por  Dr. Félix Oscar Socorro Márquez

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Una vez entendida la importancia que posee asimilar el cambio y la responsabilidad que las empresas tienen en facilitar los procesos para mantenerse en constante innovación, resulta poco serio suponer que es una practica exclusiva de las organizaciones impedir que su gente aporte ideas y agregue valor a la gestión administrativa, pues, en algunos casos, son los mismos empleados quienes se han prohibido innovar.

Así como las empresas se aferran a lo que por costumbre tienden a denominar “su cultura”, cada individuo posee una forma particular de observar el mundo y de exteriorizar o mantener ocultas sus ideas o pensamientos e incluso de dedicar tiempo a generarlos, es precisamente por el uso de ese libre albedrío que algunos trabajadores deciden mantenerse con un perfil bajo en sus puestos de trabajo, tratando de no sobresalir por su ingenio ni quedar fuera por su desinterés, limitándose a repetir las experiencias que le han resultado exitosas una y otra vez, bajo la falsa creencia de que el futuro puede parecerse al pasado.

El trabajo estrictamente operativo permite el desarrollo de una conducta orientada a la rutina, así como las pocas expectativas de crecimiento personal, el miedo a ser considerado obsoleto y la falta de orientación al logro se convierten en ingredientes indispensables para crear un equipo humano que rechace el cambio por más sencillo que este sea.

Así como algunas empresas no sólo han entendido que el cambio es la regla y no la excepción, y constantemente ofrecen recursos a sus empleados para desarrollar aquellas iniciativas que se acerquen más a la visión y misión del negocio, motivando con ello la necesidad de mantenerse actualizados; en algunos casos, los procesos de inserción en el mundo de las transformaciones constantes obvian un hecho innegable: forma parte de la naturaleza humana resistirse a los cambios, incluso cuando ella misma los provoca.

La estabilidad y la posibilidad de predecir el futuro, o por lo menos proyectarlo con el mínimo error, han acompañado a lo largo de la historia a sus más importantes protagonistas, incluso las religiones se basaron en ello para mantener por largo tiempo su poder, creando en el individuo una especie de código que se ha transferido sigilosamente por generaciones, el cual sólo pocos han logrado superar iniciado así las famosas revoluciones; lamentablemente no siempre les ha sido posible ver en la práctica sus propuestas y consolidadas como parte de la sociedad, pues terminaron siendo perseguidos, expulsados o abatidos por quienes no desean participar en ellas.

Existen muchos ejemplo para ilustrar lo anterior, tal vez el más famoso es el caso de Galileo, pues cuando todo el mundo estaba convencido de que la Tierra era el centro del universo él observó que se movía. Galileo fue duramente atacado, criticado e incluso torturado por tal afirmación y ahora, siglos más tarde, resulta simple entender por qué ocurrió tal abominación: los individuos de su época estaban tan segados por su paradigma que no era precisamente aceptar la idea del investigador lo que les motivaba a resistirse, sino el hecho de que todo cuanto creían cierto dejaría de serlo, todo lo que consideraban estable y seguro desaparecería.

Precisamente en el ejemplo anterior se puede observar la responsabilidad que posee el individuo en los cambios y como la apatía del común puede retrazar el desarrollo de toda una sociedad, y ello sin percatarse que es factible contar a quienes han marcado la diferencia, siendo el resultado de la suma una insignificante porción si se le compara con aquellos que se mantenían inmersos en la rutina, y esto ha ocurrido en cualquier época de nuestra historia.

Por ello, no es del todo cierta la afirmación que asegura que los cambios fueron graduales en el pasado y que el siglo XX es el inicio de todo cuanto hoy ha de enfrentar cada persona. Sin ánimo de hacer uso de rebuscados precedentes históricos, el hombre ha experimentado cambios desde aparición hasta el presente: glaciaciones, terremotos, avalanchas, depredadores, inundaciones, guerras, invasiones, erupciones volcánicas, etc., sin dejar de sumar a ello los cambios culturales, de lenguaje, de creencias, de exigencias sociales, invenciones… y todas han sido superadas, con o sin resistencia hoy en día cada situación pasada fue asimilada con tal facilidad que resulta difícil aceptar el hecho natural mencionado en párrafos anteriores.

