por José Javier Rodríguez Alcaide

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alejandose por José Javier Rodríguez Alcaide

Toda empresa familiar ha tenido un fundador que le ha dado su existencia y para toda empresa familiar acaece la muerte de su fundador. La memoria de ese emprendedor, que ha fallecido, no pasa por el simple proceso que va desde la vivencia al olvido, porque esa muerte deja una herencia: lo que en vida fue del que se ha ido, que se traspasa a la vida de los sucesores.

La herencia no es solo la empresa; es mucho más que eso; son las cualidades morales e intelectuales del que se ha ido. Ese “estilo de emprender” aparece en sus hijos que lo incorporan y lo transforman. Es decir, la muerte del fundador tiene una resurrección en alguno de sus hijos; es una parcial supervivencia mezclada con su desaparición. La muerte del fundador de una empresa no es solo la caída del protagonista o la pérdida de su poder fundacional; suele llevar aparejada la decadencia de dicha empresa que se hace visible ante los propios hijos.

La caída del emporio empresarial, forjado por ese fundador, se funde con la vida de su familia extendida en la que se abre un abismo profundo. La familia extendida se escinde al menos en dos grupos: el grupo de familiares que miran al futuro y el otro, a veces irreconciliable, que mira al pasado y que vive de la memoria de la vida del fundador. En ese proceso dialéctico la familia empresaria vive un morir.

La muerte histórica de esa empresa familiar se fija en el momento en que surge esa escisión entre los hermanos; escisión en torno a lo más importante de sus vidas y de la cultura empresarial. Ha muerto el núcleo de sus creencias, el padre-fundador que les daba aliento, del que habían nacido creaciones eficientes, y que para uno de los grupos forman parte del pasado. En ese momento la filosofía del fundador se ha convertido en pasado. Cuando la manera de crear, de dirigir, de competir se convierte en ayer empieza la escisión en la familia empresaria.

Habrá un grupo familiar; pegados a los usos del fundador, que no sentirán el futuro y para los que el pasado sigue siendo el presente. Para otro grupo la muerte del fundador crea el abismo de la discontinuidad para así hacer eficaz y efectiva la desaparición del fundador.

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El grupo familiar, que decide vivir hacia el futuro, intensifica la aparición de su propio pasado pero para hacerlo desaparecer. Lo que va a ser significa la muerte de lo que ha sido. El grupo familiar que no siente el futuro será el depositario de la continuidad. En esa lucha entre continuidad y discontinuidad desaparece o se desmembra la familia del empresario fundador.

Cuando fundador y familia vivían desde el presente hacia el futuro todo era lozanía, pero cuando, muerto el fundador, irrumpe el abismo entre hermanos; en ese instante, para algunos, las creencias fundamentales se hacen pasado y se rompe la participación de las familias de los hijos del fundador. La única manera de ir hacia el futuro, desaparecido el fundador, sería la absorción del pasado, pero sin peso ni pesar ni pesadumbre.

Esos hermanos, antes de la escisión, deberían entrever que el futuro se abre en una perspectiva ilimitada e indeterminada, como si estuvieran decididos a seguir, junto al tiempo, adelante. El futuro para el fundador fue porvenir que fluye y en ese proceso, para el padre empresario, aparecieron fundidos pasado, presente y porvenir en equilibrio. Para el fundador la empresa pasaba, fluía e iba quedando. Si ese fluir se rompe la decadencia está asegurada.

Desgraciadamente, muerto el fundador, unos sucesores recaen en el pasado, en un tiempo estancado, e impiden que otros sucesores creen un nuevo futuro imprevisible. Esta situación límite y muy común es la que trae la muerte de la empresa tras la desaparición de quien la fundara. Ya no hay un nuevo despertar.

Autor José Javier Rodríguez Alcaide –  Catedrático Emérito de la Universidad de Córdoba

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