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La actitud es contagiosa: rodéate de quien saque lo mejor de ti

Por Valeria Sabater

Si la actitud es lo más importante que llevamos puesto, entonces cuida bien de que nadie desnude tus propósitos y que nadie desgaste de «imposibles» tus puntos fuertes y tus ribetes de esperanzas. No permitas que desabrochen tus anhelos al hacerte creer que «tú no vales, tú no puedes o tú no mereces». Nuestra actitud representa un porcentaje muy importante de la capacidad de influencia que tenemos sobre lo que nos sucede, así que no lo hagas, no permitas que te roben tu mejor vestido.

Algo que llama sin duda la atención de muchos de los libros de autoayuda que encontramos en la actualidad, es que intentan orientarnos hacia el éxito, hacia ese triunfo exterior donde tarde o temprano seamos reconocidos por los demás por nuestra valía, por nuestras aptitudes y capacidades. Ahora bien, cabría matizar: más que «éxito externo» lo que ansiamos alcanzar es calma interna.

«Una persona feliz no tiene un determinado conjunto de circunstancias, sino un conjunto de actitudes».Hugh Downs

La aptitudes suman, no hay duda, demostrar que podemos hacer bien una tarea concreta es muy gratificante, es cierto. Sin embargo, lo que «multiplica» son las actitudes, porque son ellas las que marcan la diferencia entre un buen día y un mal día, son ellas las que nos confieren optimismo cuando todo está en nuestra contra, ellas las que nos permiten creer en nosotros mismos cuando otros osan empequeñecernos como personajes de Lilliput.

«Yo Sí valgo, yo SÍ sé hacerlo y yo Sí merezco» son sin duda esas tres raíces que deben nutrir nuestra actitud cotidiana, esa con la que deberíamos desayunarnos cada mañana con nuestro café y nuestras tostadas. Sin embargo, hay veces en que la mentalidad negativa, derrotista o incluso tóxica de algunas personas que nos rodean pueden sin duda debilitar ese enfoque dorado hasta volverlo tormentoso…

Tu actitud: una decisión personal

La oferta editorial sobre libros de felicidad y crecimiento personal se duplica cada año. Sin embargo, la OMS ya nos advierte de que en poco tiempo, la depresión será el primer problema de salud y discapacidad en todo el mundo. Asimismo, educamos a nuestros niños para que sean competentes en ciencias, en matemáticas, en el uso de la tecnología e incluso en el lenguaje de la programación, pero se nos olvida enseñarles a tolerar la frustración, a gestionar sus universos emocionales, sus rabias, sus tristezas…

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Nadie nos explica qué es eso de las actitudes, o cómo se hace aquello otro de «creer en nosotros mismos». No lo sabemos porque lo único que nos han enseñado en el colegio es a saber identificar el sujeto y el predicado de una frase, a sacar el mínimo común múltiplo o a creer que basta con ser bueno, respetuoso y sacar buenas notas para que la felicidad aparezca por sí misma, como la promesa a un contrato que firmamos desde bien pequeños.

Sin embargo, tarde o temprano descubrimos que nuestras buenas intenciones no bastan para que llegue el éxito. Nos damos cuenta de que si alguien no cree en nosotros nos apagamos como una vela vencida por un viento frío.

Percibimos también que la sociedad nos ofrece una buena educación, pero posterga nuestras oportunidades sumiéndonos en una sala de espera donde nada llega. Y allí, nos juntamos con otros que también aguardan, otros que nos contagian sus esperanzas desnutridas, su derrotismo, su vacía autoestima de corta y pega.

Tarde o temprano, nos damos cuenta de que estamos «enfermos», infectados por el desánimo y la pasividad, nublados por una mente que se ha dejado llevar por el piloto automático de la negatividad ajena.

Al final, percibimos que la actitud no es más que una decisión personal, esa que nos arranca de unos jardines yermos y desolados donde nada crece, para recordar que no merecemos estar ahí, que toca aunar valor, energía y ánimo para hallar aquello que necesitamos de verdad.

Los tres componentes de la actitud fuerte y valiente

A menudo suele decirse aquello de que una actitud positiva no resolverá todos nuestros problemas, pero lo que sí hará es molestar a más de una persona, a esas que con su mentalidad cuadrada y sus enfoques llenos de aristas, no hacen más que poner alambradas a nuestros sueños, tormentas a nuestros días soleados.

«Las actitudes son contagiosas. ¿Merece la pena contagiarse de la tuya?» Dennis y Wendy Mannering-

Sea como sea, lo que sí debemos tener claro es que la actitud es un valor personal en el que trabajar a diario. Porque cuando menos lo esperemos, puede flaquear o lo que es peor, puede debilitarse por la influencia nociva de esas terceras personas.

Así, nunca está de más recordar qué tres componentes sustentan, conforman y alimentan las actitudes fuertes:

  • Compromiso: una buena actitud requiere un firme compromiso en nosotros mismos y en nuestros propósitos, en esas metas, valores u objetivos que nos son valiosos.
  • Auto-control: para alcanzar un sueño, para lograr ese propósito preciado debemos asumir el control sobre nuestra propia realidad, sobre cada cosa que acontece. Si nos equivocamos la obligación por rectificar es nuestra. No pondremos sobre otras personas responsabilidad alguna, asumiremos siempre una actitud activa, positiva y valiente.
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El último eslabón que conforma nuestras actitudes es el desafío. Es un aspecto que no podemos descuidar, porque la vida siempre pondrá ante nosotros diez, cien, doscientos retos cotidianos… Hay que ver estas pruebas como desafíos de los que aprender para invertir en nuestro crecimiento personal, en nuestro equipaje de vida, ahí donde sentirnos auténticos protagonistas del propio bienestar logrado.

Fuente: https://lamenteesmaravillosa.com/actitud-contagiosa-rodeate-mejor/

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