuro.

– ¿Qué le reconoces a Juan? – le pregunto a Valeria, enojada, porque su hermano y (quizás) futuro socio, ha llegado tarde a la reunión como tantas otras veces, y no ha cumplido con las tareas planificadas.

– Bueno, le reconozco su honestidad. Y su simpatía; creo que es el mejor vendedor que tenemos. Pero…

– No, hasta aquí llegamos, esta no es la parte de los peros…

-¿Y vos, Juan, qué le reconoces a Valeria?

– Creo que ella también es muy honesta. Y muy dedicada al trabajo. Y sé que las cosas que me dice, no tienen mala intención, pero…

– Te digo lo mismo que a Valeria: de los peros vamos a hablar después… Por ahora, les pido que esto mismo que me dijeron a mí, frente a mis preguntas, ahora se lo digan entre ustedes, mirándose a los ojos.

Tardaron en mirarse a los ojos. Pero lo hicieron con autenticidad. Y se dijeron lo mismo, casi con una sonrisa, como confesando una intimidad. Les pedí que se siguieran mirando a los ojos, y que pensaran y dijeran, una por vez, otras frases elogiosas hacia el otro.

Se fueron soltando poco a poco. Se intercambiaron conceptos, o hechos valorados, uno a uno, en un juego que nunca habían jugado.

Porque la historia de Juan y Valeria era la del reproche continuo y rotulado: Juan era el incorregible y Valeria era la insoportable, más interesados, cada uno de ellos, en seguir jugando su rol, que en encontrarse con el otro.

Este ejercicio fue el comienzo de un cambio. Fue la posibilidad que tuvo, cada uno de ellos, de re-conocerse en las palabras del otro, de descubrir que no todo eran impactos negativos, sino que había una serie de virtudes, de las que nunca se hablaba, pero que el otro había podido registrar… en algún caso, pude ver la expresión de sorpresa de alguno de ellos, frente a una afirmación del otro que sentía como exagerada, o hasta impertinente.

Lo cierto es que este diálogo les permitió tomar conciencia de lo que cada uno de ellos significa para el otro. Y que es mucho más lo positivo que lo negativo y, por lo tanto, que vale la pena elegirse como socios para el futuro.

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He aquí una de las claves para la asociatividad en la segunda, o tercera generación: entender que no están “atrapados sin salida”, en una sociedad heredada, condenados a ser los sucesores de sus padres sin el menor entusiasmo.

Por el contrario, tienen la oportunidad de ser artífices de su propio destino, eligiéndose como socios por sus virtudes, para explotarlas y disfrutarlas a fondo, y darse una estrategia para superar los defectos de cada uno, o encontrar alguna manera de que esos defectos no perjudiquen a la empresa o a la sociedad.

Re-conocer al otro significa darle identidad, diferenciarlo del resto de las personas.
Ese reconocimiento puede implicar una valoración de un hecho específico del pasado, o de un conjunto de conductas, que nos resultan valorables… y que el otro debe saber que nosotros valoramos.

Recién después de re-conocer, y de ser re-conocidos, estamos en condiciones de preguntar qué cosas podemos mejorar, y en qué puntos nos parece que esa mejora es irrealizable.

Seguramente, en toda relación hay “peros”, o sea, aquellas actitudes o características que no aceptamos en el otro. A veces, se trata de cuestiones modificables; en otros casos, el cambio es muy difícil, y hasta imposible.

Conclusiones

Lo que es seguro, es que al ordenar los “peros” después del reconocimiento, y nunca antes, estamos en mejores condiciones para construir, junto con el otro, una nueva realidad, y una relación más gratificante y sustentable.

¿Has pasado por esta situación? ¿Tienes una empresa de familia? Por favor comparte tus ideas debajo.

Autor Dr. Leonardo J. Glikin– http://www.mujeresdeempresa.com/management/111101-el-reconocimiento-en-la-empresa-de-familia.asp

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