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Despertar es el camino para salvarse

por José Javier Rodríguez Alcaide

La vida de todo empresario es ambigüedad y enajenación; locura porque el empresario no domina su vida empresarial y ambigüedad porque puede terminar siendo poseído por su propio proyecto vital. La actividad empresarial tiene carácter de invasor; toma posesión del espacio que ocupa el emprendedor y lleva una modulación de los tiempos que le devoran y le consumen. El empresario mira su propio vivir y con frecuencia su conciencia le dice que está enajenado.

Se considera dueño de su vida, pero en estos momentos tan críticos, lo pone en duda, porque la vida empresarial le devora, le invade, le destroza, lo aniquila. Se siente impotente ante como le está tratando la vida los últimos años; la empresa se le presenta como algo extraño y él mismo se asombra de no haber cerrado el negocio. Aquel entusiasmo de fundador se está transformando en temor de liquidador. Siente que la desgracia le adviene, que el futuro se le oculta, que le separa de su familia; que se aleja de la dirección que hace tiempo había tomado. La malvada crisis ha torcido su vida con una extraña dureza y no la puede enderezar ni deshacer. Para seguir en la lucha tiene que deshacer muchas cosas, incluso su propia empresa.

¿Qué rectificar y cómo? Cualquier rectificación exige plantearse un nuevo futuro, pero ¿cuál?; cambiar de finalidad, pero ¿qué fin? Hay demasiada ambigüedad para rectificar. Cualquier rectificación exige mirar hacia atrás, hacia el inicio del proyecto empresarial, pero de manera libre y espontánea. Rectificar es ver el futuro del todo, no día a día, ni hora a hora desde la espontaneidad; pero también es enfrentarse a la realidad del mercado, como carga que el empresario y sus empleados deben llevar. La rectificación supone empeñarse con la realidad; empeño inacabable desde la nueva partida en el que el emprendedor puede perderse y enajenarse.

Para superar esta crisis el empresario tendrá que ahuyentar la angustia y el terror; sentir los nuevos vientos; contemplar el escenario; vigilar y luego actuar; es decir, tiene que estar muy despierto. Estar despierto es sentirse presente y no ausente; es decir, un empresario en ese lugar; que le pertenece, y desde el que comienza de nuevo a caminar. Tiene que estar en tensión y, por tanto, fatigado por ser consciente del desierto que está atravesando. Si el empresario no está presente y se oculta está determinando su propia muerte. Tiene que obviar el dolor extremo y la angustia y, sobre todo, el terror a no poder sobrevivir. Si le viene el terror se sentirá perdido, arrojado del mercado, amenazado de liquidación, abismado, derrocado. Tiene que estar en vigilia para poder subsistir.

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Estas palabras van dirigidas a los empresarios familiares que lo están pasando muy mal. No se pueden dormir. Si dejan transcurrir un lapso de tiempo, por pequeño que este sea, van a perder la vida que corre y no espera. Su empresa es el transcurrir de un drama que empieza y en el que el actor debe entrar en escena; sus empresas, que parecen que se deshacen, si están en vigilia, continuarán haciéndose. La empresa reclama cada vez más atención.

El empresario familiar que esté decaído y caído, debe incorporarse, como si quisiera salir de su quejumbroso cuerpo. Incorporarse es también entrar en su propio cuerpo; tomar conciencia de sí mismo y conjuntar lo que de sí mismo tiene fragmentado. En esa incorporación necesita la comprensión y la ayuda de su familia y la cooperación de sus empleados; es decir, precisa una nueva unidad para afrontar las dificultades.

Ante la crisis no cabe soñar como sucedió cuando fundó la empresa; solo cabe despertar y dejar de soñar; no ver “brotes verdes” sino la dura realidad. Si se inhibe está entrando en una forma de sueño o de ensoñación. El sueño en estos momentos de crisis solo es derrota tajante.

José Javier Rodríguez Alcaide

Catedrático Emérito de la Universidad de Córdoba

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