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Blindar el tiempo de no-trabajo

Por Amalio Rey

Trabajo donde vivo y sé bien los riesgos que tiene eso. También, las ventajas. Si fuera más joven no lo haría pero, ahora, con mis caprichos viejunos, me cuesta encontrar un sitio en el que me sienta (y me concentre) mejor que en mi despacho de casa.

Los que trabajamos así sabemos que ese es el escenario menos propicio para separar la vida personal y laboral pero, visto lo visto, no hace falta trabajar en casa para caer en el error de mezclarlos. Quiero escribir de eso pero sin ánimo de dar lecciones porque es algo que yo no tengo resuelto todavía. Solo quiero explicar por qué creo que el tiempo de ocio, de descanso, o como llamen a esas horas de no-trabajo, hay que blindarlo con plomo para que el modo profesional no termine engulléndolo todo.

A decir verdad, siempre desconfié de la idea, tan asociada a los knowmads, de que había que dejar que se mezclara con naturalidad el trabajo con el resto de la vida, porque es una tendencia de la vida moderna contra la que no conviene oponer resistencia. Recuerdo que hace casi 10 años, cuando un grupo de amigo/as consultore/as discutíamos los detalles del texto que terminó siendo la Declaración de Consultoría Artesana, nunca me sentí cómodo, y lo expresé, con un párrafo que se propuso incluir en aquel documento, que asociaba la idea cierta de que “nos gusta nuestro trabajo” con “no establecer rígidas separaciones entre nuestra labor de consultoría y otras facetas de nuestra vida” para así “integrar nuestro trabajo como una actividad más de nuestro quehacer cotidiano”.

Si en aquel entonces dudaba de ese principio, hoy, después de lo mucho que he visto, tengo más claro que el agua que “establecer rígidas separaciones” es lo más saludable que se puede hacer, al menos para el tipo de vida que yo tengo. Para colmo, el enfoque artesano es muy vocacional, lo que entraña un riesgo enorme de que se convierta en una actividad expansiva y liante, así que la gestión del tiempo se tiene que hacer con mano de hierro.  Mientras otros mezclan y mezclan, yo trato de levantar paredes cada vez más altas para aislar los momentos de descanso y de ocio, del trabajo de consultoría.

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Incluso en el mejor escenario profesional, lo que parece un ejercicio libre y voluntario, que hacemos con goce, tiene trampa. Es un espejismo. Si no blindas el tiempo de ocio, el del trabajo se lo come todo, y eso no es bueno ni siquiera cuando la tarea se disfraza de actividad “lúdica” o de autorrealización. El término engañoso es “pasión por el trabajo” y su efecto tóxico es acumulativo.

Las llamadas “trabacaciones”, un palabro que leí por primera vez a Julen Iturbe, sugieren que uno puede dedicar parte de los momentos de vacaciones para sacar pendientes de trabajo, y viceversa. El mensaje es que “todo se mezcla”, así que ya no tiene sentido separarlo. Sé que mola el imaginario de poder trabajar desde la playa o desde la terraza de un hotel, en lugar de desde un frío despacho. Yo lo firmo si se trata de cambiar de contexto para hacer un proyecto determinado (a esto le llamo “migraciones creativas”), o meter ocio a los días que un cliente te obliga a estar en un sitio determinado. Pero no, si consiste en introducir horas de trabajo en mis días de vacaciones o días de descanso, porque entonces no consigo una desconexión plena y saludable.

Lo que yo he visto es que cada vez que intercalo obligaciones laborales en tiempos concebidos para el descanso o el divertimento sin objetivos, tardo bastante en recuperar el relax que tenía antes de hacerlo. Es como si el cambio a una actividad mentalmente exigente me dejara un chute de estrés en vena que tarda en disiparse. Es un coitus interruptus que penaliza la sensación de placidez única que genera el descanso continuado, sin interrupciones.

