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Mente flexible – Requisito indispensable del líder exitoso

Por Joaquín Candeias

“Un hombre que va corriendo por la calle, tropieza y cae; los transeúntes ríen. Se ríen porque se ha sentado contra su voluntad. No es pues su brusco cambio de actitud lo que hace reír, sino lo que hay de involuntario en ese cambio, su torpeza. Acaso había una piedra en su camino. Hubiera sido preciso cambiar el paso o esquivar el tropiezo. Pero por falta de agilidad, por distracción o por obstinación del cuerpo, por un  efecto de rigidez o de velocidad adquirida (inercia), han seguido los músculos ejecutando el mismo movimiento cuando las circunstancias exigían otro distinto… Lo que hay de ridículo es cierta rigidez mecánica  que se observa allí donde hubiéramos querido ver agilidad despierta y flexibilidad viva de un ser humano.”

Así reza el premio Nobel Henri Bergson en su ensayo La risa – Ensayo sobre la significación de lo cómico con respecto a una de las características de lo cómico: la falta de flexibilidad. Henri Bergson – La risa

Recuerdo que cierta vez, en pleno vuelo, mi compañera de asiento le pidió a la azafata utilizar el baño de primera clase porque el de turista estaba ocupado y había bastante gente esperando. La razón que esgrimió fue poderosa: estaba embarazada y no se sentía muy bien.

Como un robot, la respuesta de la auxiliar de vuelo se ciñó estrictamente al manual de funciones: “Lo siento, señora, pero el baño sólo lo pueden utilizar las personas de primera clase.” La mujer insistió con angustia. “¡Por favor, es que me siento muy mal!” La azafata repitió el mensaje mecánicamente: “Usted no pertenece a esa clase.” Yo intervine, tratando de convencerla: “¿Por qué no hace una excepción? Además, ¡el baño de primera está libre!” Su respuesta, una vez más, fue tajante: “No estoy autorizada para hacer excepciones.”

En fin, no hubo poder humano que la hiciera cambiar de opinión y considerar que el bienestar de una persona es más importante que la obediencia debida a un reglamento. En realidad, no procesó ninguna otra opinión distinta a la que estaba en su pétrea mente. Una mente burocrática y rígida: La banalidad del Mal, como lo llamaba Hannah Arendt.

“La persistencia de una costumbre está ordinariamente en relación directa con lo absurdo de ella.” Marcel Proust

¿Quién no ha sido víctima alguna vez de la estupidez recalcitrante de alguien que por su rigidez mental no es capaz de cambiar de opinión o intentar imponer sus puntos de vista?

Es evidente que uno puede tener un margen para improvisar y enfrentarse a lo inesperado, ya que un manual no puede prever todas las posibilidades. Y también me parece evidente que si la empresa en la que trabajo prioriza las reglas por encima de las personas, la renuncia sería la mejor opción y la salida más digna.

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Las mentes cerradas, además de ser un problema para sí mismas, también lo son para la sociedad, empresa, familia, relación… en la que viven, pues impiden el progreso y permanecen ancladas en un pasado que quieren perpetuar a cualquier precio.

Buscar la excepción, la irregularidad de ciertas pautas establecidas, implica contrastar las ideas y humanizarlas. Consiste en poner la certeza en cuarentena. La mente flexible evalúa los principios, criterios o mandatos tratando de definir las fronteras a partir de las cuales dejan de funcionar. El valor de la perseverancia, por ejemplo, requiere de un límite para no convertirse en fanatismo: hay que aprender a perder. El valor de la humildad o de la modestia necesitan de la autoestima para no caer en la negación de uno mismo. El valor del autodominio requiere del derecho al placer o a la felicidad si no queremos caer en una apología del autocastigo. La mansedumbre sin dignidad es bajeza o humillación. En otras palabras, la mente flexible tiene en cuenta la norma pero también aquellos factores complementarios y equilibrantes que la apaciguan.

La flexibilidad mental es mucho más que una habilidad o una competencia: es una virtud que define un estilo de vida y permite a las personas adaptarse mejor a las presiones del medio. La mente abierta tiene más probabilidades de generar cambios constructivos que redunden en una mejor calidad de vida y en la capacidad de afrontar situaciones difíciles.

Las mentes flexibles muestran, al menos, las siguientes características:

  • No le temen a la controversia constructiva y son capaces de dudar de sí mismas sin entrar en crisis (aceptan con naturalidad la crítica y el error y evitan caer en posiciones dogmáticas).
  • No necesitan solemnidades y formalismos acartonados para ponderar sus puntos de vista (les gusta la risa y el humor y lo ponen en práctica).
  • No se inclinan ante las normas irracionales ni la obediencia debida (son inconformistas por naturaleza y ejercen el derecho a la desobediencia si fuera necesario).
  • Se oponen a toda forma de prejuicio y discriminación (tienden a fijar posiciones ecuánimes y justas que respetan a los demás y evitan la exclusión en cualquier sentido).
  • No son superficiales y simplistas en sus análisis y apreciaciones (su manera de pensar es profunda y compleja, sin ser complicada).
  • Rechazan toda forma de autoritarismo o totalitarismo individual o social (defienden el pluralismo y la democracia como modo de vida).

