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Servir a la vida

por Peter Senge 

He llegado a valorar que un don del artista es la capacidad de ver el mundo tal como es. La visión de su creación que tienen los pintores o escultores es crucial, pero de nada vale si no pueden observar con precisión cuál es el estado actual de su creación. La mayoría de nosotros no somos capaces de percibir la realidad tal como es. La mayor parte de lo que «vemos» está conformado por nuestras impresiones, nuestra historia, nuestro equipaje, nuestros prejuicios. No podemos ver a los demás tal como son porque estamos demasiado ocupados reaccionando a nuestra propia experiencia interna de lo que evocan en nosotros, de manera que raras veces nos relacionamos directamente con la realidad. Fundamentalmente nos relacionamos con recuerdos internos de nuestra propia historia personal, estimulada y evocada por lo que tenemos ante nosotros.

Cuando las cosas van mal, culpamos de la situación a los líderes incompetentes, evitando así cualquier responsabilidad personal. Y cuando la situación es desesperada, puede que nos descubramos esperando que el gran líder nos rescate. En medio de todo esto, perdemos de vista totalmente la cuestión más importante de qué somos capaces de crear colectivamente.

El liderazgo consiste en aprender a conformar el futuro y existe cuando la gente deja de ser víctima de las circunstancias y comienza a participar en su creación. El liderazgo consiste en crear un campo en el que los seres humanos profundicen continuamente su comprensión de la realidad y sean capaces de participar en el despliegue del mundo y con la creación de nuevas realidades.

Nada cambiará en el futuro a menos que cambie radicalmente nuestra manera de pensar. Éste es el verdadero trabajo de los líderes. Tenemos unos modelos mentales del funcionamiento del mundo muy arraigados, mucho más profundos de lo que podemos imaginar. Es una locura pensar que el mundo pueda cambiar sin que cambien nuestros modelos mentales.

La mayoría de nosotros arrastramos la carga de una profunda resignación. Nos resignamos a creer que no podemos influir en el mundo, al menos no en una escala que sea relevante. Por tanto, nos centramos en la pequeña escala, donde creemos que podemos ejercer cierta influencia. Estamos resignados a ser absolutamente impotentes ante el gran mundo. Y cuando tenemos un mundo lleno de personas que se sienten impotentes, tenemos un futuro predeterminado. Por eso vivimos en un estado de desesperanza y desamparo, en un estado de gran desesperación. Y dicha desesperación es, en realidad, producto de nuestra forma de pensar, una especie de profecía autorrealizada.

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Estamos enganchados a la idea de que compromiso y actividad son inseparables, Por eso, nos enrolamos en una corriente de actividad continua, asegurándonos de que todos nos vean hacer muchas cosas para que crean en la firmeza de nuestro compromiso. Si nos mantenemos lo suficientemente ocupados, quizá lleguemos a convencernos a nosotros mismos de que nuestras vidas tienen cierto significado aunque, en el fondo, sabemos que eso es imposible porque la desesperanza lo preside todo, somos impotentes y de ninguna manera podemos afectar el curso de las cosas.

Vivimos en un estado contradictorio de compromiso frenético, de pedalear en el vacío, sabiendo que en realidad no vamos a ninguna parte. Pero estamos aterrados ante la perspectiva de que si paramos, nos hundiremos; nuestras vidas no tendrán sentido.

Todo lo que nos rodea está en continuo movimiento. No hay nada en la naturaleza que se quede como está. Cuando miro a las hojas del árbol, en realidad estoy viendo un flujo de vida. Dentro de un par de meses esas hojas se habrán caído. En este mismo momento están cambiando y dentro de poco tendrán otro color. Dentro de poco estarán en el suelo. Dentro de poco serán parte de otro árbol. No hay absolutamente nada en la naturaleza que se quede tal cual.

Uno de los grandes misterios de nuestro actual estado de conciencia es cómo podemos vivir en un mundo en el que absolutamente nada está fijado y sin embargo percibir un mundo de «fijación». Pero cuando empezamos a ver la realidad más como es, nos damos cuenta de que nada es permanente , ¿cómo podría estar fijado el futuro? ¿Cómo podríamos vivir en otro lugar que en un mundo de continuas posibilidades? Esta toma de conciencia nos permite sentirnos más vivos.

Parte del férreo grillete que mantiene la ilusión de fijación reside en el hecho de que nos vemos a nosotros mismos y a los demás como seres fijados. No te veo; sólo veo las imágenes almacenadas, las interpretaciones, los sentimientos, las dudas, las desconfianzas, los gustos y las aversiones que provocas en mí. Cuando empezamos a aceptarnos mutuamente como seres humanos legítimos, ocurre algo verdaderamente sorprendente. Quizás éste sea el verdadero significado del amor, el poder del amor, la capacidad de vernos mutuamente como seres humanos legítimos.

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Mi vida no puede dejar de tener significado, porque todo se está desplegando continuamente y yo estoy conectado con ese despliegue de formas que no puedo ni imaginar. No requiere un esfuerzo de voluntad ni una habilidad especial y tampoco aprendizaje o conocimientos. Realmente se trata de mi derecho de nacimiento. Es el sentido de estar vivo. No tenemos que ganarnos el sentido de nuestra vida porque es algo que ya está presente.

Cuando operamos en el estado mental en el que somos conscientes de ser parte del despliegue, no podemos dejar de estar comprometidos, es imposible. No hay nada que ocurra accidentalmente. Todo lo que ocurre es parte de lo que tiene que ocurrir en este mismo momento. Sólo cometemos los errores que tenemos que cometer para aprender lo que tenemos que aprender ahora mismo. Es un compromiso del ser, no del hacer. Descubrimos que nuestro ser está inherentemente comprometido ya que eso forma parte del proceso de despliegue. La única manera de no estar comprometido es perder esa conciencia, volver a caer en la ilusión de que no estamos participando en la vida. Este descubrimiento nos lleva a un estado paradójico de rendición integra, por la que nos rendimos al compromiso: pongo en práctica mi compromiso escuchando y de ahí surge mi «hacer». A veces los actos más comprometidos consisten en no hacer nada más que sentarse y esperar hasta saber cuál es mi siguiente paso.

Empezamos a ver que pequeños movimientos en el momento y lugar exactos desencadenan todo tipo de consecuencias. En lugar de conseguir las cosas a través del esfuerzo y la fuerza bruta, comenzamos a operar sutilmente. Empezamos a estar rodeados por un flujo de significado. Comenzamos a darnos cuenta de que ciertas cosas son atraídas repentinamente hacia nosotros de maneras muy sorprendentes. Comienza a operar una estructura de causas subyacentes, un conjunto de fuerzas, como si estuviéramos rodeados por un campo magnético en el que los imanes se alinearan automáticamente. Pero dicho alineamiento no es espontáneo en absoluto, se trata simplemente de que los imanes están respondiendo a un nivel de causalidad más sutil.

Cuando comenzamos a operar en este nuevo estado mental, basado en otro tipo de compromiso, algo empieza a actuar a nuestro alrededor. Podemos llamarlo «atracción»: es el atractivo de la gente que está en un estado de rendición. No nos dedicamos a discutir su resultado porque es directamente observable. En gran medida así es como parece operar la sincronicidad dentro del campo del compromiso profundo

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