Por Sharon Begley

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Twitter, Facebook, emails, sms… Los científicos alertan de que la saturación impide al cerebro tomar decisiones acertadas, que dependen en buena medida de procesos inconscientes.

Recuerde la decisión más estresante que haya tenido que afrontar en los últimos tiempos, una cuyo enorme abanico de posibilidades haya estado a punto de colapsar su mente. Asuntos como elegir qué coche comprarse o decantarse por un seguro médico concreto o por algún plan de pensiones determinado. La ansiedad que sintió fue consecuencia de la sobreabundancia de información de que dispuso, pero Angelika Dimoka, directora del Centre for Neuronal Decision Making de la Universidad de Temple (Pensilvania), sospecha que lo que en tales casos se pone en marcha es un proceso más complejo.

Para confirmarlo se ha internado en uno de los campos que más ponen a prueba la capacidad de tomar decisiones de las personas, las denominadas subastas combinatorias (combinatorial auctions). En ellas, las personas que pujan han de tener en cuenta un enorme número de artículos, que pueden ser adquiridos de forma individual o bien en lotes, como por ejemplo los derechos de explotación de las pistas de un aeropuerto (landing slots). En este caso, el reto estaría en adquirir el lote de derechos que se desea al menor precio posible, lo que en la práctica es tremendamente complicado, debido a que, por poner solo un ejemplo, el aeropuerto internacional de Los Angeles posee 100 landing slots. En la medida en que el número de artículos y combinaciones de adquisición aumenta, también lo hace la cantidad de información que las personas que están pujando han de tener en cuenta: número de pasajeros susceptibles de usar ese landing slot, condiciones meteorológicas, conexiones con otros vuelos… Incluso los más expertos experimentan ansiedad ante estas situaciones y acaban mentalmente exhaustos. De hecho, cuanta más información tratan de absorber, menos eficaces se muestran en la adquisición de los landing slots que realmente quieren, tienden a pagar por ellos más de lo debido y cometen un gran número de errores de calado.

Cortocircuito cerebral.

Esto último es lo que le interesa a Dimoka. En un experimento reunió a un grupo de voluntarios para que pujaran por primera vez en una subasta combinatoria mientras medía su capacidad cerebral mediante imágenes por resonancia magnética funcional (IRMF). Así ha descubierto que, en la medida en que aumentaba la información que manejaban los voluntarios, también lo hacía la actividad del córtex dorsolateral prefrontal (DLPFC), una región cerebral situada detrás de la frente, responsable de los procesos de toma de decisiones y de control de las emociones. En el experimento se les proporcionaba a los voluntarios cada vez más información, lo que provocó que en un momento dado la actividad del DLPFC cayera bruscamente, como si de repente hubiera saltado el interruptor del circuito. Los voluntarios empezaron a caer en errores tontos y a tomar decisiones erróneas debido a que la región cerebral encargada de tomar las decisiones correctas había dimitido de sus funciones. Por esta razón sus niveles de frustración y ansiedad se dispararon: las regiones cerebrales encargadas de regular los sentimientos –antes mantenidas bajo control por la acción del DLPFC- se desbocaron como una estampida de búfalos. “Cuando se dispone de demasiada información –afirma Dimoka- las decisiones de las personas tienen cada vez menos sentido”.

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Lo bueno y lo malo.

Hoy existe mucha más información de la necesaria para tomar decisiones de forma adecuada. Con Twitter, Facebook y las incontables aplicaciones de nuestros teléfonos, el flujo de informaciones y opiniones no se detiene jamás. Esto es bueno en la medida en que la información significa poder para los trabajadores y los consumidores, y ni que decir tiene que para los revolucionarios y para aquellos que se dedican a filtrar informaciones.

Pero lo que la investigación de Dimoka demuestra es que este exceso de información está cambiando nuestro modo de pensar, y no siempre para bien. Por ejemplo, si visitas un montón de páginas webs de viajes para organizar una escapada, es posible que te veas tan saturado de información que finalmente optes por quedarte en casa. Es un caso típico de parálisis por exceso de información.

Pero en la medida en que la información encuentra nuevos cauces para llegar a nosotros hay otro efecto que se revela de forma cada vez más alarmante: tratar de digerir este ingente flujo de información daña nuestras capacidades cognitivas. Y en ningún lugar estos efectos se advierten de forma más clara y preocupante que en nuestra capacidad para tomar decisiones de forma inteligente.

En sus estudios sobre cómo influye la cantidad de información disponible en el proceso de toma de decisiones, los científicos han determinado una serie de pautas, entre las que destacan:

Toda información nueva implica una decisión, pues se hace necesario prestarle atención o formular una respuesta, u obliga de cualquier otro modo a tomar una decisión rápidamente. Pero las investigaciones científicas han demostrado que la gente expuesta a una gran variedad de decisiones tiene tendencia a no decantarse por ninguna de ellas. El ejemplo más claro de esto se extrae de los estudios sobre las decisiones en el ámbito de las finanzas.

