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El triunfo de la espontaneidad

Reza un dicho africano:

“Si eres hiedra, trepa; si eres león ruge; si eres oveja, bala”. Se trata de un aforismo que nos habla de nuestra identidad, de nuestra autenticidad, de nuestra esencia. Y que nos señala que, nuestro espacio en el universo no depende tanto de nuestras capacidades como de nuestra tendencia natural, de nuestro “ser animal”.

El problema radica en que somos personas que deben acomodarse a vivir en un mundo supuestamente racional, estructurado en torno a reglas, a lógicas y a sistemas. ¿Podríamos vivir sin buscar nuestros objetivos? ¿Podríamos desarrollarnos si, tan solo, nos preocupáramos por hallar esa predisposición natural que nos es propia y permitiéramos que trabajara para nosotros? ¿Cuántos de entre quienes conocemos pueden decir que han descubierto esa verdadera e íntima aspiración? ¿Cuántos tienen una auténtica vocación?

Toda la vida dando vueltas… para llegar al mismo sitio:

En mis años de experiencia como formador y entrenador de líderes y directivos, me he topado con docenas de ellos que me han repetido siempre una cantinela parecida: “He trabajado duro durante toda mi existencia y hoy, finalmente, me puedo dedicar a mis hobbies. Juego al golf -o a lo que sea- tres veces por semana. No me interesa si gano menos, ahora me toca dedicarme a mí mismo”.

Desde el fundador de una conocidísima empresa que, de la nada, ha llegado a facturar decenas de millones de euros anuales y que ahora solo vive para navegar y ejercer de filántropo hasta actrices consagradas que aparcan su carrera para embarcarse en proyectos solidarios en el África negra… o, simplemente, para tener un hijo. Es conocida la fábula del ejecutivo de Wall Street que, para curar su estrés, se retira una temporada a un atolón perdido. Allí conoce a un humilde pescador que vive de lo que pesca cada día:

– ¿Por qué no compra una caña más grande? Con ella podría pescar más peces y acrecentar su negocio. Ganaría lo suficiente para contratar a más lugareños y algún día se retiraría. Habría ganado tanto que otros pescarían por usted y le reportarían sus beneficios.

– Entonces… ¿yo que haría?

– Pues… tendría tiempo libre para hacer lo que más le gusta. Pasear por la isla, dormir la siesta y … ¡pescar tranquilamente!

Absurdo, ¿verdad? Recrea a la perfección a lo que me refiero.

He asistido a miles de discursos como el que he referido más arriba por parte de otros tantos triunfadores que han llegado a la cima… gentes que han conseguido hacer fortuna y que creen que ha llegado el momento de dedicarse a lo que, aparentemente, les apasiona. Como si esto fuera una especie de “regalo” que toca a los que de alguna forma tienen ya cubiertas sus necesidades y apetencias económicas y, por lo tanto, pueden ya ser felices y divertirse.

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¡Qué triste! Trabajar como bestias durante décadas para que, ya demasiado mayores, podamos permitirnos el lujo de practicar y disfrutar aquello que adoramos y que, en el fondo, siempre hemos anhelado. Creo firmemente, y así lo he defendido siempre en mi práctica profesional, que debemos aspirar a ser felices y a trabajar en lo que nos gusta desde que nacemos… sin esperar, como tantos, al ocaso de nuestras vidas.

Claves para conseguirlo: “el gusto por el desorden”

¿Cómo se puede descubrir esa aspiración propia y auténtica? Para descubrirlo, en realidad, tendremos que olvidarnos de nuestros objetivos, de nuestras metas. Nuestra inclinación natural, la que sea, no puede ser encarcelada en sistemas o metodologías demasiado estrictas. Esa tendencia, libre como el alma, nunca se resignará a trabajar en un banco, o como ama de casa, o a encarnarse en un ejecutivo de éxito, en un embajador o en un político.

Es célebre el caso de un prelado español, el Cardenal Herrera Oria, que comenzó su carrera como Abogado del Estado, el número uno de su promoción, y solo doblada la cuarentena se ordenó sacerdote y llego a purpurado. Por el camino fundó la Editorial Católica, editora durante décadas del histórico diario “Ya”. Pero no nos referimos solo a vocaciones religiosas…

La mente en blanco:

Nuestra auténtica “llamada”, como el “genio de la lámpara”, para poder representársenos necesita surgir de la nada… sí, de la nada. De esos momentos en los que nuestra cabeza está vacía y libre de sujeciones materiales a las cuales, casi siempre, dirigimos nuestros esfuerzos. No es casual que siempre se nos ocurran las mejores ideas cuando no estamos trabajando en algo, cuando jugamos con los niños, estamos en el gimnasio, en la cama antes de dormir o, sencillamente, muy relajados tumbados en una playa.

