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Marcos Galperín, el creador de Mercado Libre

Por: Catalina Oquendo

Sin proponérselo, hace veinte años, un colombiano estuvo a punto de impedir que naciera Mercado Libre y que el argentino Marcos Galperín se convirtiera en el cuarto hombre más rico de Argentina.

Galperín lo recuerda ahora con risa, pero en aquel momento en que tenía los segundos contados para convencer a un inversor de ayudarle a crear el negocio de su vida, sudó frío y quiso que un milagro hiciera callar a su amigo.

La historia estuvo de su lado y, gracias a unos minutos extras y una estrategia suya, logró que John Muse, uno de los inversores más importantes de ese momento, le diera el primer empujón a esta empresa que Galperín se había soñado desde que estudiaba en Stanford.

Hijo de familia de migrantes rusos y alemanes y empresarios de cuero, exrugbier, fanático de las biografías de deportistas, con 47 años, es el fundador de una de las empresas de comercio electrónico más conocidas de América Latina.

Cada segundo que habla hay 6.000 búsquedas y se concretan 10 compras en su plataforma, que hoy funciona en 18 países y tiene 280 millones de usuarios registrados. Lo que empezó como una idea de un sitio de ventas online se ha convertido en una de las empresas claves del mercado tecnológico de la región, que factura 1.600 millones de dólares al año.

Literalmente –cuenta– comenzó en un garaje familiar con cuatro amigos y en el 2007 vivió uno de los momentos más importantes de su vida: entró en la Bolsa de Nueva York, donde tiene una capitalización bursátil de 30.000 millones de dólares.

Su abuelo migrante llegó sin un peso a Argentina, ¿eso qué significa para usted hoy?
Mi abuelo paterno llegó muy pobre a la Argentina, no había terminado ni la escuela primaria. Era ruso, no sabía español. Trabajaba cargando y descargando bolsas de cereal del ferrocarril. Como no tenía dónde quedarse, se hospedó en el hotel de los inmigrantes en La Boca y se terminó quedando meses en el puerto. Por otro lado, mi abuelo materno llegó en la crisis de los años treinta desde Alemania, pero él sí tenía educación y era pudiente, así que empezó a dedicarse a los negocios en Argentina, y le fue bien. Siempre del lado de mi padre como de mi madre se priorizó el trabajo y el sacrificio y la perseverancia. Entonces, sin duda esto tuvo un impacto en mi vida y también en Mercado Libre.

¿Es verdad que usted era un niño muy nerd?
[Risas]. No sé si nerd. Yo de chico quería ser científico y antes de los diez años programaba. Había muy pocas computadoras, pero yo tenía la suerte de tener una y programaba en Basic. Además, era fanático del ajedrez, me leía todos los libros de ajedrez, mi ídolo era Bobby Fisher, el único ajedrecista americano que les ganaba a los rusos. Así que sí, me gustaban mucho esas cosas.

Pero usted también tiene una faceta poco conocida como deportista. Estuvo a punto de irse a jugar rugby de forma profesional con Los Pumitas…
Sí, en la adolescencia me metí mucho en el rugby y abandoné todo conocimiento analítico, dejó de interesarme la programación y el ajedrez y me enfoqué mucho más en lo social y en el deporte. Cuando terminé la secundaria pasaron dos cosas, me aceptaron en la Universidad de Pensilvania, que tiene la escuela de negocios de Wharton, que era donde más quería estudiar. A la vez, me ofrecieron entrar al seleccionado de rugby de Argentina juvenil. Me tuve que decidir y opté por irme a estudiar.

¿En qué posición jugaba?
A veces jugaba de apertura, que es el puesto 10 que combina táctica con habilidad de los pies, un puesto de bastante conducción. El 9 y 10 son los que determinan cómo se va a jugar el partido, los que plantean la estrategia de juego.

Bueno, dado lo que ha logrado, supongo que no se arrepintió, ¿o sí?
No, pero me gustaría vivir otra vida y poderme dedicar al deporte. Siempre he dicho que soy un deportista frustrado, me gusta la competencia, me parece que es algo que genera mucha adrenalina. De hecho, me inspiro mucho en grandes deportistas, incluso más que en grandes políticos. Admiro mucho esa determinación y esa perseverancia, la competitividad, el talento. No hubo arrepentimiento. Si estuviera en ese lugar de nuevo, tomaría exactamente la misma decisión.

