Por  JACOBO ZARZAR

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Un espacio para aprender que no es necesario ser una empresa grande para ser una Gran Empresa
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Por  JACOBO ZARZAR

Hay un refrán que dice: “Quien siembra vientos recoge tempestades”. Lo menciono porque existe una historia de la vida real que nos puede hacer reflexionar acerca de las consecuencias de tomar medidas equivocadas en los negocios de familia.

Recordemos que las empresas son familiares porque están íntimamente relacionadas con una o más familias propietarias de un número suficiente de acciones para poder determinar decisiones trascendentes, como la elección del sucesor.

Cuando la familia está unida y coordinada, la dinámica que le imprime a la empresa se traduce en un potenciador muy importante en la capacidad de trabajo y organización.

Lo cierto es que en México, el escenario opuesto es muy recurrente. Cuando en la familia hay división y conflictos, la afectación a la empresa es muchas veces determinante y provoca tarde o temprano el fracaso de la misma. La tormentosa vida de la familia Gucci podría competir desde la vida real con las series norteamericanas Dinastía o Dallas. El imperio fue fundado por Guccio Gucci, un tipo genial e insoportable al que le gustaba azuzar a sus hijos unos contra otros diciéndoles constantemente una frase que se les quedó marcada desde un principio: “Litigar demuestra que tenemos sangre en las venas y hace triunfar a los más duros”. Esas palabras los motivó para que se pelearan entre sí, y la vida se convirtió para todos ellos en una guerra sin cuartel.

Pocas historias sobre empresas describen una tan fuerte pelea entre herederos. Todo para quedarse con la fortuna de Guccio Gucci, hijo de un fabricante de sombreros florentino en la bancarrota que llegó a crear una de las marcas más famosas del mundo.

La historia comienza cuando el joven Guccio Gucci se muda de Italia a Inglaterra, en donde hizo distintos trabajos en el Hotel Savoy de Londres.

De regreso en Florencia, Guccio encontró trabajo en la industria del cuero y se casó con Aída Calvelli, una joven modista con la que tuvo tres hijos: Aldo, Vasco y Rodolfo, y una hija, Grimalda.

Quiso mudarse a Roma, pero como Aída se negó a abandonar Florencia, Guccio abrió allí un negocio de cuero en 1921. El negocio prosperó y, uno a uno, los tres hijos se fueron sumando a él.

Mientras Gucccio vivía, los Gucci parecían ser una firma familiar modelo. Pero Guccio falleció en 1953 y su testamento excluía a su hija Grimalda, la que de inmediato inició un juicio en contra de sus hermanos, y allí comenzaron las batallas legales de la familia.

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Al morir Guccio Gucci la casa quedó sin timón, mientras se abrían sucursales en Milán, nueva York y Roma. Sus hijos Aldo y Rodolfo terminaron controlando la compañía.

El primero, quien se caracterizaba por ser un padre autoritario, tomó control del negocio, y dejó fuera, en parte, a su hermano, no sin antes enfrentar los reclamos de este.

Además, los hijos de Aldo: Giorgio y Paolo tampoco lograron continuar en el negocio de su abuelo, y al final, el segundo empezó su propia línea de ropa, motivo por el cual fue separado del grupo.

Rodolfo, resentido con su hermano, terminó por heredar a su hijo Mauricio el 50% de las acciones. Paolo, por otro lado, también quería venganza y por ello le dio el control a su primo y reveló a las autoridades hacendarias en Estados Unidos los malos manejos fiscales de su padre, quien había falseado información.

Mauricio utilizó esta información para enviar a su tío a la cárcel y obtener el control del negocio, sin embargo, Aldo contrademandó a su sobrino. Así mismo, Paolo también demandó a su primo por malos manejos y logró que un juez de Milán lo encontrara culpable.

Al final, fueron 18 los juicios que se generaron entre familiares. Maurizio, presionado por sus malas finanzas personales, buscó apoyo financiero a través de un tercero, quien compró acciones a otros miembros de la familia, terminando por alcanzar el control del negocio.

Aldo murió a los 84 años, amargado y decepcionado de sus hijos. Paolo murió pocos años después en la bancarrota.

Maurizio fue asesinado por su esposa, de la cual se había separado, luego que ella se enterara que la había dejado sin un solo centavo.

Esta es una situación extrema, sin embargo refleja cómo la lucha por el dinero y el poder deriva en resentimientos que ciegan a las personas y que afectan tanto a las familias como al negocio.

Para no caer en un caso parecido al antes descrito, es importante impulsar en los negocios familiares la armonía, encarar conflictos si existen, y reducir los efectos de la división.

Para tener un negocio sano que sea heredado por las siguientes generaciones, es imprescindible trabajar constantemente en el ámbito familiar.

Con tantas confrontaciones, los miembros de la familia Gucci siempre necesitaron abogados para dirimir sus pleitos, no asesores de empresas familiares, porque por más consejos que estos les hubiesen dado, jamás hubieran hecho caso.

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Estaban hechos para la pelea y finalmente se destruyeron a sí mismos, quedando los negocios en manos de una empresa árabe llamada “Grupo Bancario Investcorp”.

Sembramos la semilla de la destrucción cuando llevamos los problemas familiares a los negocios de los cuales formamos parte. La sembramos, al actuar con egoísmo, autoritarismo, traición, codicia y deseos de venganza.

Los sueños del fundador pueden llegar a desaparecer si este no se encuentra dispuesto a compartirlos con alguien.

No somos eternos, y tampoco somos indispensables. Llegará un día en que tendremos que dejarlo todo, y si no encontramos desde ahora a alguien capaz de reemplazarnos -sea familiar o no-, el negocio que fundamos con tantas ilusiones se convertirá tarde o temprano en un cuchillo de dos filos, cuando la compañía se vea obligada a maniobrar a través de aguas turbulentas sin un capitán conveniente.

Autor JACOBO ZARZAR

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