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El ego: Tu peor enemigo

Dos anillos NBA, seis veces All-Star, una vez campeón del mundo FIBA, tres veces campeón del Eurobasket, dos medallas de plata y una de bronce en los Juegos Olímpicos, Rookie del año de la NBA, MVP del Mundial y del Eurobasket… Al repasar algunos de los éxitos deportivos que he conseguido a lo largo de mi carrera gracias a mis compañeros y los equipos técnicos que me han acompañado, muchos quedan impresionados y se dirigen a mí con palabras aduladoras como “leyenda”, “referente” o “líder”. Mucha es la admiración que recibes cuando tienes la suerte de dedicarte profesionalmente a algo que posee un gran interés del público. Y si, además, tienes la fortuna de destacar por encima de la media, los halagos pueden volverse algo natural o incluso esperado.

Dos anillos NBA, seis veces All-Star, una vez campeón del mundo FIBA, tres veces campeón del Eurobasket, dos medallas de plata y una de bronce en los Juegos Olímpicos, Rookie del año de la NBA, MVP del Mundial y del Eurobasket… Al repasar algunos de los éxitos deportivos que he conseguido a lo largo de mi carrera gracias a mis compañeros y los equipos técnicos que me han acompañado, muchos quedan impresionados y se dirigen a mí con palabras aduladoras como “leyenda”, “referente” o “líder”. Mucha es la admiración que recibes cuando tienes la suerte de dedicarte profesionalmente a algo que posee un gran interés del público. Y si, además, tienes la fortuna de destacar por encima de la media, los halagos pueden volverse algo natural o incluso esperado.

Ante esta realidad, a veces es difícil controlar aquello que nos acecha y que nos aparta del camino de crecimiento personal: nuestro ego. Según Ryan Holiday, autor del libro Ego is the enemy, el ego es una creencia poco saludable de nuestra propia importancia. Se trata de un exceso de autoestima que nos induce a centrarnos únicamente en nosotros mismos y nuestro propio interés sin contar con los demás. Lo define como la enfermedad del “y yo más” ya que la felicidad se mide en base a factores externos como la aspiración a ser mejor que el resto o la búsqueda constante del reconocimiento.

En nuestra contra:

El exceso de arrogancia o autoestima provoca cierta aversión a nivel social. A nadie le gusta tener al lado a alguien que alardea constantemente de sus logros personales. Pero, más allá de este rechazo social, el ego nos perjudica personalmente.

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A menudo caemos en la tentación de pensar que la consecución de nuestros objetivos es gracias a lo bien que lo hemos hecho, a lo buenos que somos. Y cuando las cosas van mal o se tuercen, la culpa es de los demás: nuestros compañeros de trabajo, nuestro jefe, el sistema de juego o incluso la propia suerte que no ha estado de nuestro lado. Pero raras veces, o al menos no de forma inmediata, somos capaces de mirarnos al espejo, de hacer autocrítica, de asumir nuestra parte de responsabilidad, tanto en el éxito como en el fracaso.

En su libro, Holiday distingue tres escenarios en los que el ego nos puede perjudicar: cuando pretendemos conseguir algo importante, cuando logramos un cierto éxito y cuando fracasamos.

Menos elogios, más resultados:

Cuando aspiramos a conseguir nuestros objetivos, el ego nos impide aprender y desarrollar nuestro talento. Al empezar un nuevo proyecto, por mucha experiencia que tengamos, debemos dejar de lado nuestra sensación de suficiencia y afrontarlo con humildad y curiosidad. En mi caso, siempre que he cambiado de equipo, he intentado adoptar el rol de aprendiz por muchos años que lleve en esta liga. Asimilar el sistema de juego del equipo, detectar sus puntos fuertes y débiles, conocer y aprender de cada uno de los compañeros y miembros del equipo… Todo esto es lo que te permite definir tu rol, entender de qué manera puedes contribuir al grupo para así tener un impacto positivo y aportar un valor necesario.

