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Escapismo: El arte de crear problemas huyendo de los problemas

Por Jennifer Delgado Suárez

La vida actual es una aventura estresante, un viaje cada vez más acelerado a ninguna parte que a menudo termina desbordándonos. Para lidiar con los problemas cotidianos – y aquellos no tan cotidianos – todos ponemos en práctica diferentes estrategias de afrontamiento.

Quizá no seas plenamente consciente de tus estrategias de afrontamiento, pero eso no significa que no las uses para lidiar con las situaciones estresantes y conflictivas de la vida. Esas estrategias de afrontamiento tienen dos objetivos esenciales: mantenerte a flote en los momentos más duros y solucionar el problema.

Sin embargo, todas las estrategias de afrontamiento no son igual de eficaces, maduras y saludables psicológicamente. Algunas incluso pueden crear más problemas de los que resuelven haciéndote tocar fondo emocionalmente. El escapismo es una de ellas. Y todos, en mayor o menor medida, somos escapistas.

¿Qué es el escapismo? Psicología de la evasión

El escapismo es una estrategia de afrontamiento que implica la tendencia a evadir el mundo real buscando la ansiada seguridad y tranquilidad en un mundo de fantasía. Suele implicar un desarraigo de la realidad para encontrar refugio en un universo ficticio y paralelo, aunque también puede involucrar fantasías relacionadas con un “yo” mejor, más poderoso, exitoso o importante.

También se le conoce como síndrome de Houdini, en alusión a las facultades del mítico escapista húngaro del siglo XIX. Sin embargo, en Psicología, el escapismo es un mecanismo de evitación que implica escapar de los conflictos, problemas y/o responsabilidades cotidianas.

Las estrategias escapistas más comunes para evadir la realidad

Existen diferentes maneras de escapar de una realidad que no nos gusta. Algunas personas pueden dedicar horas enteras a intentar desbloquear el siguiente nivel de un videojuego mientras otras se pierden en el agujero negro de las redes sociales. Hay quienes se sumergen en maratones de series y quienes se desvanecen entre las páginas de un libro o se involucran en actividades que no tienen ningún sentido ni pertinencia cuando tendrían cosas mucho más importantes y perentorias que hacer.

No es casual que un estudio realizado en la Universität Mannheim revelara que la cantidad de horas que los adultos dedican a ver televisión es un indicador de su nivel de escapismo. Estos psicólogos descubrieron que quienes experimentan una necesidad menor de autorreflexión e instrospección suelen dedicar más horas del día a la televisión.

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En el mundo actual, la forma de escapismo preferida consiste en la necesidad compulsiva de estar constantemente involucrado en la vida electrónica, buscando información aparentemente importante, jugando o hurgando en las redes sociales. De hecho, varios estudios, entre ellos uno realizado en la Duzce University, han encontrado una conexión entre el tiempo que pasamos en las redes sociales e Internet en sentido general y la tendencia al escapismo.

Incluso los viajes pueden ser una estrategia escapista, como indicaron investigadores de la Universidad de Surrey, sobre todo cuando el objetivo de esos viajes no es descubrir un nuevo lugar sino tan solo escapar del lugar donde nos encontramos porque nos resulta insoportable.

Por supuesto, las drogas y el alcohol también son una estrategia escapista extrema ya que alteran nuestras funciones cognitivas, producen una desconexión de nuestro “yo” y nos facilitan ignorar la realidad, provocando además un gran daño a nivel físico y psicológico.

En realidad, cada quien elige su método de escape preferido y se sumerge en el universo alternativo que ha creado a su medida, para evadir una realidad que le resulta agobiante y con la que no quiere lidiar.

Del escapismo saludable al escapismo tóxico

Todos llevamos un escapista dentro. De vez en cuando sentimos la necesidad de cambiar, desconectar, reiniciar…  Por eso nos tomamos vacaciones, leemos novelas, miramos la televisión o vemos vídeos de gatitos en Internet.

