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Cuando la imaginación nos enferma

por  Virginia Gawel & Eduardo Sosa 

En tu cerebro hay un dispositivo que puede salvarte la vida… o arruinártela.

Su funcionamiento sano da lugar a algo que, aunque suene a sabiduría adquirida, en verdad nos viene escrito en el instinto: la prudencia.
Esta palabra viene de “pro-videncia”: “ver por adelantado lo que podría  suceder” (“pre-ver”, “pre-venir”).
Tal anticipación permite que tomemos medidas para, eventualmente, protegernos.

PERO… aunque todos los animales tienen este dispositivo, en el mamífero humano sucede algo especial: la capacidad de imaginación puede DESAJUSTAR su mecanismo, creando así auténticas películas de terror de las que somos guionistas… y desesperado público.

En mecánica, si una pieza queda suelta, moviéndose sin sentido, se dice que “gira loca”. De allí la aplicación de este término a lo psicológico.

Cuando los miedos utilizan el combustible de la imaginación… arden!
Y el mecanismo instintivo auto-protector “se vuelve loco”.
Además,  con diversos intereses ocultos o no, algunos difusores sociales, en vez  incentivar a la prudencia son propulsores del miedo, con datos incorrectos, estadísticas parciales, rumores sin confirmar, profecías paralizantes…  Así se vuelven directores de nuestra aterradora película, agregándole efectos especiales, personajes siniestros y un guión fatal.

¿Resultado?
Ya NO prudencia, sino conductas compulsivas que nos impiden ser eficaces, solidarios, y genuinamente auto-cuidadosos.

Esto genera lo que llamamos stress por imaginación sobreestimulada.
Las Neurociencias saben que cada imagen aterradora auto-creada segrega las mismas sustancias internas que una amenaza real, enfermándonos.

Necesitamos gestar momentos de SILENCIO y QUIETUD que nos desintoxiquen de esa polución interior.

Así podremos ejercer lo que los orientales llaman Viveka: la capacidad de discernir.
Qué temores nacen de nuestra imaginación desbordada? Cuándo minimizamos lo que sucede y cuándo estamos siendo sensatos? Quiénes nos ayudan a tomar recaudos inteligentes y quiénes a confundirnos?

O sea: calmar a nuestro animalito interno asustado para que el miedo en sí mismo no resulte un virus psicológico.
Te convidamos un muy antiguo relato oriental que parece escrito hoy:

“Un día un peregrino se encontró con la Plaga …
y le preguntó adónde iba:
– A Samarkanda, -le contestó-;
me tengo que llevar a cuatrocientas personas.

Pasó una semana y cuando el peregrino
se volvió a encontrar con ella
que regresaba de su viaje
la interpeló indignado:

– ¡Me dijiste que ibas a matar
sólo a cuatrocientas personas
y mataste a tres mil!

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La Plaga le respondió verazmente:
– ¡Eso no fue así!

Yo sólo maté a cuatrocientas,
como te previne.
A las otras dos mil seiscientas
no las maté yo:
las mató el Miedo.”

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