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Implicarse también es crecer

Otra de las palabras de moda que se han inventado los gurús es la implicación. En realidad la palabra es vieja, todos sabemos lo que representa y en la medida en que conocemos su significamos, a veces huimos cual demonio se tratara, ya que implicarse equivale a comprometerse y esto equivale a dejar algo a cambio o cuanto menos a participar y lo malo es que pocos quieren empeñar lo propio sin la seguridad de obtener algo a cambio.

Bueno, el lenguaje empresarial, a menudo se rinde a devaneos parafraseados por esos inventores de la semántica, exigir la implicación a la pareja, al amigo, al familiar, todo ello puede tener un cierto sentido ya que supone una acción individual fruto del espíritu o del alma, pues las barreras de las emociones exigen la voluntad para que puedan darse, no hay implicación si no hay sentimiento, de la misma forma que leer no es asimilar, no es sólo estar presente es “estar con todo” y eso cuesta. Por ello las empresas hacen malabarismo con el fin de obtener esta implicación que convierte a un empleado en cómplice de un proyecto.

Establecer porque los trabajadores deben implicarse no tiene mayor secreto que la propia respuesta a un tipo de sociedad empresarial que se apoya básicamente en los recursos humanos y que se va configurando como la ejemplar o la más tópica de este final del milenio: tener buenos profesionales, entendiendo como tales a aquellas personas que hacen bien sus trabajo al límite justo de sus conocimientos, es ya una garantía para competir asegurando la dedicación necesaria. Pero si además se puede conseguir que exista “amor” por lo que se hace, entonces aquella empresa puede ser imbatible frente a sus competidores.

Las empresas se esfuerzan e invierten grandes sumas en programas de formación, coachment, training y también otros más festivos y desenfadados como rayders, turismo aventurero o simples vacaciones pagadas llamadas convenciones que habitualmente sólo convencen al acompañante, dentro de un escenario al que denominan espacio corporativo y allí proceden a extrañas funciones en las que priorizan objetivamente la diversión con la excusa de hacer amigos pero con la finalidad se supone que muy sutil de meter en la cabeza, la imagen, las ventajas, la marca, el ideal del grupo e incluso el destino de la empresa, y hasta creen conseguirlo, pero a menudo ignoran que el corazón y la confianza como la amistad es gratuita. No se vende en bolsa de oro ni siquiera detrás de una sonrisa adquirida en un curso de comunicación, la implicación nace de la libertad individual y para ello debe llegarse hasta el alma de la gente.

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De hecho, el mejor bálsamo para conseguir implicar a las personas no es ni la palabra, ni el gesto, ni la imagen corporativa, ni siquiera el sueldo, sino algo tan mágico como la credibilidad , y ésta nace simplemente de la coherencia. Admiramos de los demás aquellas pautas personales o institucionales que nos inspiran autenticidad, que nos son creíbles, que brindan afecto, que crean sentimientos positivos, o simplemente “buen rollo”. Cuando descubrimos en los demás la unidad entre creencias y prácticas, entre lo que se dice y se hace, entonces y sólo entonces, otorgamos nuestro calificativo de credibilidad y a partir de ahí todo lo que venga. Desde esta fuente puede llegarnos a nuestro interior, hacerlo propio y luchar por ello.

Por eso las empresas se esfuerzan por conseguirla a menudo inútilmente. Quizás el problema resida en proponérselo y los medios son lo que provocan la superficialidad. Cuando el método es mucho más simple basta con cumplir lo que se hace, hacerlo bien y ser rehén de lo que se dice. Es aquello que denominamos la garantía y que es el pasaporte hacia la credibilidad que a su vez genera implicación.

La implicación en el mundo empresarial no establece distinción entre los colectivos que se relacionan con ella, es igual para el cliente que para el trabajador o el proveedor. Todos beben de la misma mano, sólo exigen que este limpia y siempre abierta. Probablemente la base nace de la propia misión de la empresa, se exige a los promotores, accionistas o simples empresarios que tengan un proyecto auténtico, por el que estaría dispuestos “a morir”,es sólo una expresión. Por tanto, aquellos que sólo se rinden a la especulación, que compran fondos ajenos sólo como un juego, o incluso los que ponen límite a la duración de la empresa, ya empiezan a tenerlo difícil en la recta de salida.