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Su familia tiene un negocio de cueros. ¿Fue fácil tomar su propio camino y no dedicarse a ese negocio?
No sé si fue fácil o difícil, pero me resultó bastante natural. Somos cinco hermanos varones, soy el cuarto y siempre dije que quería ir a estudiar a Estados Unidos; lo cual era bastante atípico, lo sigue siendo, no sé por qué, pero en los años noventa, lo era mucho más. Encima, era un momento de Argentina, bueno, otro momento de mucha inflación y crisis económica. Mis hermanos habían estudiado en la universidad pública acá, que era muy caótica en ese momento, con muchos paros. Así que opté por irme. El negocio era de mi abuelo y después lo asumió mi padre, cuando se casó con mi madre. Ella tenía un hermano que nunca se metió en los negocios y se fue a vivir a Europa; a mi madre tampoco le interesaban. Entonces fue mi padre el que continuó con la empresa familiar. Al ser el cuarto, nunca sentí presión. De hecho, siempre decía que sería científico.

Y qué pasó con eso de ser científico, ¿quedó algo?
Por un lado, nada. Por otro, creo que lo que hacemos acá está muy relacionado con innovación en las ciencias y las nuevas tecnologías. Esa curiosidad por tratar de inventar cosas o mejorar las formas que vivimos a través de la tecnología es básicamente lo que hacemos con nuestros productos hoy en día.

¿Cómo apareció entonces la tecnología en su vida?
Tuve siempre esa curiosidad, programaba como autodidacta con mis hermanos más grandes, a quienes también les gustaba el ajedrez.

Usted soñaba con Wharton, pero no fue como se lo esperaba. ¿Por qué?
No me lo imaginaba así. Yo en Argentina estaba muy cómodo, tenía mi novia, mis amigos, mi equipo de rugby, la posibilidad de entrar a Los Pumitas. Todo esto es previo a internet. Y Filadelfia no era una ciudad muy amigable. De hecho, era muy peligrosa. Eso muestra cómo en un par de décadas puede cambiar todo. A esto hay que sumarle que Wharton era una universidad muy competitiva, donde la nota que uno sacaba dependía de a cuántas personas le había ganado. No estaba acostumbrado a eso, así que me costó bastante. Disfruté mucho la parte académica, pero fue una experiencia muy intensa. Era una época donde hablar por teléfono salía carísimo. De hecho, mi padre me decía: “Bueno, si quieres llamar a tu novia tienes que trabajar”, y entonces me puse a trabajar en la biblioteca. Una llamada por semana salía a mil dólares al mes.

La novia de esa época, que es la actual esposa…

Sí. Ella también es perseverante.

Fue en esa misma universidad dónde se cruzó a Warren Buffet y no lo reconoció…
No. Eso fue en Stanford. Si Wharton fue de mucho esfuerzo académico, Stanford fue más de inspiración. Tanto que ahí fue donde nació Mercado Libre. Uno allá no compite por nota. De hecho no hay notas, así que uno hace trabajos porque realmente quiere. La gente que entra ahí es porque evidentemente quiere aprender y es un ambiente más de tomar riesgo. Yo ahí tenía 25 años y no estudiaba mucho. La realidad es que entre Wharton y mi trabajo previo en finanzas ya sabía muchas cosas. Lo que me interesaba en Stanford era ir a clases a las que iban invitados a contar sus experiencias.

Uno de esos invitados fue clave en la creación de su empresa…
Yo tomaba una clase con Jack McDonald, un profesor legendario en Stanford, que tenía un truco. Como no es obligatorio ir a las clases, él nunca decía quién iba a venir. El problema es que el día que faltabas era justo el día en que iba Steve Jobs. Así se aseguraba que todos asistiéramos. Yo siempre iba a sus clases y llegaba temprano.

