Por Rocío Cervantes.

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egoPor Rocío Cervantes.

Quizás entre las cualidades más valoradas en un buen líder esté la de gestionar equilibradamente su propio ego. Todos en alguna ocasión nos hemos encontrado con un superior con el ego un poquito más subido de lo normal, ciego ante sus flaquezas y las de su proyecto empresarial.

Normalmente se escudan en éxitos pasados que por inercia todavía están regalándole resultados positivos en el presente. Menosprecian a la competencia, sobre todo a los recién llegados, porque con el tiempo que le ha llevado consolidarse es difícil que lleguen a alcanzarle.

Y sin embargo, todos también tenemos ejemplos en la cabeza de grandes empresarios con el ego subidito, que en casi dos telediarios, pasan de ser modelos de referencia, prescriptores de buenas prácticas a convertirse en todo lo contrario. Queda muy lejos del testimonio de Toni Nadal, entrenador y tío de Rafael Nadal que afirma contundente: “No entiendo que se dispare el ego por hacer algo bien y triunfar”.

En el último número de la Harvard Bussiness Review se comentan los resultados de un estudio realizado por el profesor Nick Seybert y su equipo. La investigación dice que las empresas dirigidas por CEOs que firman con una rúbrica grande (claro indicador de narcisismo según el equipo investigador) tienen peores resultados que aquellas dirigidas por CEOs que firman con mayor discreción. La muestra analizada se compone de la firma de 605 CEOs depositada en los informes anuales de sus empresas durante una década.

Según el equipo investigador, los líderes con rasgos narcisistas frecuentemente llevan hacia resultados pobres por tratarse de un estilo de liderazgo que adopta un papel dominante en las reuniones, ignora las críticas o menosprecia la contribución de sus colaboradores, dejando poco margen para la creatividad, la innovación o la reacción a tiempo.

Dice Pilar Gómez Acebo, a quien tuve el honor de tener como profesora, que cuando el que lidera tiene el ego subido, “pierde el sentido común”. Pierde el sentido, de su raíz sentir, porque únicamente quiere llevar razón. Mantener el deseo de ser quien gane en la lucha dialéctica deja poco margen para la inteligencia emocional, para tomar una decisión con un enfoque integral. Curioso, porque somos un 90% lo que sentimos y sólo un 10% lo que pensamos.

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También pierde el calificativo de “común”, porque para esta persona lo suyo es lo primero y no así el bien común. ¿Y un alto directivo está en la empresa para sí mismo o para llevar a la empresa a buen puerto?

Todos, en algún momento, podemos caer en este tipo de situaciones, nadie al margen del nivel jerárquico que ocupe, está exento. Entonces, para virar el rumbo con éxito, tarea que no es fácil, ¿qué podemos hacer? Decía mi maestra que en ese caso, deberemos atender primero a qué nos dice nuestro corazón, para después escuchar a nuestra cabeza y preguntarnos si la decisión que estamos tomando es por nosotros mismos o pensando en el bien común.

Al final y al cabo, un verdadero líder es el que se pone al servicio de los demás.

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