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El problema de los rumores

por Enrique Dans

El pasado miércoles, Snapchat anunció una serie de modificaciones en sus términos de servicio y en su política de privacidad, una serie de cambios destinados a posibilitar determinados usos necesarios en algunos de sus productos nuevos o redefinidos, como las in-app purchases (compras llevadas a cabo dentro de la aplicación) o la búsqueda de usuarios. El anuncio se hizo con completa claridad, como es costumbre en una compañía que, desde su nacimiento, es un ejemplo de cómo comunicar las cosas en su blog corporativo tal y como hablan las personas, en un lenguaje que sus usuarios entienden perfectamente (algunas entradas en concreto, como aquella en la que anunciaron que comenzaban a tener publicidad, son auténtico objeto de estudio: corta, sencilla y directa). Fundadores jóvenes, hablando para gente joven, sin más condicionantes que los necesarios.

Los términos de servicio y las políticas de privacidad son de las pocas cosas que, desgraciadamente, escapan a ese estilo comunicativo: no es un problema de Snapchat, sino de la sociedad en la que vivimos, que obliga a que ese tipo de documentos estén escritos no en inglés, sino en legalés, un idioma que supuestamente sirve para precisar todo hasta el límite de la interpretación. Las cosas, en unos términos de servicio, están pensadas para poner límite a cualquier tipo de demanda o de reclamación que pueda surgir, incluyendo los casos más peregrinos. Meterse a analizar ese tipo de documentos sin tener experiencia ya no legal desde un punto de vista genérico, sino incluso específica en ese terreno, es exponerse a todo tipo de interpretaciones erróneas. Que una marca diga, por ejemplo, que

“concedes una licencia a nivel mundial,libre de royalties, perpetua, sublicenciable y transferible para alojar, almacenar, utilizar, visualizar, reproducir, modificar, adaptar, editar, publicar, crear trabajos derivados, ejecutar públicamente, transmitir, distribuir, sindicar, promover, exhibir y mostrar públicamente el contenido en cualquier forma y en cualquier o todos los medios o métodos de distribución ahora conocidos o desarrollados más tarde”

no es la prueba irrefutable de que vayan a robarte tu contenido y usarlo para lo que les dé la real gana, aunque lo pueda parecer. Es simplemente lo único que la empresa puede hacer para poder publicar lo que les envíes sin que aparezca después algún descerebrado a denunciarlos por haber hecho precisamente eso, publicarlo. Y es, por cierto, una cláusula común en todos los servicios de este tipo. De hecho, es la misma que llevó a un montón de usuarios a escandalizarse en diciembre de 2012 por un cambio en los términos de servicio de Instagram, con llamamientos a revueltas y a insurrecciones de todos los colores… y que en realidad, no tenían ningún sentido. Casi tres años después, ¿alguien ha visto alguno de esos supuesto abusos terribles y robos de fotografías que los agoreros anunciaban que la compañía iba a llevar a cabo? No, ni uno. Sobre todo, porque si de repente la compañía se apropiase de una fotografía hecha por un usuario para utilizarla en la campaña de publicidad de dios-sabe-qué y embolsarse los derechos, el escándalo sería tal que posiblemente se llevaría por delante a la propia compañía. Y la compañía lo sabe.

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SnapchatNo, en el lenguaje legal, no todo es lo que parece. En parte, porque la evolución de una sociedad enfermiza nos ha llevado a que sea así: dejas un agujero, y aparecerá un listillo para denunciarte por un supuesto que no estaba cubierto. Pero eso nos lleva a una situación en la que meterse a analizar unos términos de servicio sin ser un abogado experto en términos de servicio es una temeridad, lo cual nos sitúa en un absurdo conceptual: las empresas publican sus términos de servicio para que sus usuarios los lean y los firmen (sí, efectivamente, la mayor mentira en internet: “he leído, comprendido y acepto los términos de servicio”) cuando en realidad, saben perfectamente que nadie va a ser capaz de entenderlos salvo que sea un experto en términos de servicio. Así de absurdo, pero es así.

Aceptémoslo: salvo que alguien cambie algo, y alguna iniciativa ha habido relacionada con ello, no vamos a ser capaces de entender la forma en que están redactados unos términos de servicio, aunque se escriban guías para aproximarse a ello. Lo que sí deberíamos, en cambio, es ser capaces de utilizar el sentido común, aunque a veces sea el menos común de los sentidos. Si una empresa que desde sus inicios ha tenido un estilo comunicativo claro y modélico, y que ha hecho de la privacidad y de los mensajes que se autodestruyen su auténtica etiqueta definitoria cambia sus términos de servicio, pensar que alguien en la compañía se ha vuelto tan loco como para pretender almacenar todos los mensajes y  publicarlos o reutilizarlos después es algo que no solo rebasa los límites del sentido común, es que es directamente estúpido. No, las decisiones en las compañías no suelen tomarse completamente borrachos ni a la ligera, y la compañía que se caracteriza por destruir tus mensajes no se dedica a almacenarlos y a reservarse todos los derechos sobre ellos. Olvídalo. No es así. Si crees entenderlo así, lo has entendido mal. Y si te cuenta tu cuñado que es así, dile a tu cuñado que abandone el alcohol.

Las empresas, habitualmente, no se suicidan. Y menos por un “quítame allá estos términos de servicio”. El mercado autorregula muchas cosas razonablemente bien, y si Snapchat de repente se convirtiese en una empresa malvada que almacena todo para utilizarlo posteriormente sin tu control, perdería a todos sus usuarios en cuestión de una semana. Es así de sencillo. En este caso, Snapchat ha hecho un verdadero esfuerzo por redactar sus términos de servicio de la manera más inteligible posible – dentro de las escasas posibilidades que esa tarea permite – y se ha encontrado, al hacerlo, con reacciones histéricas de gente no versada en la materia que cree ver cosas terribles, y que además las cuenta como si estuviesen completamente convencidos de que son así, renunciando a admitir su ignorancia a la hora de interpretar esas cosas. La respuesta de Snapchat, rápida y en su blog corporativo, es, de nuevo, de manual: no, todo eso que decís que vamos a hacer es absurdo, nunca hemos guardado vuestros mensajes, simplemente queremos plantear servicios nuevos, y no, no hay nada para asustarse, no vamos a suicidarnos mañana. De hecho, todo aquel escándalo sobre los snaps hackeados fue algo que nunca fue responsabilidad de Snapchat, sino de usuarios que eran tan estúpidos como para instalarse una app, Snapsave, diseñada para capturar y almacenar snaps, creada por irresponsables en términos de seguridad, y que sí fue hackeada.

Menos histerias, menos paranoias, y más sentido común, sea a la hora de leer términos de servicio, a la de leer noticias imprudentes o sensacionalistas o sobre todo, a la hora de difundirlas por ahí. El sistema tiene un fallo, de acuerdo: los términos de servicio son un documento absurdo que nadie lee porque está escrito para un público que es manifiesta y claramente incapaz de interpretarlo. Pero de ahí a pensar que las empresas tienen vocación por pegarse tiros en el pie, va un trecho. De algo debería valer que estemos todos interconectados y podamos leer rápidamente opiniones de expertos, como de algo debería servir también mantener una reputación de empresa clara y directa a la hora de comunicar. Repetir estos “rasgados de vestiduras” cada vez que una empresa cambia sus términos de servicio resulta profundamente cansino. La próxima vez, antes de creerse lo primero que lea (sobre todo si le suena extraño), consulte a un experto.

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Fuente http://www.enriquedans.com/2015/11/el-problema-de-los-rumores.html

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