Y en una de esas estuvo con el hombre más rico del mundo sin reconocerlo.
Sí. Un día llegué 15 minutos antes a la clase y me senté adelante. Había un señor mayor sentado en el escritorio, estábamos él y yo nada más. Había silencio. Yo veía que él me miraba raro, como sorprendido. Y en un momento me dijo: “Soy Juan Pérez, pero hoy me disfracé de Warren Buffet”. Y yo no entendí lo que me dijo, pero me di cuenta de que me había hecho un chiste y yo dije: “Ah, ja, ja, ja”. De vuelta, sentí que el tipo estaba como medio incómodo. De repente empezaron a entrar compañeros y a escucharse un murmullo. Entró McDonald, presentó a Buffet y yo no lo podía creer. En ese momento, yo estaba buscando una inversión para crear Mercado Libre. Entonces, hablé con Jack y le dije: “Vos sabés que yo vengo a todas tus clases, pero perdí una oportunidad increíble con el tipo más rico del mundo. El inversor más importante del mundo, sentado al frente mío durante cinco minutos, me dijo: ‘Soy Warren Buffet’, ni le presté atención y estoy buscando gente que invierta en mi proyecto”. Me dijo: “Te voy a dar una mano, en un mes va a venir John Muse”, que era uno de los dueños del fondo Muse, que estaba invirtiendo en América Latina. McDonald me dijo: “Yo siempre los invito a almorzar y después de la clase arreglo para que alguien lo lleve al aeropuerto. Le voy a contar de vos y lo llevás”.

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Pensábamos que esto iba a ser muy útil, pero no nos imaginamos que nos iba a costar tanto tiempo. Estuvimos 7 años perdiendo dinero. Recién en el 2006 llegamos al equilibrio, y en el 2007 rentables.

Esa oportunidad no la perdería por nada…
Sí, pero resulta que un compañero colombiano, Ignacio Giraldo, que era el presidente de la clase, se subió al asiento delantero del auto conmigo. Ignacio después trabajó con nosotros en Mercado Libre y es un amigo. Pero fue de colado. Él tenía como cinco ofertas laborales y no sabía cuál tomar. Yo no tenía ninguna, no estaba buscando. Entonces, la primera mitad del viaje se la pasó hablando con Muse, diciéndole todas las ofertas laborales que tenía, cuánto le iban a pagar y qué consejo le daba él sobre cuál oferta aceptar.

Y a usted se le agotaba el tiempo.
Yo lo quería asesinar. Pensaba, esta es mi oportunidad y este se me sube y empieza a hablar, a decir que no sabe si ir a Goldman Sachs o a McKinsey. Entonces, decidí actuar. Yo había practicado mi discurso, sabía cuánto me tenía que demorar en el viaje, sabía cada palabra de la primera a la última y cuánto me iba a tardar, y también, que ya no lo lograba. Pero sabía que él iba a un avión privado y entonces lo encaminé hacia un vuelo comercial de American Airlines. Así recuperé todo el tiempo que me hizo perder Ignacio. Salió todo bárbaro. Muse se bajó del auto y sacó las maletas de atrás, subió al avión, las dejó, bajó de vuelta y me dijo: “Tu historia es fascinante, quiero invertir en tu proyecto”. A mí me temblaban las rodillas.

¿Y cuál fue la clave para convencerlo?
Le conté todo mi plan de negocios. Como él había invertido en varias empresas de medios y como sus competidores eran empresas de medios en América Latina que tenían diarios con anuncios clasificados, lo que le dije fue que íbamos a hacer una competencia de los anuncios clasificados de los diarios. Ahí abrió los ojos como diciendo: “Este me va a ayudar a competir”.

Y ahí qué siguió…
Con mi novia, que seguía siendo la misma novia, nos íbamos a ir a Europa después de la graduación. Ahí le dije: “Europa va a tener que esperar”, y empecé una carrera que hasta ahora no ha parado, un túnel sin salida. De ahí a la graduación fui a buscar compañeros de Stanford, a hacer encuestas, buscar tecnologías, armar todo el equipo de desarrolladores. Reservé el nombre, antes se iba a llamar Libre Mercado, pero estaba tomado. Entonces, le di la vuelta por Mercado Libre.

