por Débora Grätzer

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Un espacio para aprender que no es necesario ser una empresa grande para ser una Gran Empresa
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La creencia indica (o más bien el deseo-mandato) que cada uno de los miembros de la familia que se inserta en la empresa debe hacerlo desde un lugar clave de la gestión, apuntado hacia el rol de sucesor, continuador de la labor llevada a cabo por las anteriores generaciones.

¿Qué sucede, entonces, cuando el deseo de formar parte de la empresa de familia es genuino, pero no está en absoluto empapado del deseo de liderazgo y sucesión? ¿Es ello posible? ¿Es posible que la labor que dicho integrante lleve a cabo sea igualmente productiva para la empresa?

Mi hermano es el fundador de la primer Escuela de Blues del país, y dicha escuela está inserta en la institución de familia de la cual formo parte.

 En un principio, la escuela no contaba con estructura propia. Fue así como la institución le propuso que funcionara en su seno. De esta manera ambas partes se beneficiarían: la institución sería “cuna” de un proyecto con perspectivas más que promisorias. En muchas oportunidades asociada con la música clásica y el concepto de “conservatorio”, los nuevos aires populares (a los que luego se sumarían una Escuela de Tango y otra de Folklore) se convertirían en la oportunidad para que la institución comenzara a transitar nuevos caminos. A su vez, la Escuela de Blues se beneficiaría con la infraestructura que la empresa de familia ya poseía, pero por sobre todas las cosas, contaría con el nombre, respaldo y la trayectoria de una institución pionera y líder en la educación musical en la Argentina.

 Desde el comienzo se establecieron límites claros: la institución no influyó ni contribuyó en los contenidos del programa pedagógico de la Escuela de Blues, así como tampoco en la selección de los docentes o el armado de su estructura administrativa. Sí debieron consensuarse las aulas a disposición para el dictado de clases y el canon mensual que se abonaría. La institución se proponía obtener un rédito del nuevo proyecto, y sabía que la suma acordada cumplía con dicho objetivo sin perjudicar las finanzas del nuevo emprendimiento.

 El éxito del proyecto de mi hermano fue inmediato. Desde sus inicios, en el año 2000, la Escuela se destaca por su labor, aumentando en forma permanente su cantidad de alumnos, muchísimos de los cuales ya se destacan en la escena del Blues local, reconociendo con inmenso agradecimiento la labor que la Escuela de Blues de la institución lleva a cabo.

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 Entre la Escuela de Blues y la institución se han concretado innumerables proyectos conjuntos: la institución abrió espacios para los prestigiosos músicos de trayectoria internacional y nacional que la dirigen –y para sus alumnos- y a su vez, la Escuela propició nuevos ámbitos para la institución, a los cuales no hubiera llegado por sí misma.

 A diferencia de lo que a mí me ocurre, mi hermano nunca expresó curiosidad o siquiera anhelo de formar parte de la nueva generación en la conducción de la institución. Su deseo manifiesto es el seguir creciendo con la Escuela de Blues como docente y seguir viajando por el mundo como músico.

Y ello es bienvenido y abrazado por la familia, ya que a lo largo de los años, mi hermano ha aportado a la institución conceptos pedagógicos particulares y enriquecedores. Su visión “descontaminada” de los procesos administrativos, la dinámica diaria y los conflictos familiares que se suscitan ha propiciado profundas reflexiones (también discusiones, claro) que luego se tradujeron en cambios.

 Para aquellos que todavía no han encontrado la horma de su zapato en la empresa de familia, yo estoy segura de que ese espacio existe. El aporte más significativo de mi hermano consistió (y consiste) en permitir que las generaciones fundadoras comprendan que hay muchos “tipos de espacios” para ser ocupados por los integrantes de una familia y desde los cuales se puede aportar, enriquecer, opinar, construir y crecer, todos bajo un mismo proyecto. Siempre que se apueste a lo que sume, prospere y gratifique, respetando los deseos más profundos de cada integrante, sus habilidades únicas y sus ganas de “formar parte”, todos y cada uno podrán encontrar la famosa “horma de su zapato”.

Autora Débora Grätzer

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