El niño que JAMÁS debemos dejar de ser:

Muy a menudo me rodeo de niños. Les observo con sus juguetes y me doy cuenta de que su relación con el espacio es, a primera vista, lo que los adultos consideraríamos como “desorden”. Es en ese momento cuando sus madres o sus padres les dicen: “¡Ordena tus juguetes, nos los dejes en el suelo, recógelo todo!”. Órdenes perentorias, inexcusables e ineludibles… ¡qué rollo!

Siempre me he preguntado por qué los chicos, una vez que han acabado de jugar, nunca tienen ganas de ordenar sus juguetes. ¿Y si para ellos el juego no hubiera terminado? Los críos, de repente, dejan todo en el suelo, dan un paseo, se van a comer, hacen otras mil cosas y vuelven de nuevo al suelo, que sigue igual que lo dejaron, como si el juego no hubiera terminado.

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Está claro que su concepto del orden no tiene nada que ver con el nuestro. Y que tienen una idea inmortal del juego. Para nosotros, poner orden es acabar con algo. Ellos tienen otra concepción del tiempo y del espacio. En realidad, el juego es mágico ya que no está sometido a reglas. A nuestras reglas.

En la película ‘Big’, esto se aprecia con nitidez: en un bello ejercicio de ficción, un niño se convierte en adulto por arte de magia y, por casualidad, es contratado como empleado en una gran empresa juguetera. Nadie sabe que ese “hombretón” -encarnado por el genial Tom Hanks- es un crío de doce años cuya mente empieza a imaginar y a diseñar fantásticos juguetes que se venden como rosquillas. El protagonista, obviamente, es un experto en juegos y además tiene su mente “limpia”. Ya en la vida real, existe una leyenda urbana alrededor de la creadora de la celebérrima gatita “Hello Kitty”: se dice que la concibió sin boca a raíz de un cáncer de boca diagnosticado a su hija.

La compañía japonesa propietaria del dibujo asegura en cambio que no es una gata sino una niña y que no tiene boca porque así, quienes la miran, pueden proyectar sobre ella sus propios sentimientos. Sea como fuere, sin duda quien la concibió tenía, en ese mágico momento inspirador, la cabeza vacía de preocupaciones y objetivos.

Y es que, a veces, las casualidades son generadoras de las ideas más geniales.

Proyectos que no hubieran surgido… aunque les hubiéramos dedicado miles de horas de reflexión o de trabajo a lo largo de años. Mente, por tanto, siempre despejada y lista para recoger esa “inspiración genial” que puede cambiar nuestras vidas.

¡Rompamos con el método! Al menos un poco…

En mis sesiones de coaching, a menudo aconsejo introducir un poco de desorden en nuestras vidas. Al menos el necesario para romper con nuestra historia, con nuestro día a día tan ordenado, tan encorsetado, tan estructurado por los eventos que nos toca vivir.

En realidad, de adultos, podemos volver a jugar de verdad solo si nos libramos un poco de nuestros objetivos, de hacer todo con una finalidad.

Fijaos en que, cuanto más envejecemos, más ordenados vamos siendo porque nos alejamos de nuestra unión con nuestro yo íntimo que, sin embargo, en los niños, está muy presente. Cuanto más abierta conservemos nuestra mente, más sencillo nos será mantener viva la relación con nuestro niño interior, con nuestra verdadera naturaleza.

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El orden es “finito”, el desorden “infinito” y, no en vano, la entropía es el estado natural del universo.

Por qué discrepo de los psicólogos:

Esta es la razón fundamental por la que SIEMPRE he tomado distancias de los psicólogos: porque casi NUNCA se ocupan de la naturaleza. Al contrario, intentan ordenarlo siempre todo, encontrar un motivo para todo. Como si cada acción tuviera que tener alguna justificación. La psicoterapia debería ser una vía privilegiada para encontrar aquellos códigos de la vida que nos ayuden a ser más felices.

Sin embargo, cuanto más miro a mi alrededor, más consciente soy de que los psicólogos y psicoterapeutas se han convertido en unos fontaneros de la existencia. Y que en vez de “arreglarnos la lavadora”, nos llenan de fármacos para “solucionar” nuestros problemas.

El secreto está en dejarse llevar:

La vida es soberana y omnipotente. Crea y se recrea constantemente a si misma por todos los lados. Y solo dejando de buscar permanentemente la racionalidad y una justificación a todas y cada una de nuestras conductas, como los niños, podremos de nuevo vivirla con fluidez. Eso es lo que persigo cuando trabajo con directivos, políticos y empresarios que han perdido algo de su razón de vida, su idea de la felicidad.

Desde hoy, busquemos espacios cada día para desencajar, desordenar, encontrar ese vacío. Momentos en los que nos sintamos libres de compromisos u objetivos ambiciosos. Y, con seguridad, en alguno de esos momentos, encontraremos respuestas a nuestras dudas. Dejémonos llevar… merece la pena.

Fuente: https://excelencemanagement.wordpress.com/2017/11/02/el-triunfo-de-la-espontaneidad/

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