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Cambiar de hábitos

Ninguna transformación puede darse por completa si no hay nuevos hábitos cuando llegas a la meta.

Da igual si hablamos de volverte más digital o simplemente de variar tu dieta. Sucede para cualquier cambio del que hablemos, desde la “a” hasta la “z”.  Si uno de los ingredientes no es un hábito nuevo, algo está mal en la receta.

Porque las personas somos seres de costumbres, nuestros cambios necesitan anclarse en nuevos hábitos.  No vale con saber algo nuevo si no se aplica, y no vale con aplicarlo si luego no se asienta.

Simplificando un poco y con el fin de buscar una regla nemotécnica que nos ayude a interiorizar la receta, podemos decir que el cambio de hábitos requiere de la triple “I”.  Primero llega la innovación (una nueva idea propia o un producto ya existente en el mercado), después la inteligencia para entender cómo podemos aplicar esa innovación para poder beneficiarnos de ella, y por último la insistencia, para que cale.  Innovación + Inteligencia + Insistencia = Consistencia (nuevo hábito)

Sin la conjunción de la triple “I” cualquier transformación se nos queda coja.  Innovar es relativamente fácil, simplemente el mercado de la tecnología pone a nuestra disposición (literalmente) decenas de nuevos recursos cada día. Pero precisamente en un entorno donde la oferta es tan abundante se vuelve cada vez más importante la parte que hemos englobado dentro de la inteligencia: no se trata de adoptar una nueva herramienta o metodología por moda, o porque al prado de al lado le haya proporcionado mayor verdor … no caigamos en ese error. Se trata de entender bien para qué sirve, qué ventajas nos puede traer. Se trata de pensar si se ajusta a nuestras necesidades y a nuestras capacidades, y también en el impacto (positivo o negativo) que en nuestro equipo (o compañía) pueda traer.

Es en este punto donde la formación debe ayudar al entendimiento y empujar a la reflexión, y no convertirse simplemente en una trasmisión fría de conocimientos. La formación inicial en nuevas tecnologías debe encender luces en el cerebro más que acumular datos en la memoria.

Recurro aquí a una frase que probablemente haya puesto anteriormente en el blog:

“El cambio es difícil porque la gente sobrestima el valor de lo que tienen e infravalora el valor de lo que puede ganar”– James Belasco

La clave para que la maquinaria de la transformación se ponga en marcha es ser capaces de poner en valor los beneficios que el cambio pueda traer. Cuando esa bombilla se enciende en la cabeza de alguien con poder de decisión el cambio se impulsa mejor.  Sin embargo, si no se enciende, y no siempre tiene que encenderse, no toda innovación va a ser buena para nosotros per se, entonces qué sentido tiene insistir.

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Además, la parte final de la formula, la insistencia, es teóricamente la más fácil, pero requiere de otras dos variables que cada vez parecen escasear más en nuestra sociedad: el tiempo y la paciencia.

Cuando encontremos que la innovación tiene sentido: insistir, insistir e insistir. Hasta que el nuevo comportamiento se convierte en rutina. Puede sonar rudimentario, pero sólo la insistencia alimenta el hábito.

Por eso cuando estemos en una reunión en la que se recurra y se invoque a ese anglicismo tan tópico, “quick win”, debemos pensar en pequeños comportamientos que si comenzamos a repetir pueden crear nuevos hábitos.

El hábito consolida la transformación. Será la rúbrica de que he conseguido aplicar el conocimiento adquirido.

Fuente: http://enbuenacompania.com/cambiardehabitos/

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