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El ser humano es la pieza clave de las empresas, sin él las organizaciones serían monumentos vacíos, inertes y fríos. Sin embargo, la necesidad de mantenerse estable y seguro han impedido a las personas percatarse de un hecho también innegable: cambiar no significa dejar de ser, es mejorar lo que se es sin perder la esencia. Si un individuo cambiara totalmente ¿quién sería? Otro individuo ajeno a su principio, pero si generara cambios en aquello que considera débil de sí, la transformación resulta una mejora.

El concepto anterior es susceptible a ser aplicado en las organizaciones, los empleados deben observar el cambio más como una mejora que como un elemento distorsionaste del entorno, creado o planteado para devastar la estabilidad alcanzada.

No obstante, la perdida de posibilidades de cambios puede considerarse a su vez un elemento distorsionaste, pues atenta contra la naturaleza humana también, en estados de constante monotonía, donde las actividades se repiten de manera perseverante, el individuo presenta necesidades de reto y superación, de lo contrario se deprime.

He aquí cómo terminan por contradecirse algunos elementos que conforman el dilema individual del cambio, en primer lugar existen personas que pretenden evitar que el cambio ocurra, prohibiéndose así mismas innovar; mas la rutina genera hastío entre ellas y surge la necesidad del cambio, ya sea de generarlo o aceptarlo.

Por lo tanto, puede decirse que el individuo termina, tarde o temprano adaptándose a las nuevas exigencias de su entorno, pues al final –como en el caso de Galileo– la realidad se impone aún en contra de quienes quieran erradicarla, permitiendo con ello alcanzar el próximo nivel, por lo que resistirse resulta siendo sólo un proceso dilatorio.

En todas las empresas la innovación está presente, todas tienen la misma oportunidad de agregar valor a sus procesos de manera constante y sostenida, solo que dependerá del nivel de identificación que alcancen sus integrantes, lo oportuno y la agudeza de los cambios que se propongan.

Cuando las organizaciones como su gente han entendido que el cambio es una realidad inmensurable, propia de la naturaleza misma del universo y cuya constante renovación y cuestionamiento acercan cada vez más a la empresa al equilibrio propio de quienes, sin ostentar la perfección, buscan incrementar sus conocimientos y con ellos explorar y explotar nuevas fuentes de bienestar y riquezas; no es posible prohibir a nadie que innove.

Las organizaciones que aprenden están en constante intercambio con las revoluciones, saben que aquello que es cierto hoy podrá ser una quimera en el mañana y viceversa, por lo que se dedican más a la visión que poseen del futuro que a la fotografía que conservan del presente, saben que habrán elementos que por su condición o naturaleza en el momento en que lo observan no habrán de cambiar, pero que en un futuro inmediato podría cuestionarse su existencia y, al percatarse de su obsolescencia, convertirse tan solo en el recuerdo de los buenos viejos tiempos, sin que ello signifique la añoranza de los mismo.

Es un hecho, lo único constante es el cambio y para quienes así lo asumen cada día es un reto que al finalizar representa la recompensa de haber superado la prueba, por más similar que al pasado resultara.

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Para un importante número de empresas el cambio resulta una ventaja competitiva que de no estar presente restaría valor a la existencia misma de la organización; empresas donde se encuentra involucrado el puesto más básico de su estructura hasta el más complejo, quienes aportan con la misma efectividad ideas que pueden enriquecer los procesos, sus servicios o productos, donde la sinergia no es una extraña palabra extraída de un libro de texto, o de un importante seminario, sino que conforma uno de los valores más preciados de su gente.

Resulta imposible imaginar empresas de tecnología donde la innovación no sea “el pan de cada día”, así como las empresas del ramo automotor, telecomunicaciones o sistemas, pues sus mercados están diseñados para estar siempre un paso delante, pero ¿aplica sólo para ellas? ¿Se puede ser constante con el cambio en otras empresas?

El cambio no significa transformase en un ente completamente diferente a lo que ahora se es, eso estaría más cerca de ser una reingeniería –en el aspecto mas radical de la misma- que una transformación. El cambio en las organizaciones debe ser un proceso que apunte a la mejora, que inspire la innovación y alimente la creatividad para mantenerse en el mercado-meta o explorar mercados nuevos, debe ser una ventaja comparativa y competitiva, donde se evolucione sin perder la identidad, salvo que ello represente realmente un salto cuántico.