A mí me preocupa que las nuevas fórmulas de empleo, bajo la promesa de la flexibilidad, estén contaminando el modo en que disfrutamos de la desconexión. Ahora los profesionales se ven obligados a gestionar su tiempo para resolver asuntos laborales en cualquier momento, incluso en vacaciones de verano. También está ese tema de la pasión, que nos lleva sin darnos cuenta a trabajar más allá de los límites razonables. De eso habla el filósofo coreano Byung-Chul Han, en esta excelente entrevista que le hacen en Papel:

“Incluso el juego ha sido absorbido hoy por el trabajo y el rendimiento. El trabajo se ludifica. Es decir, las ganas que todos tenemos de jugar se ponen al servicio del trabajo, que las explota y saca partido de ellas. Suponiendo que aún quede un entretenimiento al margen del trabajo, se ha degradado a una mera desconexión mental, que es cualquier cosa menos buen entretenimiento. Tenemos la tarea de liberar el juego del trabajo

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Y después, en la misma entrevista, coincide con mi tesis de separar ambos momentos de forma clara:

Yo contrapongo al tiempo laboral el tiempo festivo. El tiempo festivo es un tiempo de ociosidad, que hace posible recrearse y permite una experiencia de la duración. El tiempo festivo es un tiempo en el que la vida se refiere a sí misma, en lugar de someterse a un objetivo externo. Deberíamos liberar la vida de la presión del trabajo y de la necesidad de rendimiento. De lo contrario la vida no merece la pena vivirla”

De tanto mezclarlo todo, ya no sabemos cómo dotar de sentido al ocio, que no sea trabajando. Dice Byung-Chul Han que eso nos lleva a la llamada “enfermedad del ocio”, que ocurre cuando nos ponemos enfermos precisamente durante nuestro tiempo libre. El estrés de liarlo todo no permite un descanso reparador basado en una práctica libre y enriquecida del ocio porque en lugar de eso, lo que sentimos es que es un momento que nos falta algo, porque no estamos trabajando.

La filósofa Marina Garcés lo dice a su manera, cuando recuerda que vivimos en “nuevos tiempos de trabajo ingobernables que hacen que, de alguna manera, la vida nos pase por encima incluso cuando nos pensamos que estamos haciendo lo que más nos gusta”.

Yo lo he practicado todo. Una estrategia o truco para separar el tiempo de trabajo del de ocio o de no-trabajo es asociándolos a espacios físicos determinados. Por ejemplo, solo trabajas si entras a tu despacho o estas en la oficina. Pero, claro, eso requiere disciplina, porque también tienes que saber aislarte del móvil, ese aparato diabólico, que es una máquina de la confusión y un coladero de obligaciones. Si dejas el teléfono encendido y lo consultas constantemente, entonces dejas que se cuele trabajo en el salón, en las habitaciones, en el baño, en el cine, y en donde intentes disfrutar del placer de hacer cosas que se gozan por sí mismas.

Que estemos contestando correos del trabajo, o sea, trabajando, vía móvil en cualquier sitio, nos parece tan normal que dice mucho de lo mal que estamos. Después vienen los fines de semana, que pueden convertirse, fácilmente, en maratonianas jornadas de trabajo. No hay compromisos externos, no tienes a clientes que te den la lata, ni que te interrumpan, así que dedicas el tiempo de ocio, y de la familia, a “los pendientes”. Y recuerda esto: a más te guste tu trabajo, más riesgos de que te engulla la rueda, porque es más difícil ponerte límites. Estar sin presión expande el lado más reflexivo del trabajo, pero sigue siendo eso, trabajo. Descansar y relajar la cabeza es otra cosa. No hacer nada que tenga un fin utilitario es la leche. El cuerpo y la mente lo agradecen.

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Sé que cada persona es un mundo. Ya dije que no estoy para dar lecciones porque ni yo mismo termino de gestionar bien lo mío, aunque al menos sé lo que debo hacer. Solo pretendo que pienses en esta posibilidad: reservar un tiempo, del día y de la semana, para el ocio y el no-trabajo, y protegerlo. A más regular sea, con horarios y espacios bien delimitados, más fácil será convertirlo en hábito. Recuerda que si no lo aíslas por manu militari, si no te autoimpones horarios y espacios mínimos para el no-trabajo, éste último lo engulle todo. Son los tiempos modernos, dicen…

Fuente: https://www.amaliorey.com/2019/02/24/blindar-el-tiempo-de-no-trabajo/

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