Según una investigación de 2004 dirigida por Sheena Iyengar, de la Universidad de Columbia, cuanta más información posee la gente sobre diferentes planes de pensiones, más difícil les resulta decantarse por uno. En la medida en que las opciones se incrementaban de dos a once planes de pensiones posibles, entre el 70% y el 75% de los encuestados fueron incapaces de decidirse por uno en concreto. Los participantes se sentían sobrepasados por la información y decidían abandonar el estudio. Los que sí siguieron adelante con el experimento se decantaron mayoritariamente por las peores opciones, las que les ofrecían rentabilidades más bajas. Aunque en general solemos afirmar que queremos la mayor cantidad posible de información, demasiados datos pueden repercutir negativamente en lo que decidimos.

n Si logramos tomar una decisión a pesar del aluvión de información, es muy posible que esta vuelva para atormentarnos. Y es que cuanta más información tratamos de asimilar, mayor es nuestra tendencia a lamentarnos por las opciones que hemos desechado. En 2006 Iyengar realizó un estudio en el que analizó la búsqueda de trabajo por parte de varios estudiantes universitarios. Cuanta más información reunían estos (sobre la empresa, el sector, la ciudad, el sueldo o la cultura corporativa), menos satisfechos parecían estar con su decisión. Tenían muy interiorizado, consciente o inconscientemente, que cualquiera de los trabajos que no consiguieron podía haber sido mejor. En un mundo de información ilimitada, arrepentirse de las decisiones que tomamos es algo cada vez más común.

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Una de las principales razones que explican los efectos nocivos del exceso de información en nuestra competencia a la hora de decidir es la capacidad limitada de nuestra memoria de trabajo, que como mucho puede manejar siete elementos. Por encima de ellos, el procesamiento corre a cargo de la memoria a largo plazo, con la que se ha de llevar a cabo un esfuerzo consciente, como cuando se estudia para un examen. Cuando nuestra mente debe trabajar con más de siete elementos, nuestro cerebro ha de realizar un esfuerzo para determinar con qué se queda y qué desecha, sostiene la psicóloga Joanne Cantor, profesora emérita de la Universidad de Wisconsin.

Pero no se trata solo de la cantidad de información que llama a la puerta de nuestro cerebro; también es su frecuencia. El flujo incesante de datos nos acostumbra a ofrecer respuestas de forma instantánea, con lo que sacrificamos precisión y profundidad de pensamiento. “Estamos siendo educados para preferir una decisión inmediata, aunque sea mala, que una decisión que llegue tarde, aunque sea la acertada”, afirma el psicólogo Clifford Nass, de la Universidad de Standford. “En el mundo de los negocios estamos comprobando que existe una tendencia a preferir lo rápido por encima de lo correcto”, añade.

El cerebro está diseñado para notar los cambios en nuestro entorno. Recibir un email que empieza a parpadear en tu BlackBerry es un cambio, como también lo es un mensaje nuevo de Face-

book. Estamos diseñados para otorgarle un mayor peso en nuestro proceso de toma de decisiones a lo que ha ocurrido en último lugar, no a lo que tiene mayor interés o importancia. “El efecto recencia es muy importante en los procesos de toma de decisiones”, afirma el economista conductista George Loewenstein, de la Universidad de Carnegie Mellon (Pensilvania). “Prestamos a la información reciente mucha más atención que a la que obtuvimos con anterioridad”, dice. Así, si leemos 30 textos en una hora para tomar una decisión apenas daremos importancia a la mayoría de ellos, y nuestra decisión dependerá en gran medida de lo que hayamos leído en los textos 29 y 30.

n Es más probable que las decisiones creativas se generen en un cerebro que aplica el pensamiento inconsciente sobre un problema. Por eso solemos tener pensamientos creativos en la ducha, pero casi nunca cuando nos vemos inundados por un torrente de datos. “Si permites que toda la información te llegue al mismo tiempo, no puedes usar capacidades adicionales que permitan un salto de creatividad o un punto de vista certero”, afirma la profesora Cantor, y añade: “Necesitas apartarte de ese flujo constante de datos y tomar un respiro”. Eso permite al cerebro incorporar de forma inconsciente nueva información al pensamiento prexistente, y de este modo poder consolidarlo y descubrir nuevas perspectivas.

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Una de las grandes sorpresas que ha deparado la ciencia es que algunas de nuestras mejores decisiones las tomamos basándonos en procesos inconscientes. Incluso la toma de decisiones basada en la experiencia (en las que uno se apoya en reglas generales y no en análisis individuales de pros y contras) puede fracasar si hay demasiada información. “Este tipo de decisión intuitiva se basa en un sólido conocimiento –afirma Eric Kessler, experto de la Universidad de Pace (Nueva York)–. Una mayor cantidad de información, que distrae y satura la mente, puede entorpecer la comprensión del núcleo del problema”.

El exceso de correos electrónicos.

¿Cómo nos podemos proteger ante el hecho de que un exceso de información malogre nuestras decisiones? Los expertos advierten contra el exceso de emails y mensajes de texto, frente a la comunicación en tiempo real, que contribuye a que nuestro inconsciente tenga una influencia mayor en nuestras decisiones.

También recomiendan evitar la trampa de pensar que una decisión que dependa de un gran número de datos complejos se toma mejor si se aborda desde una perspectiva consciente y metódica. Lo harás mejor, y te lamentarás luego menos, si te apartas del flujo constante de información y dejas que el inconsciente tome el mando. Algunas personas son mejores que otras en ignorar la información superflua; estos minimizadores son capaces de sobrevolar todas las posibilidades hasta que encuentran una que les gusta, y entonces se paran, mientras que los maximizadores nunca dejan de buscar nuevas posibilidades ni de devorar información mientras intentan, sin decidirse nunca del todo, tomar una decisión. Si cree que es un maximizador, lo mejor que puede hacer es apagar su móvil con conexión a Internet.

Autor Sharon Begley – http://www.tiempodehoy.com/cultura/exceso-de-informacion

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