En todas las empresas la innovación está presente, todas tienen la misma oportunidad de agregar valor a sus procesos de manera constante y sostenida, solo que dependerá del nivel de identificación que alcancen sus integrantes, lo oportuno y la agudeza de los cambios que se propongan.

Se dice que una vez que se ha alcanzado una formula para realizar un proceso a la perfección debe ser desechada, pues la soberbia de la exactitud impide observar la posibilidad de mejorar y continuar evolucionando.

Existen ejemplos sorprendentes de estas transformaciones, pues hace apenas dos década los teléfonos celulares representaban grandes piezas de metal y plástico cuya independencia apenas si alcanzaba los 15 minutos y su peso superaba un kilogramo, hoy en día caben en la muñeca y pueden extender su funcionamiento por más de una semana ¿dejaron de ser teléfonos celulares por ello? ¡No! Se transformaron tal vez en el principio de lo que en realidad será su más alto nivel. Así mismo paso con el modelo T, ayer apenas si se diferenciaba de las carretas, hoy cualquier vehículo, por más sencillo que sea, ofrece confort a quien lo maneja y está muy distante de su predecesora; todas esas revoluciones fueron introducidas por personas que entendieron la necesidad de ofrecer de manera constante mejoras, de innovar sin cambiar la esencia, las mismas que fungieron como ondas expansivas que excitaron la imaginación de usuarios y competidores y llevaron al mundo empresarial a la lucha constante por mantenerse en movimiento.

Por lo tanto el cambio tiene, para quienes lo observan como una herramienta, la capacidad de ajustarse a las necesidades, sueños o expectativas de quienes lo administran y gerencian, ya sea convirtiendo un quiosco de periódicos en un “centro de información” o quienes observan que el futuro de las telecomunicaciones está en el desarrollo de la genética.

El cambio es un proceso de innovación cíclico, ya sea sutil o radical, todo lo que es nuevo produce la transformación de lo que se conoce y ello conlleva a sumar un paso en la evolución, la cual experimenta de nuevo el proceso y continúa avanzando; en realidad por más que se prohíba innovar el cambio terminará por imponerse, así sucedió en el pasado y así será en el futuro, de hecho la negación misma del cambio es la aceptación indirecta de su existencia, la gente no se puede oponer a algo que no existe.

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Por todo lo anterior es posible entender el hecho mismo que señala al cambio como una constante, una espiral ascendente en la cual no se es espectador sino protagonista, no se es el efecto sino la causa.

Cuando las organizaciones alcanzan ese nivel de madurez, el cambio no es un enemigo sino un aliado, la necesidad de agregar valor forma parte del desempeño de quienes la integran y ello repercute en la calidad de sus resultados. No se trata, entonces de restar valor al nivel alcanzado en el presente, sino de observarlo como parte del proceso que sirve de cimiento para los niveles subsiguientes.

Todo cambio, por mínimo que sea, es la suma de una idea que llegó a buen termino, avalado por una directiva abierta a escuchar a su gente, por gente motivada a desarrollar su creatividad, por empresas donde lo único que está prohibido, en materia de transformaciones, es prohibir la innovación.

Autor  Dr. Félix Oscar Socorro Márquez

Especialista en Gerencia, mención Gestión de Negocios, Licenciado en Administración mención Recursos Humanos y Técnico Superior Universitario en Gerencia mención Gestión de Negocios, en los tres casos graduado Cum Lauden. Ha trabajado en el área de Investigación y Desarrollo, conjuntamente con Recursos Humanos desde 1989. Ha sido Jefe y Gerente de Administración de Recursos Humanos desde 1995, en empresas de Telecomunicaciones, Consultoras y de Consumo Masivo. Actualmente se desempeña como Director General de Recursos Humanos en una importante universidad privada. Ha escrito y publicado varios artículos y trabajos, entre ellos: El Zeitgeist Gerencial, La Filosofía TEA, Las Organizaciones Horizontales (1º premio como ensayo), La delgada línea mortal del profesional (en sus cuatro versiones), Gerencia por Herencia, Gerencia Emocional, entre otros. Ha obtenido como reconocimiento a su trabajo distinciones de 1º, 2º y 3er lugar en ensayos y Premios a la Excelencia, entre otros. Temas: Recursos Humanos, Gerencia, Administración y Nuevos Modelos. País de residencia: Venezuela

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