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MUCHOS ESTUDIAN , POCOS APRENDEN

por Juan Carlos Valda

Marzo es para mí siempre un motivo de alegría. Es el mes en el que, luego del período de vacaciones, comienzan las clases en la Universidad y ello siempre ha sido una instancia de reencuentro interno con el educador que habita en mí.

Como cada año, luego de la presentación personal y de la exposición de los contenidos y lineamientos de la materia sobreviene el momento en que cada uno de los alumnos se presenta a sí mismo y comparte no solamente la motivación que lo llevó a inscribirse sino también sus sueños y expectativas sobre la carrera universitaria y sobre las clases que compartiremos juntos durante casi cuatro meses.

Es habitual que tengamos una pequeña “guía” con no más de 5 preguntas que considero que es bueno desarrollar para conocernos mejor de modo que los asistentes pueden, si lo desean, responder esos puntos o expresarse según su gusto.

Siendo la materia que nos convocaba en esta ocasión administración de empresas, una de los puntos orientativos preguntaba si habían cursado ya alguna asignatura relacionada con la misma y si habían podido aplicar los contenidos en sus trabajos o no y porqué. Del total de los alumnos casi un 30/40 % había tenido una experiencia anterior pero lo que más me sorprendió fue sin dudas una especie de “muletilla” que apareció en la casi totalidad de los que habían cursado administración: “cursé la materia pero….no me acuerdo de casi nada” y seguramente alguna cara rara debía poner yo dado que enseguida me aclaraban (casi como con una disculpa) “pero no se preocupe seguro que cuando veamos los temas me acordaré”.

No soy un especialista en gestión del conocimiento y tampoco un técnico en pedagogía pero cuando escuché los dichos de mis alumnos automáticamente me vino a la mente la diferencia entre estudiar y aprender. Evidentemente ellos habían estudiado y con ello les fue suficiente para aprobar los exámenes pero no habían aprendido.

Lo que siguió durante el resto de la clase tuvo que ver con aclarar la diferencia entre ambos conceptos (que muchas veces son tomados como sinónimos) y no dudo que la vida nos colocó naturalmente y con mucha sutileza en el tema más importante para un primer día de clase. En ese momento recordé una muy conocida frase de la escritora sueca Selma Lagerlof que decía: “Cultura es lo que queda cuando se olvida todo lo que se aprendió” y a partir de ese concepto comenzamos a conversar.

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Desde mi modesto punto de vista, aprender tiene la misma connotación que “cultura” para la autora de la frase, es lo que nos queda cuando nos olvidamos todo lo que estudiamos.

Estudiar es un acto mediante el cual ingresamos datos e información a nuestro cerebro y como tal es un mero proceso de carga sin procesar demasiado (si me permiten la expresión). Son los datos que habitualmente incorporamos para los exámenes, cuando lo único que importa es aprobar y al ser capaces de recordarlos rápidamente creemos que “sabemos” la materia.

Parecería que esa manera de “aprender” tiene sus riesgos dado que a medida que más datos ingresamos más posibilidades tenemos de comenzar a olvidarlos. Es como una captura de información a plazo fijo con fecha de vencimiento el día siguiente de las evaluaciones a las que somos sometidos.

No se genera un lazo entre quien estudia y los conceptos. No dejan de ser una teoría para el alumno, quien no suele “perder” tiempo en buscar modos de aplicar en la práctica lo que está procesando y lo que es peor, ni siquiera realiza una evaluación crítica acerca de su aplicabilidad en la realidad como si sólo bastara estar escrito en un libro para ser una verdad incuestionable.

Por supuesto que estudiar es importante pero aprender es imprescindible. Aprender es interiorizar el conocimiento, es sacarlo de la “biblioteca que tenemos en el cerebro” y hacerlo uno con nosotros. Es aplicarlo y enriquecerlo con la experiencia. Entender que el conocimiento no es un producto terminado sino una materia prima con la cual podemos trabajar y que hay que darle en cada caso una forma nueva o al menos la necesaria para que en cada circunstancia particular sea realmente efectiva.

Aprender es cuestionar las letras y tratar de llegar a los conceptos que están más allá de las bellas expresiones gramaticales olvidándose por un momento de los laureles de quien las ha escrito.

Para mí, la diferencia entre estudiar y aprender es la misma, si me permiten, que hay entre respirar y vivir. No basta con respirar para vivir del mismo modo que no es suficiente con estudiar para aprender. Cuando aprendemos algo, seguramente nunca lo olvidamos. No dependemos de tener que acordarnos porque siempre estará presente en nosotros. Es un saber que aflorará naturalmente y nos guiará a la solución de los problemas.

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Cuando tomo un examen y el alumno me responde comenzando su frase con el habitual: “según el autor Z”  automáticamente sé que el alumno ha estudiado ahora cuando es capaz de debatir sin repetir las palabras del libro, cuando puede aportar experiencias para justificar sus razonamientos me doy cuenta que ha aprendido”.

Para entender por qué pasa esto, creo que podríamos hablar de las distintas características de las diferentes generaciones (X,Y,Z, milennials, etc.) respecto de su interés en el conocimiento, de su ansiedad por saber y de su cultura que vive en lo inmediato y busca soluciones rápidas en 140 caracteres como si fuera un tweet. También podríamos hablar de la metodología de enseñanza de nosotros, los docentes, que muchas veces usamos modos, lenguajes y criterios que serían muy validos si los alumnos fueran de nuestra edad. Soy plenamente consciente que es mucho más fácil hacer estudiar a una persona que lograr que aprenda, para lo primero sólo basta darle una bibliografía, decirle desde que punto a que punto memorizar y la fecha de la evaluación.

Pero enseñar a aprender lleva tiempo, compromiso y alma (de ambos protagonistas). Es acompañar al alumno a ponerse en situación de aprendizaje, es no darle todas las respuestas sino orientarlo para que sepa buscarlas, es alentarlo a tomar conciencia que lo que hoy sabe no necesariamente le servirá para siempre y que lo que alguna vez “cargó” en su memoria debe mantenerlo vivo con sus experiencias.

Cuando un docente busca que el alumno aprenda, tiene muy en claro que la “estrella” no es él mismo (al demostrar que “sabe” las respuestas a todas las preguntas). Es plenamente consciente que el protagonista es el alumno y su rol educador, es simplemente generar el espacio y despertar las inquietudes internas para que la llama que alimenta las ganas de saber nunca se apague.

Autor: Juan Carlos Valda – jcvalda@grandespymes.com.ar

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