por Alejandro Suárez Sánchez-Ocaña

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Un espacio para aprender que no es necesario ser una empresa grande para ser una Gran Empresa
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por Alejandro Suárez Sánchez-Ocaña

En mis reuniones de inversión con equipos emprendedores suele ser habitual que me expongan un ‘Business Plan’ ambicioso en el que pretenden medirlo todo, absolutamente todo. Sin embargo, aunque no lo creamos, algunos aspectos intangibles tienen incidencia en los resultados de una empresa, y no son medibles. Generalmente se las desprecia, pero creo que son una mezcla de pequeñas grandes cosas que hacen enorme a un proyecto y que nadie se plantea como, por ejemplo, el grado de felicidad de los empleados y promotores. Se trata de factores externos que por el hecho de no ser directamente medibles no resultan menos importantes, ni en nuestras vidas ni en el resultado de nuestros esfuerzos.

Como decía al principio, los emprendedores normalmente me explican cómo crecerán cada día, y les dejo hablar. Nadie menciona esos intangibles.

Algunos habréis oído hablar de JigmeSingyeWangchuck. Es el Rey de Bután, un pequeño país asiático, al que un día, en un viaje a la India, cuando tan solo contaba con 17 años y habiendo sido nombrado recientemente Rey, un periodista indio le preguntó, con cierta sorna, sobre el Producto Interior Bruto (PIB) de su país. Su respuesta dejó perplejo al periodista: le indicó que esa era totalmente intrascendente, y que más que preocuparnos por los factores económicos deberíamos crear otras métricas, como un índice que reflejara si los habitantes de cada país son felices. A su vuelta creó el Ministerio de la Felicidad con el único objetivo de poder mejorar el índice de felicidad de sus habitantes. Desde entonces en Bután se mide el progreso mediante el índice de la felicidad objetiva, e incluso su modelo productivo está basado en la felicidad, en la igualdad de género y en la preservación medioambiental.

Parece algo excéntrico, pero tal vez debamos pensar que podemos aprender muchas cosas de las pequeñas civilizaciones que consideramos más atrasadas que la nuestra. Seguro que, al menos en algunos aspectos, nos sorprenderíamos. Hace tan solo unos años el ex presidente francés Nicolas Sarkozy sugirió en una comparecencia pública la necesidad de superar el concepto PIB y buscar un indicador mixto que midiera no solo el progreso económico, sino también el bienestar social de los franceses. Cerca de 40 países se han ido uniendo progresivamente a esa idea.

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Jacinto es un amigo mío que se trasladó a Barcelona y montó una agencia de Marketing. Como necesitaba capital para lanzarse a la aventura tras años trabajando por cuenta ajena, buscó la ayuda de un viejo conocido de su familia, que era el dueño de una conocida empresa de productos cárnicos. Le fue realmente sencillo conseguir la inversión necesaria para montar su empresa, ya que a aquel empresario le gustaba la gente joven, le conocía desde hacía años y veía que financiar el proyecto de mi amigo era un simpático guiño a su familia. Además, para él se trataba de una cantidad de dinero realmente irrisoria.

Jacinto le visita puntualmente una vez al año a modo de Consejo de Administración para poderle al día del devenir de la Compañía y, en última instancia, del rumbo de su inversión. Los primeros años acudía cargado de papeles y presentaciones, de hojas Excel con las que le explicaba las cuentas, los nuevos clientes y las nuevas acciones que se debían llevar a cabo en el futuro. Hace ya algún tiempo su inversor le dijo que estaba encantado de verle tan contento y ocupado, pero que en lo sucesivo podrían solventar de manera diferente esos Consejos anuales y la presentación de cuentas y objetivos. Sería con una sola pregunta:

Solo dime cómo estás, y si eres feliz.

Desde entonces -y hace ya más de diez años- esos Consejos de Administración anuales se llevan a cabo con mesa y mantel de por medio, con una buena copa de vino y un poco de conversación. Jacinto tiene una empresa con decenas de clientes satisfechos que progresa cada día. Nunca será el nuevo Apple, ni él lo pretende. Como único inversor cuenta con un maravilloso amigo con el que puede recordar en cualquier momento cuáles son las cosas realmente importantes de la vida, y comprobar que muchas veces son más sencillas de lo que pensamos en un primer momento.

Por desgracia, no todas las empresas son como la de mi amigo Jacinto. ¡Soy plenamente consciente de ello! En estos momentos difíciles se han gestado terribles dramas en las empresas y familias de nuestro país: paro, ejecuciones hipotecarias, embargos, cierres, huelgas, problemas económicos… Eso está fuera de toda duda. Pero lo verdaderamente curioso es comprobar cómo ejecutivos o empresarios, a los que la situación económica no les ha afectado tanto, y cuyo cambio vital ha consistido en no poder sustituir su coche cada tres años, sino que tendrán que hacerlo cada cuatro o cinco, se muestran profundamente infelices en vez de disfrutar de su situación de privilegio y de una vida objetivamente plena.

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Hay razones de peso para intentar incluir el factor felicidad en nuestra empresa, en nuestro proyecto vital o en nuestro negocio.

En la empresa tradicional es una obviedad que algunos clientes felices y satisfechos hablarán de nosotros y que se convertirán en nuestros embajadores facilitándonos nuevos consumidores a los que seducir. Si algunas de las personas a las que hacemos felices trabajaran para nosotros, es igualmente cierto que no serán algunos, sino prácticamente todos, los que contarán a los cuatro vientos cualquier experiencia negativa que les haya sucedido. Los clientes contentos repiten, gastan más y son leales. Los clientes insatisfechos hacen todo lo contrario.

Del mismo modo, los empleados felices son leales, productivos, más creativos y buenos embajadores para nuestra empresa. ¿Por qué menospreciar entonces el concepto “felicidad” en los negocios?

Aunque no la veamos, la felicidad está muchas veces justo a nuestro lado. Lo que te puedo asegurar es que, generalmente, no se encuentra en una apasionante hoja de Excel que contenga un balance de resultados, por muy apasionantes que nos puedan llegar a parecer.

La vida es simple. Como decía Steve Jobs, la sencillez es la máxima sofisticación. Empecemos aplicándolo en nosotros mismos.

Autor Alejandro Suárez Sánchez-Ocaña – Empresario e Inversor Privado en empresas de carácter innovador, Vicepresidente de la AIEI, autor de ‘Desnudando a Google’ y ‘Ha llegado la hora de montar tu empresa’

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