Por Renny Yagosesky

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Es normal que en la dinámica de la vida, nos encontremos con situaciones que nos gusten y con otras que nos disgusten. Algunos optan por adaptarse a lo incómodo, aprender y superase, pero otros, se anclan en lo que les molesta y usan como recurso equilibrador la queja.

Vivir en el mundo actual no es necesariamente fácil. Nos vemos envueltos o somos testigos directos o indirectos de enfermedades, accidentes, egoísmos, alto costo de vida, enemistades y cambios inesperados. Todo este panorama nos pone en situación de adaptarnos o resistirnos. En cualquiera de esas dos opciones, una de las prácticas más frecuentes es quejarse. Esto no constituiría un problema de no ser porque se convierte en una tendencia frecuente y automática, que afecta a la propia persona y a quienes se encuentran en sus zonas de influencia.

Aunque parezca que quejarse es una forma sana de liberación, de catarsis, de desahogo anti estrés, la quejadera tiene efectos emocionales y relacionales que muchos no logran siquiera notar.

En su libro “Decisiones”, Shad Helmsteter se refiere a este tema, y lo menciona como una “nefasta costumbre colectiva”, un hábito que repetimos porque nuestra mente ha sido programada para hacerlo. El asunto es que cada vez que algo no sucede como deseamos que suceda, nos da por lamentarnos.

El problema real no es quejarse, sino la intensidad emocional presente en la queja la frecuencia con la cual la que se realiza, pues de acuerdo con los neurocientíficos, cuando comenzamos a quejarnos, nuestro cerebro sufre cambios importantes. Debido a que la queja va acompañada de un sentimiento de injusticia, impotencia y frustración, nuestra respuesta fisiológica se ajusta a esas interpretaciones y en consecuencia, el cerebro produce en hormonas que alteran nuestras funciones normales, como: adrenalina, noradrenalina y cortisol. Estas hormonas, afectan nuestros pensamientos y nuestra conducta. Así, nos convertimos en personas pesimistas y nuestra capacidad de respuesta ante los eventos se reduce. Nos hacemos víctimas de los eventos, en vez de afrontarlos desde una actitud creativa confiada y entusiasta. Si esta práctica se hace hábito, la tendencia es a que se produzcan a la larga, desajustes de salud.

La recurrencia de la queja nos programa negativamente. Nos hace esperar lo malo e incluso justificarlo. Además, atraemos gente quejosa y pasiva que se rinde con facilidad ante las adversidades y limita su racionalidad, su objetividad, su fortaleza. Esto termina por afectar nuestra autoimagen, y nuestra imagen social y por ende nuestras relaciones de pareja, trabajo y familia. ¿Quién quiere estar con una persona quejosa que se muestra débil y frustrada?

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Es importante darse cuenta de esta costumbre, reconocerla, asumir la necesidad de superarla y ponerse a trabajar en ello con auténtica disposición. La quejadera es unan revelación de inmadurez, pues es una forma indirecta de rendición ante las dificultades. Aconsejaba Gurdjieff: “no te quejes, usa la frustración para desarrollarte”. Para este sabio y experto en el funcionamiento mental, la queja disipa la energía necesaria para cambiar, para enfrentar, para resolver. Al quejarnos, la energía necesaria para movernos hacia el cambio, se diluye en una conversación intrascendente que no apunta hacia la conducta evolutiva.

Es claro que ante ciertas situaciones hay que quejarse, reclamar y defenderse. No estoy proponiendo negar la realidad, reprimirse o actuar tímidamente. Planteo la necesidad de hacernos conscientes del momento en el cual quejarse empieza a ser un comportamiento diario, habitual o automático. Detrás de esta costumbre tan popular, se esconde una baja autoestima, decir una falta de amor propio.

La mayoría de los quejosos no actúan, se acostumbran a rumiar su pena, pero mantienen un comportamiento pasivo con lo que les frustra. Es mucho más funcional, como dice Robert Sternberg en su libro, la inteligencia exitosa: usar la inteligencia para detectar el problema, buscar solución y proceder a la acción resolutiva.

En algunas personas la queja llega a ser algo tan normal que no se dan cuenta de su presencia. Recuerdo un episodio en el que llamé a un amigo para saludarlo, y en menos de diez minutos de conversación se quejó de su madre, de su padre, de su hermana, de su situación económica, de su falta de pareja, del precio de los libros, sus vecinos ruidosos y del Gobierno.

Sería más efectivo preguntarse: ¿Qué puedo hacer, cómo debo hacerlo y cuándo, para modificar cuanto antes esta situación? ¿Es esto tan grave como para que tenga que sentirme de esta forma?

Para enfrentar este hábito desgastante, es necesario darnos cuenta de la manera como analizamos e interpretamos las cosas, puesto que en la alta mayoría de los casos no es lo que nos pasa lo que genera nuestras reacciones, sino la manera habitual que tenemos de evaluarlas e interpretarlas. Hay que detener la queja, reflexionar y hacernos cada vez más conscientes de proceder. Pensemos que bastan quince minutos diarios de queja para acumular cinco mil minutos anuales de autodestrucción emocional.

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Un ejercicio adecuado para eliminar el hábito de la queja, consiste en escoger un día a la semana (para empezar) y observar la cantidad de veces que nos quejamos a solas o frente a otros. Si es posible, anote las veces que lo hace y pronto estará tan sorprendido o asustado, que su mente empezará a ayudarlo a eliminar la costumbre. También puede observar a una persona cercana, sólo para ampliar su capacidad de estar consciente. Bajo ninguna circunstancia intente cambiar a nadie más. No les cuente a otros que ayer se quejó cuarenta veces o que en la última semana ha renegado doscientas veces de su matrimonio. Eso sólo le traerá mala imagen. El objetivo es cambiar usted y nadie más. Su ejemplo, motivara que otros cambien.

Luego de iniciado el período de autoobservación, piense en otras conductas alternativas y novedosas pueda asumir en vez de quejarse, como por ejemplo: reírse, buscar solución a lo que no resultó como esperaba, tratar de encontrar la causa de la situación o dar gracias a Dios por ayudarle a hacerse cada vez más y mejor observador. Hay muchas alternativas además de la queja, y siempre con mejores resultados.

Lo importante del asunto es descubrir y desenmascarar el hábito, reprogramar la mente con nuevos comportamientos y practicar hasta lograr instalar el cambio. Aunque sea difícil, siempre venceremos si somos insistentes.

Autora Dr. Renny Yagosesky – contactoarrobalaexcelencia.com – PHD en Psicología Cognitiva. – MSc. en Ciencias de la Conducta. – Lic. en Comunicación Social. – Conferencista y escritor. – www.laexcelencia.com.

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