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Richard Branson: “Lo impensable y lo inhundible”

Richard Branson 

Cuando escucho las presentaciones de emprendedores que buscan inversionistas o asesoría sobre expansión, a menudo me asombro ante cuántos parecen creer que la tecnología es lo que retiene a sus compañías.

“Nos encantaría entrar en ese mercado, pero aún no tenemos los sistemas para apoyarlo’’ es un refrán común.

Como también lo es: “’Nuestras utilidades recibieron un golpe el año pasado después de una serie de problemas de sistema”, que se ha vuelto la gran excusa excluyente para casi cualquier cosa que salga mal.

¿Alguna vez le ha dicho un representante de servicio al cliente: “Lo siento, me encantaría ayudarle, pero la base de datos no me lo permite”?

Esa inflexibilidad señala la debilidad latente de una compañía: la incapacidad para cambiar rápidamente cuando ocurre el desastre.

Las mejores empresas mantienen un equilibrio saludable, adaptando sus tecnologías a la visión del director ejecutivo para la compañía. Sus sistemas de tecnología de la información deberían trabajar para usted, no al revés.

Estaba pensando en esto recientemente, cuando leía un libro de uno de mis autores favoritos, Erik Larson, que tiene una increíble facilidad para escribir sobre acontecimientos históricos.

Aunque probablemente se le conoce mejor por The Devil in the White City, mi favorito es Isaac’s Storm”.

Es la verdadera historia de Isaac Cline, un dedicado empleado de la Oficina Meteorológica de Estados Unidos, y su experiencia del huracán que azotó Galveston, Texas, en 1900; uno de los peores desastres naturales de todos los tiempos en Estados Unidos.

La ciudad casi fue borrada del mapa por vientos de hasta 120 millas (192 kilómetros) por hora y un oleaje de 15 pies (4,6 metros) de altura; más de 5.000 personas murieron.

Larson explica que, aunque los empleados de la Oficina Meteorológica tenían a su disposición solo técnicas relativamente primitivas, hicieron un muy buen trabajo rastreando a esta tormenta monstruosa. Finalmente, sin embargo, el huracán dio un giro repentino e inesperado y azotó el bajo Galveston, con consecuencias devastadoras. Esa falta de preparación e incapacidad para adaptarse quizá se haya debido, en parte, a una falsa sensación de seguridad generada por nuestras tecnologías avanzadas. Pero la tecnología también falla, como nos fue recordado este mes, en el que se conmemoró el centenario del trágico hundimiento de un barco supuestamente inhundible.

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Al embarcarse en su viaje inaugural en 1912, el RMS Titanic confiaba en vigías ubicados en elevados miradores para que advirtieran sobre lo que había adelante.

Era uno de los pocos barcos en tener instalado el nuevo sistema de radio de Marconi, pero la capacidad de la tripulación para comunicarse con otros barcos seguía siendo insignificante.

Algunos analistas creen que si el Titanic hubiera estado equipado con los sistemas contemporáneos de radar y navegación satelital, no habría chocado con un iceberg y se habrían salvado más de 1.500 vidas.

Es un pensamiento interesante, pero entonces ¿cómo se explica uno el reciente desastre que ocurrió al barco crucero Costa Concordia? Lo que encuentro intrigante en este par de desastres –los huracanes y los hundimientos– es que, en ambos casos, los avances tecnológicos en el siglo transcurrido entre unos y otros parecen haber hecho poco para mejorar las cosas.

En el caso del Costa Concordia, el anticuado error humano, o el simple descuido, causó un choque trágico.

Cuando se está dirigiendo un negocio, las cosas irán mal todo el tiempo, e incluso los mejores sistemas de tecnología de la información y comunicaciones pueden agravar los problemas. Si el Titanic hubiera estado equipado con los mismos auxiliares de navegación que había a bordo del Costa Concordia, y hubiera sufrido una falla técnica temporal, el barco aún habría topado con ese iceberg.

Paradójicamente, si el Costa Concordia se hubiera visto forzado a confiar en un par de marineros con binoculares sentados en un mástil, bien podría haber evitado esa roca letal.

Cuando uno se prepara para los escenarios de “qué tal si”, es más importante asegurarse de contar con las personas correctas, y que estén alertas ante las contingencias y se mantengan vigilantes, que invertir en lo último en tecnología.

Sin importar cuán sofisticados puedan ser sus sistemas de tecnología de la información, tenga en mente que son solo instrumentos, y pueden y deberían ser adaptables conforme una situación cambie.

Si un empleado en la línea del frente está ayudando a un cliente o un ejecutivo está impulsando cambios en un producto, el juicio humano y el liderazgo deberían tomar precedencia. Confíe en su gente, no en su tecnología.

Richard Branson 

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