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Esperando algo de la vida?

por Marcelo Molina

Al ver una mujer embarazada, se suele decir que está “en la dulce espera”. Está en un período en el cual lo que viene, lo que espera, no está totalmente a la vista. En la vida, no solamente estamos en la espera de un bebé, también estamos esperando un trabajo, esperando un amor, esperando un ascenso, esperando un aumento, esperando una oportunidad, etc., y aquí me surgió un interrogante, que se los comparto: En ese período de espera, estamos “esperanzados” o estamos “a la expectativa”?

Encuentro que hay grandes diferencias entre una espera y la otra.

Estamos “a la expectativa” cuando aparece una duda, desconfianza o sospecha, pero que quiero controlar: estoy a la expectativa de que me llamen para jugar en el equipo… (no hablé con el DT, pero podría darse…); estoy a la expectativa de encontrar una pareja… (no estoy haciendo nada para conseguirla, pero quizás se de…); estoy a la expectativa de que suban las acciones de la bolsa de valores (aunque también podrían bajar…); estoy a la expectativa de que me reciban amistosamente (no avisé que llegaría, sabrán entender… o quizás, no).

esperando algo de la vida

En cambio, la esperanza, por ejemplo, tiene como base una presunción de certeza,  que proviene de una promesa, a la que se llegó previamente por medio de una coordinación de acciones. Espero cobrar a fin de mes (firmamos un acuerdo con mi empleador cuando ingresé a la fábrica)…, espero que mi papá me preste el auto este fin de semana… (se lo pedí ayer y el accedió), espero contar con tu ayuda esta tarde… (hoy estuvimos hablando y acordamos que así sería).

Las expectativas, dada la condición de incertidumbre, lo que espero podría abrirme o cerrarme puertas a futuro. Tanto las expectativas favorables como las desfavorables tienen similares chances de ocurrir…

La esperanza, en contraste, siempre tiene un carácter “positivo”, lo que espero me proporcionará bienestar y emociones de apertura de posibilidades: alegría, amor, paz, entusiasmo, etc. Nunca tengo esperanza de que algo salga mal, o nunca tengo esperanza de que algo no se logre. Al contrario, siempre la esperanza está en contar con algún bien.

Cuando la expectativa no se cumple, la interpretación automática es que se produjo una injusticia, y la emoción que se genera es de frustración, con grandes chances de convertirse en resentimiento. Y lo que viene luego de la frustración, es la queja. Además de despotricar contra la otra persona, o la circunstancia, juntamente con el deseo de castigo, se produce un desperdicio de energía que no conduce a nada más que sufrimiento.

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Por el contrario, cuando la esperanza no se cumple, tenemos la posibilidad de no quedarnos con el juicio automático, dejarlo pasar, y simplemente aceptar que sucede lo que sucede, y que es perfecto que así suceda, aunque no sea lo ideal para mí o que no esté de acuerdo con eso que sucede, pero la emoción de la aceptación es la paz, ya que sé que cuento con un recurso invaluable: el reclamo, con el que busco el re-compromiso de la otra parte, al tiempo  que mantengo la relación en buenos términos.

Cuando estamos “a la expectativa”, que suele provenir de la duda, la desconfianza o la sospecha, la emoción que se puede asociar frecuentemente es el miedo, que tiende a mantenernos paralizados, dada la interpretación de escasez de recursos, hasta que la expectativa se vuelva resultado, favorable o no…

En contraste, la esperanza parte desde el amor, desde el respeto y desde la legitimación, porque confía en la abundancia, en que hay de todo para todos.  Tanto es así que los romanos personificaron a la esperanza en la figura de la diosa Spes, representada como una joven mujer cargando una cornucopia (cuerno de la abundancia).

Preguntas para la reflexión:

  1. ¿Qué cosas espero, de la vida, de mí, de otro/s?
  2. ¿Estoy generando mi espera desde la “esperanza” o desde la “expectativa”?
  3. ¿Cómo puedo transformar mis expectativas en esperanzas, para evitar sufrimiento y ganar paz?

Autor Marcelo Molina

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