por Marcelo Molina

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Para generarnos un hábito, cualquiera sea este, necesitamos:

  • saber cómo hacerlo,
  • querer hacerlo y
  • tener la capacidad para hacerlo.

Para preocuparnos, lo único que el cerebro necesita saber es cómo imaginar, y eso lo sabe muy bien. Con eso respondemos al cómo hacerlo.

Culturalmente, preocuparse significa que somos responsables por eso de lo que nos preocupamos, y esto responde al querer hacerlo, ya que queremos ser responsables.

Fisiológicamente, disponemos de los correspondientes neuropéptidos (noradrenalina y dopamina) que generarán el estrés necesario para permitir al organismo estar en “alerta”. Esto responde a si tenemos la capacidad para hacerlo.

Visto de este modo, parecería que preocuparse no está mal. Y en cierto modo, esto es así, ya que nos permite llamar nuestra atención, desde el sistema de supervivencia creado por el cerebro reptílico-límbico, para superar la circunstancia que está generando ese estrés.

El “problema” surge cuando la preocupación pasa a ser disfuncional: cuando por ejemplo es generalizada (cualquier evento pasa a ser una preocupación) o cuando es continua (sostenemos preocupaciones constantemente, sin poder pasar a la acción).

Cualquiera de estas dos circunstancias, genera en el organismo lo que la neurobiología denomina como “carga alostática”, o sea, una continua carga de estrés desregulada (distrés), con sus correspondientes manifestaciones en el sistema nervioso central: ansiedad, depresión, etc.

Esta sobrecarga de actividad cerebral demanda una gran cantidad de energía (glucosa + oxígeno) al resto del cuerpo, con lo cual, se genera un gran desgaste generalizado por falta de oxígeno y el consiguiente cansancio físico.

¿Cómo aligerar la “carga alostática”?

Afortunadamente, el “joven” cerebro neocórtico (aparecido hace apenas unos cien mil años) mucho más especializado que el cerebro límbico y el reptílico (el de las emociones y los instintos, de unos doscientos millones de años de antigüedad), gracias a su corteza pre-frontal, nos permite comprender, recordar, memorizar, inhibir y decidir, frente a las diferentes situaciones que se presentan.

Estas operaciones analíticas y de conceptualización son las requeridas para producir cambios de paradigma que nos podrían evitar estos inconvenientes causados por la carga alostática, que tanto daño puede hacernos. Veamos cómo sería esto.

Decíamos que, culturalmente, preocuparse = responsabilidad.

Si observamos a la responsabilidad como la habilidad para responder, podríamos decir que frente a una circunstancia dada, si nos preocupamos, esa es la respuesta que estamos dando, o sea, generándonos un sentimiento de inquietud, temor o intranquilidad.

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Una pregunta: ¿es esta una respuesta productiva?
Ciertamente, NO! Dado que produce un resultado, pero ese resultado es insatisfactorio: un estado de preocupación.

Otra pregunta: ¿es esta una respuesta efectiva?
Claramente, NO! Dado que no es eficiente (utilizamos una gran cantidad recursos para un generar un resultado insatisfactorio) ni es eficaz (no estamos logrando lo que nos proponemos, que es, “solucionar” lo que está causado la preocupación)

Para abrir el espacio hacia la reflexión profunda podemos preguntarnos:

  • ¿es la preocupación mi mejor respuesta frente a esa situación?
  • Si quiero ser responsable frente a esa situación, ¿cuál sería una respuesta adecuada a mis posibilidades?
  • Lo que estoy considerando como preocupante, ¿es realmente así? ¿Cuánto hay de exageración…?
  • En ese preciso momento en que estoy preocupado, es posible para mi hacer algo distinto de pensar en esa situación, que me acerque a disminuir la preocupación? Si es así, ¿qué me falta para hacerlo? Si no es así, ¿en qué otra cosa –que me abra posibilidades– podría estar ocupando mi pensamiento?

Normalmente creemos que las preocupaciones del pasado nos alejan de los problemas del futuro, y en realidad nos alejan de la paz del presente!

Autor Marcelo Molina

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