El propio Sigmund Freud creía que el deseo de escapar forma parte de la condición humana. “Las personas no pueden subsistir con la escasa satisfacción que pueden robarle a la realidad”, escribió.

El deseo de escapar, en sí mismo, no es ni bueno ni malo. En algunos casos la función de las estrategias escapistas es permitirnos lidiar mejor con un mundo demasiado agobiante, un mundo que nos parece imposible de gestionar y que amenaza con hacer añicos a un “yo” que no está pasando por su mejor momento.

Tomarnos una pausa, relajarnos y desconectar de ciertas preocupaciones puede ser saludable. De vez en cuando apetece viajar a un mundo más cómodo, sin responsabilidades, sin problemas, sin luchas. Esos momentos pueden ayudarnos a asumir la necesaria distancia psicológica para resolver el problema.

Sin embargo, cuando el escapismo se convierte en la “SOLUCIÓN”, en la estrategia de no afrontamiento por excelencia, es probable que más temprano que tarde tengamos un problema, en mayúsculas, mucho mayor del problema del que intentábamos escapar.

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Dejar de escapar para empezar a afrontar

Dado que todos, en mayor o menor medida, ponemos en práctica estrategias escapistas, es importante que seamos conscientes de ellas. Prácticamente cualquier actividad puede convertirse en una válvula de escape para la realidad, muchos de esos comportamientos incluso pueden parecer positivos. La clave radica en preguntarnos si se trata de una excusa para evitar la necesaria autorreflexión.

Beber una copa de vino escuchando música después de un largo día de trabajo puede ser una forma agradable de relajarse. Pero si entras por la puerta de casa buscando la botella porque no puedes lidiar con la realidad de tu hogar, necesitas hacer un alto y preguntarte qué problema tienes que solucionar.

Cuanto más tiempo dedicamos a escapar, menos tiempo tendremos para reflexionar sobre lo que nos está sucediendo y lo que sentimos. Necesitamos ser conscientes de que correr constantemente no dejará los miedos atrás, solo los exacerbará porque no existe lugar en el mundo donde puedas huir de ti mismo.

Un estudio realizado en la Universidad de Leiden nos advierte que las personas que evitan constantemente lidiar con sus emociones intensas experimentan mayores sentimientos de ansiedad y angustia emocional a lo largo del tiempo. Y es que la tendencia al escapismo psicológico puede convertirse en una peligrosa bola de nieve que corre montaña abajo. El problema seguirá creciendo mientras nos sentimos “seguros” en otro universo.

Por eso, es importante recordar que por muy reconfortante que sea escapar entre las páginas de los libros, las redes sociales, la televisión o cualquier otra actividad que nos permita desconectarnos de las preocupaciones, los problemas no suelen desaparecer por sí solos, así como no desaparecerán las situaciones estresantes o los conflictos que los generaron.

Aunque el escapismo puede servir como una técnica de afrontamiento del estrés puntual cuando nos sentimos desbordados, necesitamos ser lo suficientemente maduros como para saber cuándo ha llegado el momento de volver a la realidad y afrontar el problema.

Mientras sigamos evitando el problema, el estrés se mantendrá, y ello nos llevará a querer eludir una realidad que resulta cada vez más amenazante, encerrándonos en un círculo vicioso.

Las 3 preguntas para retomar el control

El primer paso para romper el bucle escapista consiste en reconocer que estamos huyendo. Para ello bastará responder con sinceridad a una pregunta: ¿lo que estamos haciendo nos ayuda a resolver el problema?

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El segundo paso consiste en detectar de qué estamos escapando exactamente, qué problema nos agobia. Para ello, podemos hacernos una sencilla pregunta: ¿Qué nos molesta/asusta/preocupa?

Y el tercer paso radica en buscar soluciones que nos permitan resolver lo que nos preocupa o, al menos mitigar la tensión que nos genera. Nos ayudará preguntarnos: ¿Cómo quiero que sea mi vida? Y luego debemos ponernos manos a la obra para que eso suceda.

Fuente: https://rinconpsicologia.com/escapismo-psicologia/

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