Puede ser que, con el paso del tiempo, empecemos a recibir elogios o reconocimientos y esto nos lleve a pensar que somos buenos, incluso imprescindibles. El riesgo aquí está en perder la perspectiva y disciplina necesarias para seguir avanzando y aprendiendo cada día. Para combatir este ego, lo importante es centrarse en los resultados: basta con preguntarnos qué queremos conseguir y si verdaderamente lo hemos logrado. Siendo humildes y realistas nos daremos cuenta del camino que nos queda por recorrer.

Del éxito a la paranoia:

Cuando alcanzamos el éxito, el riesgo es que nos olvidemos del camino -lo que nos ha traído hasta aquí- y que esto nos impida conservar lo que hemos logrado. Obviamente, la consecución de una victoria es fruto del trabajo diario, del esfuerzo y la disciplina que hemos desarrollado previamente y que nos ha permitido alcanzar nuestro objetivo.

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A veces ocurre que las reglas de ayer -constancia, sacrificio, dedicación, etc.- dejan de tener sentido porque creemos que hemos llegado, que no existe un “más allá”. Entonces, centramos el foco en actividades secundarias que contribuyen a fortalecer nuestro ego. Es habitual que, cuando consigues un título, la atención mediática se desate y pases a ser el foco de todas las miradas. Todos los medios quieren entrevistarte, la gente te elogia por lo conseguido, recibes premios y reconocimiento público… Sin darte cuenta, destinas más tiempo y energía a cosas superfluas a cambio de elogios.

Este fortalecimiento del ego te puede hacer pensar que tu tiempo es más valioso que el del resto y tus ideas, simplemente, mejores. Dejas de confiar en los demás y pasas a querer gestionarlo todo tú mismo ya que te crees mucho mejor. Esta necesidad de control y autoprotección te puede llevar incluso a la paranoia y este es el camino más rápido al fracaso. En estos momentos es importante recuperar la perspectiva, entender que lo que te ha llevado hasta allí no es tu genialidad sino el trabajo diario, el esfuerzo, el sacrificio, la ayuda y apoyo del equipo y/o familia… Y, por encima de todo, comprender que aún tienes mucho por delante, que este es solo un momento, un pequeño paso dentro de tu largo viaje.

Sin excusas:

En el fracaso, el ego es también un mal aliado: hace más dura la caída y más difícil la recuperación. Nuestra autoestima desmesurada nos invita a eludir cualquier responsabilidad y nuestros argumentos se forjan a base de excusas: el árbitro ha pitado en nuestra contra, ese jugador no ha estado a la altura, la pista estaba en malas condiciones… Esta inclinación a no ejercer la autocrítica provoca que los problemas se magnifiquen y nos exime de la búsqueda de una posible solución.

Ante este panorama, hay una verdad incuestionable: el fracaso es inevitable. Todos cometemos errores, todos nos podemos equivocar. Nadie es perfecto. El fracaso no debe suponer una amenaza a nuestra propia identidad, sino que debemos entenderlo como una oportunidad de crecimiento. Ante una derrota, lo primero es asumir nuestra responsabilidad y asegurarnos de que esa experiencia nos es útil para aprender de nuestros errores y no volverlos a cometer en nuestro próximo reto.

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En definitiva, el ego interfiere en nuestra manera de ver el mundo: nos impide lograr aquello que queremos, conservar lo que tenemos y afrontar nuestras derrotas. Sin embargo, tiene también su vertiente positiva: nos invita a creer en nuestras posibilidades cuando el entorno no acompaña, nos empuja a superar nuestros límites y a demostrar lo que valemos. Porque es necesaria una buena dosis de ego para creer que se puede tener éxito donde los demás han fracasado. La clave, como todo en la vida, está en encontrar el equilibrio, mantener el ego bajo control, aprovecharnos de sus beneficios a la vez que evitamos que tome el control de nuestro destino.

Fuente: https://excelencemanagement.wordpress.com/2019/06/03/el-ego-tu-peor-enemigo/

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