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¿Y si estoy a gusto en mi zona de confort?

por Jesús Garzás

Paco era feliz y estaba agradecido con la vida. Sonreía al espejo cada mañana y pensaba en la suerte que tenía. Una mujer maravillosa, dos hijos divertidos y a la vez responsables, y un trabajo en el que se sentía realizado y bien remunerado. “Si esta es mi zona de confort, quiero quedarme a vivir aquí para siempre”, se decía.

Salir de la zona de confort, otra de esas dichosas modas, como regalar yogurteras en los 80, que no iba con él. Quizá tuviera sentido para alguien insatisfecho con su existencia, no era su caso.

zona de confort

Aquella mañana cuando fue a despedirse de Paquito para irse a la oficina lo encontró como siempre sentado frente al portátil, y se dio cuenta que al detectar su presencia, había minimizado la pestaña del navegador. Sabe dios lo que estaría viendo, a sus doce años la adolescencia comenzaba asomar con patente virulencia a través de sus hormonas y sus desmanes, prefirió no decir nada, darle un beso, y empezar el día de buen humor. Ya si eso, por la tarde, cuando el chico estuviera en clase de inglés, echaría un vistazo al historial de su ordenador.

Se despidió también de María, su hija pequeña, que a pesar de la regla de no llevar juguetes electrónicos a la mesa, jugaba con la tableta mientras desayunaba, estaba tan contenta y tan lejana a la pubertad que decidió no enfadarse con ella y la abrazó más fuerte que de costumbre como queriéndola retener en esa edad de por vida. Por último besó a Josefina, su mujer, en algún momento de su vida la rutina sustituyó a la pasión en esos besos, pero realmente la quería. Mucho. Cumplirían 20 años de casados al día siguiente.

Se montó silbando en su coche pero llegó a la oficina con el gesto torcido. Otro maldito atasco. “Si esto sigue así voy a tener venir callejeando por la ruta que me recomendó Rupérez el mes pasado”. Además tenía una reunión a primera hora de la mañana a la que entró con 10 minutos de retraso, el nuevo jefe había traído unas costumbres que no acababan de gustarle como esa de juntar al equipo a las 9 en punto… intentaría acostumbrarse, al menos una temporada, sabía que los jefes en las multinacionales no solían durar mucho tiempo en el mismo puesto. Él sí, a él le encantaba su trabajo y así sería por muchos años. De hecho, aquel día, se le fue la hora enredado en sus tareas y salió un poco más tarde de lo normal.

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Su mujer había insinuado que quería un regalo distinto para su aniversario con un tono de voz muy sensual. Y le había dado pistas meses incluso sobre una prenda de lencería que quería comprar… pero, claro, se le había echado el tiempo encima. Las tiendas no tardarían mucho en cerrar, él nunca había comprado ropa interior para mujer, era precipitado. Dejaría ese regalo pendiente para su próximo cumpleaños. Se acercó a una gran superficie, a ella le encantaban los bombones, y para cumplir con su requisito de comprar algo distinto decidió comprar la caja más grande que había, era gigantesca. “Se sorprenderá”, se dijo, “además María y Paquito se pondrán contentos también”. Regresó feliz a casa. Feliz por otro maravilloso día en su vida.

Tres años más tarde Paco sí quería salir de la zona de confort. A la fuerza. No fue idea suya, lo fue de su terapeuta. Ir a su consulta tampoco fue idea suya, pero el estrés se había instalado en su vida de repente y si no hacía nada aquello le iba costar la salud. Paquito sólo le hablaba para responderle mal, María se había convertido en un déspota vestida de princesa, y su relación con Josefina se estaba llenando de reproches en aquel ambiente algo más tenso de lo normal. Por si fuera poco, su jefe seguía siendo el mismo y los hábitos que había instaurado le hacían maldecir por dentro cada minuto en la oficina. “Soy feliz y estoy agradecido a la vida por todo lo que me ha dado, pero últimamente me siento cansado y malhumorado, quiero cambiar, me pongo en tus manos, estoy dispuesto a dar el gran salto para salir de la zona de confort”

Fue entonces, cuando Matías, le explicó con acento bonaerense que de la zona de confort no hacía falta salir a grandes saltos. Son los pequeños gestos, nuestras manías o simplemente los hábitos poco provechosos lo que más nos cuesta abandonar. Ese mundo que se encuentra más allá de la zona de confort estaba más cerca de lo que él pudiera pensar.

Pese a que fuesen ejemplos paradigmáticos, no hacía falta cambiar de trabajo, ni de pareja, ni dar una vuelta al mundo, ni fundar una ONG en la India para salir de la zona de confort. El mundo cambia, las personas a nuestro alrededor cambian y si nosotros no cambiamos para adaptarnos corremos el riesgo de acabar desubicados.

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Las distancias medidas desde las zonas de confort son relativas, a veces los lugares que parecen más remotos se encuentran sólo a dos palabras de distancia: “Te quiero” o “Lo siento”. No necesitas lanzarte en paracaídas para salir de la zona de confort, pero sí él mismo valor que para enfrentarte al vacío.

Tres años atrás Paco pensaba que su zona de confort era su vida feliz, ahora comenzaba a sopesar que quizá su zona de confort fueran en realidad las conversaciones incómodas no mantenidas con sus seres queridos o con su jefe, y, por supuesto, los pequeños hábitos ineficientes que tanto le costaba abandonar.

Aquel día al salir de la consulta de Matías, y a pesar de hacer un alto en el camino, llegó a su casa antes de lo habitual gracias a que siguió la ruta aquella que Rupérez le sugirió. Al llegar miró a su mujer a los ojos sin miedo y le dijo “feliz 23 aniversario”, después la besó de un modo más apasionado de lo que se había convertido en normal. Al despegar sus labios, le vino a la boca un espontáneo “te quiero” y le entregó una caja envuelta en papel de regalo. Esta vez no contenía bombones.

Fuente http://enbuenacompania.com/y-si-estoy-a-gusto-en-mi-zona-de-confort/

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