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Nada duele tanto como tú

Por Merce Roura

Hay personas que duelen. 

Las sentimos muy cerca, muy dentro, muy intensamente y sin parar, aunque no las veamos, aunque no estén cerca, pero están, siempre están. 

Hay historias, grandes o pequeñas, que siguen latiendo en tu memoria y que un día, ante un café o una puerta que se cierra, se despiertan y bailan en tu cabeza y arañan tu pecho otra vez. Han pasado años, tal vez, pero tus oídos siguen escuchando sus palabras y percibiendo sus silencios y tus ojos siguen deseando ver que se acercan y te miran y te ven y dejan de ignorar tus lágrimas. El tiempo pasa pero tú sigues necesitando que te vea, que se den cuenta de tu dolor. 

Hay momentos que siguen arañando tu alma, a pesar de haber dado mil vueltas y haber cruzado mil mares, a pesar de haber andado mil caminos y haber perdonado mil ofensas… Hay imágenes que se quedan retenidas en ti y aúllan, te salpican todavía cuando estás tranquila, cuando tienes una tarde en calma, cuando lees un libro, cuando te acuestas en la cama… Cuando crees que todo está en orden, el pasado saca pecho y rompe tus esquemas, asalta tus domingos soleados y tus días planificados… Se mece en tu agenda, camina por encima de tu escritorio y se sienta en las esquinas de tu casa y te mira cuando te sientas en el sofá tras un largo día esperando soltar angustia y malos ratos.

El pasado que no está pasado siempre se refleja en tu copa de vino y tu mirada, siempre duerme en tu cama limpia y deja su aroma en las sábanas. Siempre camina a tu lado cuando caminas por la calle y ves caras nuevas y te susurra que son las mismas, que piensan lo mismo, que eres la misma, que todo siempre será igual. Te dice que estás condenando a repetirte, a no salir del círculo, a caer en la misma casilla y perder tu turno en la cárcel mental en la que tú solo te metes cuando no puedes parar de pensar.

El pasado que sigue abierto siempre evoca momentos tristes y te invita a besar miedos. Siempre despierta bestias dormidas y pensamientos usados y horribles que vuelven a ti y se hacen cabañas en tu cabeza. 

A veces, parece que las personas duelen, que los recuerdos duelen, que las historias pendientes duelen, pero en realidad te dueles tú. Duele la forma en que miras al mundo porque lo ves tan triste y patético como osas verte a ti, lo desprecias tanto como te desprecias a ti… Te ves a ti en todo lo que ves. Te notas a ti en todo lo que notas. Te imaginas en todo lo que imaginas y no te imaginas como mereces sino a una versión deformada y sin piedad de ti. 

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Miras hacia delante y te llenas de miedo. Miras atrás y te salpicas de cenizas y de rabia. Eso pasa porque estás en todas partes menos aquí y ahora… Porque has pasado página sin leerla y comprender. Porque has mirado adelante sin saber de dónde vienes. Porque has empezado de nuevo sin romper con lo viejo. Porque volviste al camino sin haber aceptado que no importa el camino, sino cada paso que das tú… Porque perdonaste a otros pero sigues sin perdonarte a ti porque todavía te sientes absurdo, cansada, triste, avergonzada, ridículo, ínfimo, pequeña, estúpido y digno de ser atacado… Porque todavía te ves como te veías entonces y sigues pidiendo prestados ojos ajenos para mirarte. Porque todavía no te has dado cuenta de que no es lo que ves sino cómo lo miras… Porque emprendiste un nuevo momento usando esos ojos viejos y esos pensamientos usados y tristes… Porque vas al baile con tu ropa usada y no te pones de gala para ti. 

Porque sigues queriendo que todo cambie sin cambiar tú de casilla, ni de juego, ni arriesgarte a ver las cosas de otro modo. Porque sigues esperando que la vida te permita y no te permites. Porque sigues luchando para derribar muros que tú mismo has construido y buscas que te vean cuando tú todavía no te ves.

A veces, la vida duele, pero eres tú que te haces daño porque no te consideras, no te ves, no te amas.

Hay personas que hacen daño, personas que duelen todavía, pero tú también “te dueles”… Te rompes, te ignoras, te arañas, te abres las heridas y tiras sal, te zurces a medias y esperas salir a la calle a dar el doble de lo que puedes… Te zarandeas y te sacudes por dentro y te exiges tanto que nunca llegas, te piensas mal, te hablas peor, te haces trampas, te saboteas, te cierras la puerta, te sigues los pasos para ponerte la zancadilla, te robas tiempo… Te desconsideras, te tachas de la lista, te engañas, te mientes, te pides mucho y te das nada, te escondes la recompensa, te niegas el regalo, te criticas sin tregua, te vacías sin piedad… Te culpas, te miras de cerca y te menosprecias, te pides llegar al cielo mientras te recortas las alas… Te  cuelgas las etiquetas más crueles y te golpeas con los pensamientos más terribles.

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La vida duele, las personas duelen, las circunstancias duelen, el pasado duele pero nada duele tanto como dueles tú cuando no estás de tu parte… Cuando decides ser tu peor enemigo y sigues esperando que el mundo te perdone esa culpa inventada que arrastras y que sólo tú puedes soltar. 

Nada duele tanto como tú para ti mismo cuando no te amas, cuando no te respetas, cuando no eres capaz de darte un tregua y volver a empezar. 

Fuente: https://mercerou.wordpress.com/2019/12/09/nada-duele-tanto-como-tu/

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