En este tipo de historias siempre se cuenta que arrancaron en un garaje, pero ¿existió realmente?
Sí, absolutamente. En esa época, 1999, había muy poca conectividad a internet, era con módem, uno llamaba a un número y era gratis, pero la conexión era muy mala. En Argentina había muy pocos edificios con banda ancha y mi familia tenía uno de ellos. Entonces, me dijeron: “Para tu proyecto te prestamos dos cocheras”. A nosotros lo que nos interesaba era tener servidores con banda ancha para subir el código. Entonces, arrancamos en el subsuelo, en el piso menos uno. Hasta el día de hoy, esos garajes existen. Nosotros vamos a recuperarlos, porque están igual, solo que ahora los usan de depósito y los vamos a poner tipo museo.

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Parece que todo hubiera sido fácil. ¿Hubo algún momento complicado?
Los comienzos. Pensábamos que esto iba a ser muy útil, pero no nos imaginamos que nos iba a costar tanto tiempo. Estuvimos 7 años perdiendo dinero. Recién en el 2006 llegamos al equilibrio y en el 2007 fuimos rentables.

¿Y el mejor momento –imagino– fue la llegada a la Bolsa de Nueva York?
Fue una cosa increíble, fue casi como el nacimiento de un hijo. Yo ese día estaba que explotaba. ¿Cómo hago para meter este día en un frasco y poderlo revivir después? Yo no me emociono mucho y no pensé que fuera a ser así. También lo que pasó es que me agarró desprevenido, siempre nos pasaba algo, el mercado se destruía o cualquier cosa. El día que salimos a la Bolsa fue la primera vez –excepto cuando atacaron las Torres Gemelas– que el mercado central americano, el europeo y el japonés tuvieron que intervenir de forma coordinada para darles liquidez a los mercados, porque la Bolsa había caído estrepitosamente. Era el principio de la crisis de Lehman Brothers, esto fue en agosto del 2007. Ese día, hasta último momento, nadie pensaba que íbamos a poder salir a la Bolsa. De suerte yo les dije a mis padres que estaban en Europa: “Vénganse que mañana salimos a la Bolsa”. Mi padre me dijo: “No creo, ¿a vos te parece?”. Al final vinieron junto a un hermano que vive en Estados Unidos, pero ni los otros hermanos ni mis amigos vinieron. De hecho, nunca en la historia de Argentina una empresa local había salido en la Bolsa de Estados Unidos. Los diarios financieros no publicaron la noticia; el único que lo hizo escribió: “Mercado Libre canceló su salida a la Bolsa”. Al día siguiente salimos y ellos no se rectificaron. O sea, ni siquiera acá fue una noticia.

¿Y después de la Bolsa qué viene?
Todavía me sueño muchas cosas para Mercado Libre. Hemos avanzado mucho en democratizar el comercio. Cualquier persona puede comprar el mismo producto independientemente de donde vive, ya sea en Bogotá, en Medellín o en Cúcuta, y puede pagar lo mismo que alguien que vive en las grandes ciudades, financiarlo en cuotas y recibirlo con envíos gratis. Tenemos que avanzar mucho en lo que son envíos rápidos, no solo para comprarse un celular, sino también productos de supermercado o cosas más del día a día. Así que vamos a estar muy enfocados en todo lo que es logística de envíos. Lo otro que quiero es democratizar los servicios financieros de América Latina. La mitad de la población no tiene acceso a los servicios financieros y no puede ahorrar ni tener una renta, pagar digitalmente o conseguir un préstamo. En eso estamos ya en México, Brasil y Argentina, y creemos que ahí hay una oportunidad en los próximos veinte años de hacer productos que realmente le sirvan a la gente.

En cuanto a lo personal, usted ha dicho que quiere otras vidas, ¿no le es suficiente?
Hacia adelante, la verdad que no lo tengo claro. Sé que además de Mercado Libre, voy a querer hacer algo más. No me veo veinte años más acá. El problema es que ya lo dije muchas veces y pasaron dos décadas. Pero todavía me siento joven. Lo que sí es claro es que no quiero ser abuelo y seguir en Mercado Libre.

Pero entonces, ¿no se jubila?
Por lo pronto, no. Sigo aquí.

Fuente https://www.eltiempo.com/bocas/entrevista-con-el-creador-de-mercado-libre-marcos-galperin-395638

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