por Javier Macias

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por Javier Macias

Si nos paramos a pensar acerca de la deuda contraída con nuestros padres al nacer, seguramente llegaríamos a la conclusión de que a nuestros padres le debemos el bien más preciado: “nuestra propia vida”.

Si además hemos nacido en el seno de una familia empresaria, no sólo les debemos la vida, sino además todos unos privilegios de bienestar y seguridad económica que en algunas ocasiones contrastan con las necesidades que vemos pasar a otras personas en nuestro entorno.

Así, como hijos de empresarios, vamos acumulando deudas con nuestros padres desde el nacimiento hasta… ¿hasta cuando?.

Resulta que este tipo de deudas emocionales que los hijos contraemos con nuestros padres son difícilmente amortizables. Algunos hijos tratan de saldar estas deudas trabajando sin descanso en la empresa de la familia, tratando de ser mejores y de demostrar que pueden trabajar tanto como sus padres en la empresa. Estudian postgrados y MBAs con el objetivo de contribuir al crecimiento y el orgullo de la empresa familiar.

Su vida y sus ilusiones giran en torno a la empresa familiar, a pesar de que su retribución por tanta dedicación y entrega no es capaz de llenar el tremendo vacío que sienten dentro.

Por su parte, los padres no entienden cómo los hijos que ellos han educado al amparo de los beneficios de la empresa familiar, se vuelven cada vez más demandantes y, a falta de otra forma de expresión, demandan más dinero. Una demanda que difícilmente los padres entienden.

Los padres, no pueden sino asustarse de que los hijos que ellos han criado con tanto cariño, ahora sólo les pidan dinero. Dinero que dependiendo del estatus del descendiente, si trabaja o no en la empresa de la familia, puede traducirse en una solicitud de aumento de salario, o en un aumento de la paga mensual para sus gastos personales.

Y de este modo se va generando una relación circular donde los hijos buscan un reconocimiento y una valoración que nunca llega a través dinero, mientras los padres interpretan en estas demandas a unos hijos desagradecidos. Embarcados en tal relación circular, con el dinero como reclamo de reconocimientos, tanto hijos como padres sienten sendos vacíos internos que difícilmente pueden llegar a explicar con palabras.

Cuando el dinero se convierte en la herramienta de expresión de las emociones en la empresa familiar, algo está pasando.

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En febrero de 2007 me encontraba con mi mentor David Bork en Amsterdam, para un trabajo intensivo de tres días en el que supervisaríamos algunos casos de familias empresarias clientes y además revisaríamos el Genograma de mi propia familia.

Durante la revisión de mi Genograma familiar, Bork afirmó: “La función de los padres consiste en educar hijos autónomos y responsables”.

Después me preguntó: “¿Consideras que tus padres han realizado correctamente esta función?”

Hasta donde recuerdo, no pude responder con rotundidad a esta cuestión. A veces las preguntas no se hacen para ser respondidas, sino para provocar una respuesta que no siempre tiene que ver con la pregunta que se ha hecho, sino con la intención de una conducta que se quiere felicitar.

En mí, aquella pregunta me despojó de todo sentimiento de culpa con la educación que había recibido de mis padres y otros educadores. ¿Durante cuánto tiempo había sentido que debía trabajar en la empresa de la familia para poder devolver todo lo que ellos habían hecho por mí?.

Sin embargo, por mucho que trabajara nunca podría devolver una cuenta que por sí misma no genera intereses. Hasta donde conozco el sistema financiero, los contratos de deuda especifican el dinero que pides prestado, el interés aplicado, las comisiones y el plazo de amortización de la deuda total.

Por el contrario, la deuda con los padres, no especifica tales cuestiones. Entonces, ¿dónde se genera esta sensación de deuda con los padres?. Quizá sean frases lapidatorias que tantas veces hemos escuchado de nuestros padres o de otros empresarios y que Ivan Lansberg ha sabido muy bien identificar en sus trabajos:

“Todo esto lo hago por vosotros”
“Todo esto un día será tuyo”

O quizá sea el simple recuerdo de unos padres con una adolescencia perdida por empezar a trabajar muy temprano, o por una juventud al servicio de los hijos y del trabajo…

Ahora bien, queridos lectores, ¿a quién le gusta tener una víctima como progenitor?

Las historias de sacrificio de nuestro padres son historias para ser admiradas y
contempladas como las historias mitológicas de la Tragedia Griega, no son historias para que nos las tomemos al pie de la letra y mucho menos para sentirnos culpables por ellas.

Nuestros padres son héroes que desafiaron a la vida y gracias a su fortaleza crearon los imperios donde hoy nosotros, sus hijos, nos desenvolvemos con muchas más cartas de navegación y donde sólo nos debemos a nosotros mismos desarrollarnos como personas autónomas y responsables.

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Trabajar en la empresa familiar puede esperar si lo que este trabajo nos está reportando es dependencia y una imagen deteriorada de nosotros mismos, buscando reconocimientos que nunca llegan y provocando conflictos que destruyen nuestra iniciativa y motivación por el propio crecimiento personal y profesional.

Los logros personales conseguidos fuera de la empresa familiar se convertirán en triunfos que más tarde serán de gran utilidad para nuestro crecimiento como personas autónomas y responsables. Sobre todo serán triunfos propios que nadie nos ayudó a conseguir y que nos informan directamente acerca de nuestra valía personal.

Algunos volverán a la empresa con estos logros personales en su cartera de activos personales, con una valoración muy clara de su precio en el mercado y con un proyecto claro de futuro tanto para sí mismos como para la empresa de su familia, aportando nuevo “know-how” y facilitando la transformación que la empresa necesita para adaptarse a las necesidades de un mercado siempre cambiante.

Otros continuarán su camino en paralelo a la empresa de la familia, desarrollando su profesión al tiempo que se mantienen informados de lo que ocurre en la empresa de la familia, participando eventualmente en las reuniones del consejo, de la junta de accionistas o de las asambleas familiares.

Mientras otros nunca salieron de la empresa para ganar experiencia fuera, pero en ella vieron cumplidas todas sus expectativas de desarrollo profesional y personal, sin sentir sobre-exigencias ni expectativas incumplidas y donde su sueño y su pasión fueron uno con su trabajo en la empresa de la familia.

Sea como fuere, siempre conviene utilizar la regla de la motivación sin esfuerzo: si aquello por lo que luchamos nos está desgastando más de lo que nos reporta, algo estamos haciendo mal.

Debemos aprovechar la juventud, la enorme energía de un cuerpo biológico en pleno rendimiento para entregarnos a nuestra capacidad emprendedora y que ésta se convierta en nuestro motivo vital: ¡¡La capacidad de emprender y transformar la sociedad!!.… y de pronto, cuando lo hayas olvidado, caerá en tus manos el reconocimiento de tus padres que tanto habías deseado….

Autor: Javier Macias. Consultor de Empresa Familiar

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