Como explicar a alguien la inseguridad laboral de un proyecto estático y encorsetado por la especulación, incapaz de regenerarse en sí mismo, limitado en lugar o tiempo sólo por el interés de una minoría y que no puede ofrecer siquiera un poco de la magia del riesgo natural, esto no se sostiene y, por tanto, podrá conseguir sus fines económicos pero nunca convencer a los demás. Son los castillos en el aire, como muchas promociones inmobiliarias, los fondos especulativos de bolsa, algunos bancos y como no multinacionales, organismos oficiales, casa de juego y hasta algún taxista, dicho sin ánimo peyorativo, pero todo aquel que no vive lo que hace está lejos de la implicación. Es hablar en el desierto, donde no hay sueño empresarial o personal, no hay credibilidad, no hay vida y por tanto nadie se conmueve. Lo siento pero es así.

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Detrás de un empresario, por pequeño que sea, existe una esperanza de compromiso y si hay coherencia, se lleva honestamente y se pone trabajo. Es muy posible que se esté en la base de la implicación, y ello supone que sus trabajadores también creerán en este mismo proyecto. Por tanto su forma de trabajar llevará todo el contenido y los valores añadidos de la satisfacción individual por el trabajo bien hecho y este producto o servicio producido por este trabajador/a llegará a un cliente que será capaz de percibirlo como algo realizado para él exclusivamente. Y aquí no se cerrará el círculo porque a su vez actuará como un vendedor más implicando a amigos o conocidos y la expansión es infinita.

Por todo esto, las empresas piden a los trabajadores implicación. Otra cosa distinta es que sepan crearla. No voy a descubrir ahora, ya que forma parte de mi polivalencia, la importancia de la formación dentro de cualquier empresa, pero de igual forma que la prevención de riesgos laborales, o la calidad total, tampoco la asignatura de la implicación puede “sólo enseñarse”, no es cuestión de docencia sino de filosofía. Todas estas materias forman parte de los valores, de la cultura propia de la empresa y deben vivirse cada día para que sean creíbles sino sólo son panfletos inútiles y costosos, roban espacio y tiempo y, por tanto, son carísimos.

En la formación sobre metodología y didáctica relacionada con la implicación hay que ser muy cuidadoso, asegurarse previamente cuales son los grupos de interés, conocer la situación actual, personal y del equipo, elegir los fines que se pretenden, y organizar los medios para que se consigan. El camino único y certero es simplemente la buena comunicación, informar debidamente con transparencia y llegando a cada persona es el mejor sistema, muy por encima de la parafernalia de incentivos teóricamente aglutinadores , que sólo cumplen un fin como espectáculo lúdico y que solamente abrirán un paréntesis que se cerrará en cuanto acabe la sesión. El tema está en llegar a la gente y para ello simplemente hay que tener algo que decir, exponerlo claramente y que sea creíble.

No puede hablarse sólo de dividendos a los trabajadores que no son accionista, ni motivarlos sólo económicamente cuando después los jefes se cruzan con subordinados de los que desconocen hasta el nombre. De la misma manera que no se puede hablar más de objetivos que de medios para alcanzarlos, si no se entiende la empresa como algo común del que participan todos con independencia del área en que realizan su función, es inútil buscar otras formas de motivación por generosas que parezcan ya que con ello sólo tendremos mercenarios, jamás trabajadores propios.

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El camino de la implicación es horizontal, como la buena comunicación, ya que no puede imponerse ni mucho menos dejarlo al albedrío. Pero el método para llevarla a cabo si debe ser descendente ya que cuando el propietario del capital es capaz de invertir confiando en un director y éste se lo cree, será capaz de crear una estructura y favorecer que sean los cabezas de área quien a su vez definan la organización que por porvenir de su propia inspiración seguramente funcionará y este mismo sistema se realizará en un primer nivel, por tanto toda la empresa respirará y compartirá el mismo aire.

Si lo malo de la implicación consistía en lo inútil de su imposición, lo bueno es que se contagia cuando uno sonríe. El vecino es fácil que lo haga, cuando saludas puede que te contesten, cuando preguntas puedes ser también interrogado, cuando miras probablemente recibirás otra mirada y cuando escuchas también es muy probable que sea escuchado. Por tanto, saber porque se hacen las cosas y hacerlas bien evitan que el compañero de al lado eche por tierra nuestro trabajo, aunque sólo sea por vergüenza y así se crea un círculo de eficiencia de unos con otros. Es la solidaridad deseable en cualquier actividad, el secreto para que las cosas funcionen, todos deseamos en el fondo formar parte de algo, una familia, una casa, una tierra, una empresa. Con ello participamos, nos hace sentir útiles y a veces también felices.

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