Ningún líder, sea de una organización, de un equipo, proyecto o el líder de su propia vida, puede permitirse el lujo de no orientarse y entrenarse en estas actitudes.

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Las personas flexibles no son ni mucho menos perfectas. Simplemente buscan librarse de los mandatos y los “debería” para acceder a su verdadero ser. Una mente abierta y libre querrá actualizarse de manera continua y sólo podrá hacerlo si levanta las barreras que le imponen los precursores de la dureza mental y la tradición compulsiva.

La flexibilidad mental nada tiene que ver con la razón petrificada que se determina a sí misma, sino con aquella razón “que siendo razonable” se refrenda en la buena vida.

Una existencia sin riesgo, anclada en la rutina y lo predecible, es una manera te aquietar el movimiento vital, un reduccionismo existencial cuya premisa es arriesgar poco y vivir menos. La triste quietud de la resignación que niega cualquier posibilidad de cambio.

Estas mentes ya están determinadas definitivamente, ya no aprenden nada distinto a lo que saben porque su procedimiento obra por acumulación y no por selección. Creen haber visto la luz, cuando en realidad andan a ciegas vagando por una oscuridad cada vez más alejada de la realidad. El mecanismo básico de las personas rígidas es la resistencia a cambiar cualquiera de sus comportamientos, creencias u opiniones, aunque la evidencia y los hechos les demuestren que están equivocados.

El egoísmo tiene que ver con la incapacidad de amar a otros; el egocentrismo es ser prisionero del propio punto de vista.

Estar centrado en uno mismo implica ruptura , aislamiento, mutismo e incomprensión.

La mentes flexibles, en cambio, funcionan como la arcilla; poseen un material básico a partir del cual se pueden obtener distintas formas. Pueden avanzar, modificarse, reinventarse, crecer, actualizarse, revisarse, dudar y escudriñar en sí mismas sin sufrir traumas. Asimilan las contradicciones e intentan resolverlas. No se aferran al pasado ni lo niegan, más bien lo asumen sin perder la capacidad crítica.

La mente flexible tiene fe y confianza en sí misma; le gusta el movimiento, la curiosidad, la exploración, el humor, la creatividad, la irreverencia y, sobre todo, ponerse a prueba. Pascual nos recuerda:

El haber oído una cosa no debe nunca constituir en regla de vuestra fe; al contrario, no debéis creer nada sin colocaros previamente en una situación como si no lo hubierais oído nunca. Lo que os debe hacer creer es el consentimiento de vosotros con vosotros mismos y la voz permanente de vuestra propia razón…”

La flexibilidad no es por tanto “un estado de la mente”, sino un proceso dinámico de observación y de autoevaluación permanente. Y no sobrestimarse y reconocer las propias limitaciones implica aceptar la posibilidad de error. Sin embargo, no hemos sido educados para aceptar la propia ignorancia sin avergonzarnos de ella.

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Pero, ¿qué se opone a la vergüenza, a la arrogancia y a la soberbia? La virtud de la humildad, la cual consiste en reconocerse a sí mismo tal como uno es, sin sobrevalorarse ni despreciarse. La humildad libera a la mente de la agotadora y casi siempre innecesaria competencia, de querer ser más, de pavonearse, de recordarle al mundo lo que somos. Además, nos acerca al ASOMBRO. La humildad nace de la necesidad de saber y explorar el mundo. El “no sé”, nos impulsa; el “lo sé todo” paraliza el pensamiento.

La humildad es capaz de tomarse las cosas con desapego y sentido del humor. El psicólogo Seligman ubica el sentido del humor (también la picardía) como una fortaleza perteneciente a una virtud mayor: la trascendencia. Y lo define como “el gusto por reír y hacer reír, y ver el lado cómico de la vida fácilmente”, incluso en la adversidad. O como decía Montaigne: “Mi vida ha estado repleta de terribles desgracias, la mayoría de las cuales nunca sucedieron.” Y volvemos a Henri Bergson: el arte de bromear sanamente es una virtud social que castiga la rigidez.

La mente flexible no se toma en serio a sí misma, porque sabe que la solemnidad es prima hermana de la soberbia y el orgullo. Es más sana porque aunque transita por términos medios no desconoce los extremos y es capaz de JUGAR conceptualmente con ellos sin lastimarse ni lastimar a otros. Es refrescante y sabia porque sabe mezclar la alegría con el optimismo que nos permite volver a empezar.

Resumiendo, alguien dijo que la vida es demasiado importante para tomársela en serio. Y lo mismo ocurre con la propia autopercepción. ¡Pues eso!

Y tú, ¿cómo andas de flexible?…

Fuente: https://www.linkedin.com/pulse/mente-flexible-requisito-indispensable-del-l%C3%ADder-exitoso-candeias/

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