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A favor del salario emocional

Creo que toca hablar del salario emocional. La actualidad manda.

Se está escribiendo mucho en los últimos días sobre el tema, y, como viene siendo tendencia en nuestra sociedad, desde posturas muy polarizadas. Es la era de la confrontación, ¡más madera! Cuando el objetivo más extendido parece ser avivar el fuego que nos separa, en lugar de utilizar el extintor que tenemos al lado en la pared ( o en el muro sí somos más literales y hablamos de redes sociales), el objetivo de este post, que podríamos considerar desde ya demodé, será algo tan alocado como intentar acercar posturas en este debate, o por lo menos añadir escala de grises.

Seré conciso para empezar: Estoy a favor del concepto salario emocional y de su aplicación, estoy en contra de que surja como compensación a un salario económico deficiente o pretenda sustituirlo en parte.

Lo importante aquí, como en tantos otros temas, es fijarse en el contexto.

En los niveles más bajos de la famosa pirámide de Maslow es inevitable que hablar de salario emocional suene a cachondeo, en los niveles más altos es sin embargo el aire fresco que puede impedir a muchos morir de asfixia (ansiedad, estrés).

A ver, el salario emocional es algo bueno per se, es mejor una palmada en la espalda que una puñalada. Incluso para los que remaban en galeras era más positivo una felicitación que un latigazo. Pero, claro, lo que carece de sentido es hacer un elogio de las virtudes de ese tipo de salario no tangible a un pobre hombre que está esclavizado.

Hablar de salario emocional en ciertos entornos donde las necesidades fisiológicas y de seguridad no están garantizadas es simplemente una falta de respeto, o, como mínimo, de empatía. No es que ponerlo en práctica esté mal en estos contextos, lo que está feo es sacar pecho, porque se produce cierta discordancia en lo que se dice frente a lo que se hace.

Por eso cuando se ensalzan las virtudes del salario emocional, sin contextualizar, por ejemplo en un telediario cuya millonaria audiencia cubre personas que se encuentran en todos los niveles de la pirámide de Maslow, puede ofender, con razón, a una parte de ellas. Si además intuimos intenciones capciosas tras la noticia, normal que alguno se lleve las manos a la cabeza. Pero entonces lo lógico es condenar la forma o el trasfondo… pero no demonizar el salario emocional en sí.

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El salario emocional no es un invento naif de pijos yuppies, es una necesidad, aunque no fisiológica, en cierto sentido, sí vital. Como afirma el estudio sobre la felicidad que la universidad Harvard viene realizando desde hace más de ochenta años, esta reside en el tipo de relación que tenemos con quienes nos rodean. Y para aquellos a los que la palabra “felicidad” les provoca sarpullidos cuando la mezclamos con el trabajo, lo diré de otra forma, a todos nos gusta que la gente que nos rodea se preocupe de nuestro bienestar.

Yo quiero gente alrededor que se preocupe de mis emociones, en el trabajo también, básicamente porque allí paso la mayor parte del día. Sentirse apreciado (o incluso querido) produce la energía que te permite esquivar los obstáculos o los retos que la vida pone en tu camino. Como padre es fácil poner el ejemplo de los hijos, y la manida frase de que su cariño compensa todo el sacrificio. ¿Por qué es tan difícil la adolescencia?, pues porque el salario emocional que recibimos por ser padres se suele devaluar.

El salario emocional cuando surge como resultado de una cultura empresarial que se preocupa por el bienestar de sus empleados, no me parece criticable. El salario emocional genuino es también genial

Y aquí puede estar el quid de la cuestión, en la cultura, cómo no: Lo que crea discordancia en entornos donde las condiciones económicas son precarias es que si existe una cultura empresarial que se preocupa del bienestar de sus empleados, lo primero por lo que se debería preocupar es de cubrir sus necesidades básicas.

Por eso cuando hablamos de salario emocional en entornos donde el salario económico no es el adecuado, nos encontraremos, generalizando, ante tres posibles escenarios que no se pueden juzgar del mismo modo.

  • Empresa lobo con piel de cordero. En realidad no le preocupa el bienestar de sus empleados, pero presume de lo contrario. Hablaremos aquí de un salario emocional impostado, en cuyo caso, a la menor fisura se resquebrajará, con el riesgo de que la gran mentira tire el edificio abajo.
  • Empresa ilusa: Tiene buenas intenciones pero no tiene recursos, es una empresa que se engaña a sí misma, y por extensión, probablemente de manera inconsciente, a sus empleados.
  • Empresa en crecimiento: Los recursos son limitados, pero hay una buena perspectiva o una buena idea que poner en marcha. Si la cultura se preocupa de verdad por los empleados, las cartas se ponen sobre la mesa (no se engaña a nadie) y todos reman para sacar el barco a flote, la precariedad debería ser algo temporal, porque si no acabaremos en el escenario previo.
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En resumen, me parece injusto tratar de demonizar el salario emocional o banalizarlo. Es importante y creo que debemos promocionarlo como una buena práctica. Lo que deberíamos criticar es el uso ventajista o simplemente carente de sustento cultural del mismo. Porque, además, como en tantos otros casos, cuando se hace mal uso de algo, se perjudica indirectamente a los que sí podrían sacar partido.

Como decía al principio, yo sí estoy a favor del salario emocional… en aquellas empresas cuya cultura se preocupa de verdad por el bienestar de sus empleados.

Fuente http://enbuenacompania.com/a-favor-del-salario-emocional/#more-1583

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